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AnálisisAlonso Montero

La caída Al Asad trae un orden islamista con los cristianos como ciudadanos de segunda

La «resistencia» islámica ha ido aprovechando el desánimo, la necesidad y afinidad religiosa con sectores de uniformados que les proveyeron de armamento

Actualizada 04:30

Una mujer ondea la bandera de la revolución de Siria

Una mujer ondea la bandera de la revolución de SiriaAFP

La Primavera Árabe llegó a Damasco más tarde de lo previsto. Bashar al Asad, el oftalmólogo convertido en tirano, sobrevivió estos 24 años de gobierno gracias al apoyo de la Rusia de Putin y del régimen iraní de los ayatolás. Debilitado por la invasión de Ucrania, el Kremlin le soltó la mano al último presidente de Siria de la dinastía Asad que gobernó, con extrema crueldad, los últimos 53 años. Teherán, por razones de crisis distintas, hizo exactamente lo mismo.

La caída de Bashar al Asad (Damasco, 1965) es una tragedia para él, pero también para los cristianos que a partir de ahora se convertirán en ciudadanos de segunda. Deberán pagar impuestos y la lista de restricciones en su vida cotidiana tendrá, previsiblemente, no pocas similitudes con lo que se vive en Afganistán.

Abu Mohammed al-Golani, el líder de esta revolución islamista, encabeza la coalición HTS (Hayat Tahrir al Sham), en español Organismo de Liberación del Levante (OLL). Surgió de las cuevas de Al-Qaeda y del autodenominado Estado Islámico. Conocedor del impacto que generan en Occidente sus orígenes, trató de tranquilizar a la población —y al mundo— con mensajes de moderación, pero se ratificó en su ideario de: primero el Islam, después el Islam y siempre el Islam.

En apenas once días, el nuevo hombre fuerte de Siria, ha dado el golpe de gracia a un Gobierno aturdido y según los expertos, engañado por Erdogan. Los servicios de inteligencia turcos habrían vendido «pescado podrido» a Al Asad al hacerle creer que la hoja de ruta de Netanyahu incluía como próximo objetivo otra avanzada, —como en la Guerra de los Seis Días de 1967 y la de Yom Kipur en 1973—, en Siria por los Altos del Golán. El hoy derrocado tirano desplazó a la zona a las tropas más adiestradas. Se equivocó y está pagando el mismo precio que en 2011 hicieron Ben Alí en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto. Muamar el Gadafi en Libia tuvo un final peor .

Aislado y repudiado por una población desnutrida y abandonada a su (mala) suerte, el dictador busca refugio, tras dejar una herencia de miseria y sangre. Según datos de la ONU, el 90 por ciento de los sirios que permanecen en el país (la estampida fue de millones), viven en la pobreza, mientras el narcotráfico se frota las manos con el comercio del captagón, la droga de los yihadistas y de los pobres.

Los insurgente sirios queman una estatua de Bashar al-Asad

Los insurgente sirios queman una estatua de Bashar al-AsadAFP

Los estómagos vacíos no entienden de política ni de lealtades, como han demostrado las Fuerzas Armadas. El Ejército, mal pagado con sueldos de poco más de 20 euros, le dio la espalda a un gobernante acorralado tras 10 años de guerra civil. De nada sirvió el anunció de última hora de una subida del 50 por ciento del salario. La «resistencia» islámica ha ido aprovechando el desánimo, la necesidad y afinidad religiosa con sectores de uniformados que les proveyeron de armamento.

Abu Mohammed al-Golani tuvo tiempo de hacerse con un arsenal militar y lo que es más importante, de adiestrar en su uso a sus combatientes. Así se explica que en apenas 11 días se haya hecho con el control absoluto y aumentado su equipamiento con los blindados y hasta aviones de combate abandonados por el ejército regular.

El líder islamista desliza que habrá una transición serena. De hecho, tiros, lo que se dice tiros, ha habido pocos. El virtual sucesor de Bashar Al Asad habla de paz después de una guerra suigéneris, el hombre que ha reconquistado más terreno en Oriente medio para el Islam se siente fuerte frente a un Joe Biden anulado y sonríe, de momento, cuando escucha a Donald Trump decir: «Esa guerra no es nuestra».

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