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04 de mayo de 2024

Andrew Smith
Andrew Smith

Los cinco errores que explican la crisis existencial de la socialdemocracia

Las opciones socialdemócratas no logran obtener el apoyo de las sociedades ni grupos ideológicos que pretenden representar

Actualizada 04:30

Presidentes socialdemócratas

Mélenchon (Francia), Tsipras (Grecia), Marin (Finlandia), Jacinda Ardern (Nueva Zelanda) y, Pamela Rendi-Wagner (Austria)Paula Andrade

La socialdemocracia está en crisis. De hecho, tras los traspiés y debacles en varias convocatorias electorales en Nueva Zelanda, Finlandia, Grecia, Austria, Francia, Italia, Turquía y últimamente en España se prevé una nueva ola de autocríticas, debates existenciales y luchas fratricidas que están consumiendo la energía intelectual de las formaciones antaño hegemónicas en la política occidental desde el fin de la última gran guerra en 1945.
La explicación más popular para diagnosticar los males que aquejan a la socialdemocracia en la tercera década del siglo XXI es culpar a la profunda transformación estructural del capitalismo que ha dilapidado la base industrial y productiva de las economías occidentales, cuestionado y tensado el estado de bienestar, atomizado la mano de obra y dinamitado el concepto de identidad de clase social a cambio de identidades nacionales y/o emocionales.
Pero estos cambios estructurales por sí solos no explican el declive de la socialdemocracia en las ultimas décadas. Desde el fin de la guerra fría en 1991 ha ocurrido algo más: la pérdida de identidad, pérdida de energía innovativa y sobre todo la pérdida de coherencia ideológica y de su principal baza de cara a los electorados, la promesa de una utopía futura más allá del ejercicio del poder.

Cuando la utopía estaba al alcance de la mano

Este estado de la socialdemocracia contrasta con su era fundacional y su edad dorada. Es decir sus «treinta y muchos gloriosos años» tras el fin de la Guerra Mundial en 1945 hasta 1989, cuando su identidad, ideología, estrategias y tácticas políticas y misión social estaban basadas en su visión del futuro, una creencia de que un nuevo orden social no era solamente necesario tras las calamidades de las primeras cuatro décadas y media del siglo XX, si no que eran posibles. La utopía estaba al alcance de la mano.
Ahora, tras la crisis financiera del 2008, la crisis del clima, la pandemia de la Covid-19, la fragmentación de la globalización, invierno demográfico y el estancamiento de los niveles de vida de los ciudadanos sería lógico un auge de las formaciones que respondieron a una situación de cambio estructural como hace ocho décadas.

Miran hacia atrás a su exitoso legado en vez de mirar al futuro

Sin embargo, las opciones socialdemócratas no logran obtener el apoyo de las sociedades ni grupos ideológicos que pretenden representar. Una posible explicación es que las élites de las formaciones políticas autodenominadas «socialdemócratas» miran hacia atrás a su exitoso legado en vez de mirar al futuro y caen en cinco errores de análisis en la nueva dinámica global.

Primer error

Primero, la obsesión de los líderes y opinadores socialdemócratas de agrupar a los ciudadanos en compartimentos estancos identitarios con categorías de opresión por «el sistema». Así coloca a la población mayoritariamente blanca de bajos ingresos y educación media –en su día la columna vertebral de las coaliciones socialdemócratas– en el papel de opresores y les culpabiliza de los «defectos» que aquejan al conjunto de la sociedad.

Segundo error

El asumir que el descontento de la población con los resultados del actual orden socioeconómico se traduce en un deseo generalizado de abandonar el capitalismo en su totalidad y estatalizar la sociedad reduciendo el espacio privado por el colectivo intervencionista con una activa ingeniería social.
Esto nos recuerda a visiones socialistas más acordes con la primera mitad del siglo XX que con la visión prevalente en la posguerra. El electorado no quiere recordar esos tiempos totalitarios.

Tercer error

El constante anuncio del catastrofismo que extiende las críticas sistemáticas al capitalismo y las políticas de cambio climático a que la amenaza del fin del mundo es inminente a no ser que los ciudadanos rectifiquen y asuman su agenda. Los electorados no responden bien a las amenazas.

Cuarto error

La fobia social demócrata al crecimiento. Con su obsesión con la visión de recursos limitados y equilibrios imposibles se autoimponen límites a la creación de riqueza.

Los electorados no rechazan el crecimiento y la creación de riqueza

Los electorados no rechazan el crecimiento y la creación de riqueza. Al contrario, desean abundancia y la libertad de consumir sin ingeniería social y lo que objetan es que esta se reparta de una manera injusta.
Como hemos visto en la propia España y sur y este de Europa, un alto crecimiento hace a la población más generosa y tolerante favoreciendo así una gradual transición a «la nueva economía del futuro».

Ven el progreso tecnológico como la IA como un destructor de empleo

Finalmente, su actual rechazo a la tecnología. La socialdemocracia abrazó desde 1945 las innovaciones que mejoraban la vida de los ciudadanos como las máquinas del hogar, el automóvil, la televisión, etc. Hoy en día ven el progreso tecnológico como la IA, cibernética, internet, etc. como un destructor de empleo y herramientas para la desinformación del electorado.
Los socialdemócratas de 1945 aprendieron de sus errores ideológicos, tácticos y estratégicos de antaño y calibraron su nueva propuesta a una sociedad que se enfrentaba a un cambio estructural tras la hecatombe de la guerra. Combinaron sus programas políticos con la intención de utilizar el poder del Estado con la movilización de la masa y el consenso social para construir colaborativamente su nueva visión de futuro.

Deberían finalmente aceptar el futuro y proponer políticas proactivas ajenas a la nostalgia

El manifestó del Partido Laborista británico «Vamos a afrontar el Futuro» englobó la ilusión de la época y propuso una visión de futuro inclusiva y holística. Sus nietos o bisnietos de hoy en día se enfrentan a un dilema existencial similar.
Por una parte, deberían finalmente aceptar el futuro y proponer políticas proactivas ajenas a la nostalgia, al victimismo y que acepten que lo mejor esta por venir y de una vez abandonar utopías ya obsoletas. O bien, optar por perseguir esas mismas utopías fallidas del pasado y caer en la marginalidad política a causa de no acabar de entender la realidad y por lo tanto no dar al electorado lo que desea y ha deseado siempre: una visión coherente de futuro.
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