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25 de abril de 2024

Vladimir Putin presidente Rusia

El presidente ruso, Vladimir Putin, en una reciente imagenAFP

109 días de guerra en Ucrania

Vladimir el Grande

El presidente ruso, Vladimir Putin, se ha traicionado a sí mismo al reconocerse de forma indirecta como único responsable y beneficiario de la guerra en Ucrania al compararse con Pedro el Grande

Se empeña Putin en quitar la razón a quienes todavía se la dan. Quizá porque sepa que, aunque minoritarios, los analistas que siguen dando crédito a sus pretextos, a pesar de las evidencias que se han ido acumulando durante más de tres meses de guerra cruel, son inasequibles al desaliento.
¿Fue la invasión, como insiste cotidianamente la prensa rusa, una respuesta al agravamiento de las hostilidades en el Donbás a partir de mediados de febrero? Imposible, porque el despliegue militar ruso alrededor de Ucrania comenzó en noviembre de 2021 y, por espesa que sea la venda que queramos poner sobre nuestros ojos, no podemos dejar de ver que la causa debe preceder al efecto.
¿Fue entonces la negativa de la OTAN a dar garantías de que no se expandiría hasta la frontera rusa? Incoherente desde el principio –porque la OTAN ya tenía fronteras comunes con Rusia en los países Bálticos, Polonia y Noruega– el pretexto ha ido perdiendo fuerza a medida que los acontecimientos han ido demostrando lo que cualquier analista imparcial habría deducido desde el primer momento: que la invasión del país vecino solo podía provocar el efecto contrario al deseado.

Ucrania ni iba a entrar ni entrará en la OTAN, pero sí lo harán Suecia y Finlandia

Ucrania ni iba a entrar ni entrará en la OTAN, es verdad, pero sí lo harán Suecia y Finlandia, está última con una extensa frontera con Rusia. Una frontera trazada con sangre hace ocho décadas en la injustificada agresión rusa que conocemos como Guerra de Invierno, quizá el más claro precedente histórico de la invasión de hoy.
Si el objetivo hubiera sido evitar el acercamiento de la OTAN a la Patria rusa, la Guerra de Ucrania habría sido un incuestionable fracaso.
  1. Seguramente por esta razón, la prensa controlada por el Kremlin menciona cada día con menor frecuencia a la Alianza Atlántica en su permanente campaña de desinformación.
Sin embargo, en los medios occidentales todavía se da algún crédito a quienes culpan a la OTAN de haber presionado a Putin hasta que el líder ruso no tuvo más remedio que saltar.
Uno diría que bastan las fotografías de los carros de combate rusos en las carreteras ucranianas para poner la guerra en su contexto.

Hay un agresor y un agredido y eso, de acuerdo con la Carta de las Naciones Unidas, debiera de ser suficiente para escoger lado

Hay un agresor y un agredido y eso, de acuerdo con la Carta de las Naciones Unidas, debiera de ser suficiente para escoger lado. Pero no todo el mundo cree lo que ven sus ojos. ¿Cómo encontrar entonces la causa de la Guerra de Ucrania? ¿Cómo desenmascarar al culpable?
Desde los primeros días, han sido muchos los analistas que, imparcialmente o tratando de arrimar el ascua a su sardina, han dedicado extensos trabajos a establecer a quién beneficia esta guerra. ¿Cui prodest?
No Rusia, desde luego. Tampoco Ucrania. Ni la Unión Europea. ¿Los Estados Unidos? Es posible que, a largo plazo, la gran potencia norteamericana obtenga alguna ventaja estratégica de los males que tendrá que soportar Rusia durante algunas décadas.
Sin embargo, un razonamiento así parece tan ingenuo que solo podría pasar por infantil. En el mundo real, los países –ya sean los Estados Unidos, Rusia o España– no toman decisiones.
Lo hacen sus líderes, hayan sido democráticamente elegidos o no, junto a sus círculos de poder. Y lo hacen casi siempre en función de sus propios intereses, que no siempre coinciden con los de las sociedades a las que representan.
Por poner un ejemplo reciente, claro y lejos de cualquier sesgo antirruso, es probable que la invasión de Irak en 2003 perjudicara a los Estados Unidos, pero benefició al presidente Bush, que consiguió la reelección.

