La superioridad hegemónica de EE.UU. y el «concierto de naciones» entre las grandes potencias
Casi de la noche a la mañana, Estados Unidos ha pasado de competir con sus agresivos adversarios a intimidar a sus aliados más dóciles

Los presidentes Xi Jinping y Donald Trump
En la era posterior a la Guerra Fría, Estados Unidos buscó por regla general cooperar con otras potencias siempre que fuera posible e integrarlas en un orden mundial liderado por Washington. Pero a mediados de la década de 2010 se impuso un nuevo consenso. La era de la cooperación había terminado y la estrategia estadounidense debía centrarse en la rivalidad de Estados Unidos con sus principales rivales, China y Rusia.
En 2014 el ascenso hegemónico de China ya era muy palpable y Rusia había ocupado Crimea y variado el curso de la guerra en Siria. La principal prioridad de la política exterior estadounidense era clara: mantenerse por delante de ellos.
Los rivales de Washington «estaban disputando sus ventajas geopolíticas y tratando de cambiar el orden internacional a su favor». Esto marcó la Estrategia de Seguridad Nacional de Trump, en su primer mandato, en 2017.
En 2022, la Estrategia de Seguridad Nacional de la administración Biden giró a advertir que «el desafío estratégico más apremiante al que se enfrentaban proviene de potencias que combinan un gobierno autoritario con una política exterior revisionista». La única respuesta que argumentaba entonces EE.UU. era «superar» a China en su alza hegemónica y contener a una Rusia que ya había entrado en conflicto con la invasión de Ucrania.
Ahora las relaciones con China son más tensas, especialmente al entrar en vigor los aranceles de Trump y se cierne una amenaza de represalias chinas. Pero Trump ha señalado que busca un acuerdo amplio con el presidente chino, Xi Jinping. Asesores de Trump dijeron a The New York Times que a Trump le gustaría sentarse «de hombre a hombre» con Xi para negociar los términos que regirán el comercio, la inversión y las armas nucleares. Parce girar a un relativo concierto con el resto de las potencias rivales.
Por otro lado, Trump ha intensificado la presión económica sobre los aliados de Estados Unidos en Europa y sobre Canadá y ha mostrado su intención de ganar influencia en Groenlandia y en el control del Canal de Panamá. Casi de la noche a la mañana, Estados Unidos ha pasado de competir con sus agresivos adversarios a intimidar a sus aliados más dóciles.
Algunos observadores, tratando de dar sentido a este comportamiento de Trump, han intentado volver a encajar sus políticas en el marco de la competencia entre grandes potencias. Según este punto de vista, el acercamiento al presidente ruso Vladimir Putin es «una política de grandes potencias en su máxima expresión», incluso hablan de un «Kissinger a la inversa», diseñado para dividir la alianza entre China y Rusia. Otros han sugerido que Trump simplemente está aplicando un estilo más nacionalista de competencia entre grandes potencias, que tendría sentido para Xi y Putin, así como para Narendra Modi, en la India o Viktor Orbán, en Hungría.
China y Rusia son los principales antagonistas. Aunque aparecen otros personajes secundarios como Irán, Corea del Norte y una serie de actores no estatales. Pekín y Moscú destacan como potencias cómplices en debilitar a Estados Unidos.
Para la administración Trump, en su primer mandato, el relato se basaba en los intereses nacionales: estas potencias revisionistas buscan «erosionar la seguridad y la prosperidad estadounidenses». Con Biden, el enfoque pasó de los intereses a lo puramente ideológico: Washington tenía que competir con las principales potencias autocráticas para garantizar la seguridad de la democracia liberal y la expansión de un orden internacional basado en normas, que derivaron en un «credo globalista» que había que aceptar dogmáticamente.
Ahora, Trump parece ver a Xi y Putin como líderes «inteligentes y duros» que «aman a su país». Ha subrayado que se lleva bien con ellos y los trata como iguales, a pesar de que Estados Unidos sigue siendo más poderoso que China y mucho más fuerte que Rusia.
La idea del «concierto» inspiró la visión del presidente estadounidense Franklin Roosevelt de que Estados Unidos, la Unión Soviética, el Reino Unido y China eran «los cuatro policías» que garantizarían la seguridad mundial tras la Segunda Guerra Mundial. Eso, sin embargo, no evitó tensiones y una larga Guerra Fría.
En una narrativa de la competencia entre grandes potencias, esos países se posicionaban como enemigos implacables, ideológicamente opuestos al orden liderado por Estados Unidos. En una narrativa del concierto, China y Rusia ya no aparecerían como antagonistas puros, sino, en algunos aspectos, como socios potenciales que colaboran con Washington para preservar sus intereses colectivos.
Esto no quiere decir que los socios del concierto se conviertan en amigos íntimos, ni mucho menos. Un orden de concierto seguirá viendo la competencia, ya que cada uno de estos hombres fuertes busca la superioridad hegemónica, pero al mismo tiempo reconocerían que los conflictos entre ellos deben atenuarse para poder enfrentarse al verdadero enemigo: las fuerzas del desorden.
Esto es la teoría, en la práctica ya veremos qué ocurre.