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Sin banderaCarmen de Carlos

Tengamos la guerra en paz

En estos tres años hemos visto atrocidades que recordaban los tiempos de Stalin o Hitler, pero la sorpresa más amarga quizás haya sido el viraje de Donald Trump

Tres años de guerra sin paz para Ucrania y Rusia. Tres años de decenas de miles de muertos y desaparecidos sin que podamos presentar una cifra oficial exacta. Tres años de una invasión por la obsesión y melancolía imperial de un bolchevique versión 2.022 que salió de la cuna envenenada del KGB.

El tiempo pasa volando para los que no estamos en el frente y el tiempo de sangre y fuego, como la conquista de un territorio, no se detiene por mucho que lo diga Donald Trump.

En estos tres años hemos visto atrocidades que recordaban los tiempos de Stalin o Hitler. Las cámaras han recogido imágenes de sesiones de tortura, abusos, secuestros de niños, maternidades bombardeadas y hasta cuerpos calcinados y calculadamente desmembrados.

En estos tres años de infierno asistimos a escenas impensables: carros de combate rusos hechos chatarra, sistemas de comunicación obsoletos en las filas de un invasor que se sentía Goliat, pero ponía en primera línea de fuego a soldados de Corea del norte. Lo hemos seguido todo al minuto, avances, retrocesos, amenazas reiteradas desde el Kremlin de presionar el botón rojo. Todo y nada.

Esta guerra del imperio ruso contrataca, para hacerse con lo que Vladimir Putin siente que es suyo, se ha desarrollado como una mala producción de país del este como las que rodaban en otro siglo. Las voces de soldados que presumían por un teléfono escacharrado con sus mujeres de violaciones de otras no eran una ficción de una mente perversa. Esos audios tuvieron nombre, apellidos, rostros orgullosos a un lado y otro de la línea y hasta medallas.

En esta guerra que fue y es una invasión de Putin, los drones entraron en acción como arma determinante. Es lo más moderno que posiblemente hayamos visto. Los bombardeos desde el mar Negro, el hundimiento del puente de Crimea, el del submarino Rostov o el del buque insignia de la flota rusa, el emblemático Moskva, provocaron horror y desolación entre los enemigos que un día fueron buenos vecinos dentro de la Unión Soviética.

Las deserciones, los puertos en llamas y la oscuridad tras hacer volar por los aires las plantas eléctricas ucranianas han apagado la vida de los invadidos en estos tres años. Más de seis millones cruzaron entre campos minados y en ocasiones bajo una lluvia de misiles, a través de las fronteras en busca de refugio en Europa.

Europa, Europa, Europa. Todo pasa y ha pasado en Europa mientras Europa se palpa los bolsillos. Llega el supuesto amigo americano. Bienvenido Mr. Trump no ha sido Mr. Marshall. El plan del actor, productor, magnate, político y bestia insuperable de ese gigante que es el mundo de la comunicación, no llegó para salvar a los ucranianos. Donald Trump ha vuelto con la calculadora. Hay 500.000 millones de dólares en la cuente del debe de Ucrania. Negocio a la vista y una exigencia: me debes mucho más de lo que tienes ahora.

Trump piensa como un hombre de negocios, en quedarse (a cualquier precio) durante 30 años la explotación de tierras raras y de paso los hidrocarburos. Trump analiza cómo cobrar una factura que no era suya y da por seguro que le terminará haciendo más rico a él a y a los suyos. Trump lo tiene claro, todo sea por Make America Great Again (MAGA).

Estamos en otra fase de esta guerra interminable. Estamos en el tercer año y en el principio del cuarto. Las apuestas y desafíos se ponen sobre la mesa de Washington y de Moscú mientras pretenden dejar de convidado de piedra a Zelenski. Cuando se termine la partida, el continente incendiado tendrá que ocuparse de mantener la seguridad. Lo que le deje Estados Unidos, la misión que le encomiende Trump. Pero el tiempo sigue, sigue y sigue y la guerra, no se termina.

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