A corto plazo, la Guerra de Ucrania perjudica a Biden

Pero el caso hoy es justo el contrario. A corto plazo, la Guerra de Ucrania perjudica a Biden, atacado en muchos medios norteamericanos por su debilidad en política internacional y por su incapacidad para controlar una inflación que, aunque no se deba exclusivamente a la guerra, se ve agravada por las consecuencias de las sanciones.
El precio de la gasolina contribuirá poderosamente a que los demócratas pierdan las elecciones de noviembre y, si esto ocurre, si ambas cámaras quedan en poder del partido republicano, el legado político de Biden habrá que darlo por terminado. Y eso lo sabe él mucho mejor que cualquiera de nosotros.
¿Quién se beneficia entonces de esta guerra? ¿Xi Jinping? Es difícil decirlo. La debilidad de Rusia puede favorecer a China, pero no el rearme, moral y material, de Occidente.
¿Está hoy más cerca o más lejos el objetivo de reintegrar Taiwán a la soberanía de la república popular? En cualquier caso, no sería razonable acusar de nada al líder chino porque ¿cómo podría él provocar la invasión rusa de Ucrania?

Lo que para Rusia y Ucrania es un verdadero desastre, no lo es para Putin ni, seguramente, para Zelenski

No hay necesidad de ir tan lejos para encontrar quién se beneficia de la guerra. Lo que para Rusia y Ucrania es un verdadero desastre, no lo es para Putin ni, seguramente, para Zelenski.
Ambos han alcanzado la cumbre de la popularidad en sus respectivos estados. Pero Zelenski, como es obvio, no comenzó esta guerra… por más que, en ocasiones, la propaganda rusa, que carece del sentido del ridículo que a otros les ataría las manos –hace unos pocos días se publicó que Ucrania había creado un batallón LGTB– le acusa de que estaba planeando hacerlo.
Nos queda pues, como era previsible, un único sospechoso. Precisamente el hombre que ha dado la orden de invasión: Vladimir Putin. Un sospechoso que, además, casi puede decirse que acaba de confesar.
La prensa rusa recoge ampliamente sus declaraciones del día 9 de junio, después de visitar una exposición sobre Pedro el Grande. Con las mínimas concesiones a una modestia que suena a falsa, Putin no duda en compararse con el primer emperador ruso.
Si no directamente –él suele presentarse como demócrata– sí en relación con el destino providencial que a ambos les une. Un destino que el traductor automático de castellano interpreta como «retorno» pero que, en su contexto, cualquier español no dudaría en traducir con la palabra «reconquista».
Publica Izvestia: «Los paralelismos que Vladimir Putin trazó entre la era de Pedro el Grande y hoy parecen haber abierto la cortina del secreto en torno a lo que será la política exterior del país en el futuro cercano».
La domesticada prensa rusa no expresaría tal opinión sin permiso del Kremlin, así que ya sabemos a qué atenernos. Porque dentro de esa política de reconquista se encuentra, para su desgracia, Ucrania.
Cito otra vez textualmente: «Vladimir Putin comenzó la política de retorno en 2014, cuando Crimea se convirtió en parte de la Federación Rusa». A ellas seguirán -ahorro al lector los largos párrafos del artículo original- las dos repúblicas del Donbás y, «por ejemplo, la región de Kherson».
Por desgracia, no termina ahí la cosa. Continua Izvestia: «El Jefe de Estado explicó que hoy el mundo está dividido en dos campos: colonias y estados soberanos». Entre los últimos, «Ucrania, no puede sobrevivir en una dura lucha en el ámbito internacional».
Menos mal –y esto lo añado yo de mi cosecha– que está Rusia para echarle una mano.
Volvemos en el fondo a una reiteración de las recientes declaraciones de Nikolái Pátrushev, secretario del Consejo de Seguridad de la Federación de Rusia, que aseguró a finales de mayo que «solo Rusia puede permitirse el lujo de luchar por compasión».
¿Lucha Rusia por compasión o por el deseo de su líder de parecerse a Pedro el Grande? A quienes nos parece más probable la segunda hipótesis, todavía nos parece más preocupante leer que el líder ruso cita entre las conquistas de su admirado emperador a Narva, una ciudad estonia justo en la frontera con Rusia.
Estoy seguro de que, en este momento, los habitantes de esta ciudad dormirán más tranquilos gracias a la garantía de seguridad que da la OTAN.
Una OTAN que, por cierto, no aparece siquiera mencionada en el artículo. Y es que, perdóneseme la reiteración, se empeña Putin en quitar la razón a quienes todavía se la dan.
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