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03 de mayo de 2024

Aquilino Cayuela
Aquilino Cayuela

El amigo inestable: una Turquía post-occidental

Turquía es un amigo inestable, una potencia «post-occidental» con la que, pese a todo, es necesario entenderse

Actualizada 04:30

Erdogan, presidente de Turquía

Erdogan, presidente de Turquía, durante una intervención en La Gran Asamblea Nacional TurcaAFP

Recep Tayyip Erdogan cuenta con su propia narrativa histórica.
Al igual que Xi Jinping o Vladímir Putin quieren recuperar, de alguna forma, el «imperio perdido»; restituir un largo periodo de decaimiento y humillación.
Putin reconoce que nuca se sintió tan humillado como cuando, como agente del KGB en Leipzig, fue testigo del principio del fin y desmoronamiento de la antigua Unión Soviética.
Xi y su entorno recuerdan a menudo los «cien años de humillación de China» iniciados con las Guerras del Opio (1839-42) de los que el líder chino busca resarcirse.
La Turquía de Erdogan tiene también su deuda pendiente con la Historia, tras el desmoronamiento del Imperio Otomano tras la Primera Guerra Mundial.
Por eso en su campaña que le llevó a la victoria electoral el pasado mayo su lema fue «El siglo de Turquía» y una canción cuyo estribillo decía: «Que empiece el siglo de Turquía, no mañana, ¡hoy!».

En la Turquía de Erdogan casi nadie defiende, en el ámbito público, las ideas o instituciones occidentales

Su discurso grandilocuente en campaña prometía cosas como la conversión de la emblemática iglesia bizantina de Estambul, Santa Sofía, en mezquita o hacer llevar a Turquía a ocupar el lugar que le corresponde como potencia mundial.
Una potencia «post-occidental», que ya no busque la aprobación de Occidente, que ya no aspire a los ideales liberales occidentales y, ante todo, que ya no dependa de Occidente.
En la Turquía de Erdogan casi nadie defiende, en el ámbito público, las ideas o instituciones occidentales.
Los comentaristas de televisión y los políticos meten habitualmente en el mismo saco a Estados Unidos, Europa y la OTAN y se burlan de todos ellos como hipócritas, explotadores y empeñados en subyugar a Turquía.
Los liberales turcos prooccidentales han sido expulsados de los programas de televisión y de las páginas de opinión de los periódicos.
Se está produciendo un cambio similar en la política exterior turca.
En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Turquía intentó protegerse de la amenaza, siempre presente, del expansionismo, y se arrimó a las instituciones euroatlánticas y a las prósperas democracias occidentales.
Washington veía a Turquía, en términos de Guerra Fría, como un Estado fronterizo útil en la lucha contra el comunismo y la influencia soviética.

Relación EE.UU.-Turquía

Con todo, Turquía nunca fue ni plenamente occidental, ni democrática, pero desde que Erdogan asumió el poder en 2002, todo ha ido a peor.
Más todavía, desde el fallido intento de golpe de Estado contra su Gobierno en 2016, la relación de Washington con Ankara se ha deteriorado.
La relación de Estados Unidos con Turquía es menos fiable que la que mantiene con muchas potencias no pertenecientes a la OTAN.
Los políticos turcos, incluido Erdogan, a menudo caracterizan airadamente a Estados Unidos como un adversario en lugar de como un socio.
Cuando Washington impuso sanciones a Turquía en 2020 por comprar sistemas de misiles tierra-aire S-400 a Rusia, Erdogan calificó la decisión estadounidense de «ataque flagrante» a la soberanía turca.
El gobierno turco lo interpretó como un bloqueo a su desarrollo en defensa y una búsqueda de mantenerlos subordinados.
Algunos analistas y responsables políticos estadounidenses cuestionan abiertamente el compromiso de Turquía con la OTAN y temen que Ankara se acerque cada vez más a Moscú.
Pero para poner las cosas en su justo término podemos decir que la Turquía de Erdogan se basa en la premisa de que Occidente está en declive y que está surgiendo un mundo multipolar, algo que ofrece grandes oportunidades para el ascenso de Turquía al estatus de gran potencia.
Realmente Turquía no quiere cambiar de bando alejándose de la OTAN y acercándose a la Organización de Cooperación de Shanghai, la organización euroasiática de defensa y seguridad formada en 2001 por China y Rusia en un intento de rivalizar con la OTAN.
Lo que Turquía quiere es mantener un pie en cada campo mientras amplía su influencia en Oriente Medio y Asia Central y su poder económico en general.
Aunque Erdogan busca una clara ruptura con Occidente en lo que se refiere a ideología, cultura e identidad, también intenta llevar a cabo un acto de equilibrio, cuidadosamente calibrado, entre las grandes potencias, con la esperanza de encontrar más oportunidades en las que Turquía pueda ejercer influencia.
La candidatura de Turquía a la Unión Europea no sólo está moribunda, sino muerta.
Ankara puede estar lejos de ser un aliado fiable, y no se dejará conmover por apelaciones a valores compartidos o a la importancia de lo que Washington considera un orden internacional basado en normas.
La administración Biden está preocupada por el enfoque regional asertivo de Turquía, especialmente por sus amenazas de lanzar una incursión en Siria para atacar a las milicias kurdas sirias apoyadas por Estados Unidos, que Ankara considera una extensión del PKK, la facción kurda independentista.
También le preocupa la escalada de Ankara en su guerra verbal con Grecia por las fronteras marítimas y el firme apoyo de Turquía a la campaña militar de Azerbaiyán contra Armenia, que alarmó a Washington porque abría la posibilidad de otro conflicto a gran escala, en la región, prácticamente al lado de la guerra de Ucrania.
Turquía se ha negado a cumplir las sanciones contra Rusia y ha mantenido lazos económicos y políticos con el Kremlin, reforzados por la estrecha relación personal de Erdogan con Putin.
Turquía es un amigo inestable, una potencia «post-occidental» con la que, pese a todo, es necesario entenderse.
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