Fundado en 1910
Juan Rodríguez Garat Almirante (R)
Análisis militarJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Cuando habla Putin, Europa debe actuar

La negativa de Putin la esperábamos todos. Si acaso, pudiera sorprendernos el nivel de algunas de las excusas que se publican en su domesticada prensa

Act. 13 may. 2025 - 12:57

El presidente ruso, Vladimir Putin

El presidente ruso, Vladimir PutinAFP

«Estamos dispuestos a entablar negociaciones serias con Ucrania. Su objetivo es eliminar las causas profundas del conflicto y establecer una paz duradera y a largo plazo en la perspectiva histórica». Esas han sido las palabras que el Komsomólskaya Pravda prefirió destacar de las últimas declaraciones de Putin, pronunciadas con nocturnidad y alevosía cuando lo que el mundo esperaba era una respuesta clara al ultimátum dado en Kiev por las más influyentes potencias europeas: tregua de 30 días a partir del 12 de mayo o nuevas sanciones económicas. La negativa del dictador del Kremlin, desde luego indirecta —sabe que así le será más fácil al presidente Trump dejarse engañar— hay que encontrarla en ese «sin condiciones previas» que exige para comenzar las supuestas negociaciones.

Mientras sus soldados mueren en el frente —medios independientes han publicado recientemente los nombres de 107.620 rusos fallecidos en la guerra, cifra a la que hay que sumar los mercenarios de otros países y un gran número de desaparecidos, probablemente caídos en combate— Putin lucha con las palabras. No hay nada que reprocharle por eso, desde luego. Ese es el papel de los líderes políticos, ya sean agresores o víctimas. El impasible dictador ruso, además, tiene su público. Lo que puede sorprender es que entre ese público se encuentre el presidente norteamericano, que parece haber vuelto a picar el anzuelo y ahora pide a Zelenski que acepte participar en la nueva farsa de Estambul. Son tan frecuentes los cambios de estrategia en la política exterior de Trump que quizá se haya olvidado de que fue él quien primero puso sobre la mesa la idea de la tregua. Tan frecuentes que, en verdad, empiezan a parecer parte del paisaje: los miramos, pero no les hacemos demasiado caso.

Una negativa esperada

La negativa de Putin la esperábamos todos. Si acaso, pudiera sorprendernos el nivel de algunas de las excusas que se publican en su domesticada prensa. No hace muchos días, el citado Komsomólskaya Pravda argumentaba que todo el asunto de la tregua respondía a un malvado plan de Zelenski. Según el diario ruso, lo que esperaba del alto el fuego el pérfido ucraniano era que su incauto pueblo saliera a celebrarlo para que así sus secuaces pudieran encontrar en la calle a los ciudadanos más remisos y movilizarlos a la fuerza.

Solo un punto por encima de la credibilidad del Komsomólskaya Pravda están el ministro de exteriores ruso, Serguei Lavrov, y Dmitri Peskov, el portavoz del Kremlin. Ambos nos han dejado claro en infinidad de ocasiones lo que el líder ruso entiende por negociaciones. En cierto modo hay que agradecerles su falta de complejos, como si de verdad creyeran —es posible que lo hagan— que es un derecho de Rusia imponer su voluntad a sus vecinos. Gracias a ellos nadie puede llamarse a engaño: la 'operación especial' —insisten ambos ante quien quiera oírlos— debe alcanzar todos los objetivos ordenados por Putin. Si Ucrania se resiste, será el Ejército ruso quien le obligará a ceder.

Bajo este prisma, en el que la fuerza militar es la única «baza de negociación» de que dispone Putin, ¿cómo puede aceptar el dictador una tregua que le deje sin argumento alguno?

El futuro de las negociaciones

Descartada la tregua, que el Kremlin ha calificado de «ultimátum inaceptable para Rusia», volvamos a las negociaciones. ¿Qué cabe esperar de ellas? El propio Putin las condena al fracaso cuando asegura que partirá de las conversaciones de Estambul. Sobre las reuniones celebradas hace tres años en Turquía, el rusoplanismo ha escrito infinidad de falsedades que conviene desenmascarar. Es cierto que se alcanzó un principio de acuerdo sobre la futura neutralidad de Kiev y sobre algunos detalles menores ya contemplados en los acuerdos de Minsk. Sin embargo, todo se fue al traste cuando Rusia puso sobre la mesa lo que de verdad quería obtener de Ucrania entonces: la cesión formal de Crimea y el reconocimiento de la independencia —la anexión a Rusia estaba prevista para después— de las dos repúblicas rebeldes del Donbás.

Un tranvía circula por una calle junto a un mural militar titulado "Fantasma de Kiev" en el barrio de Podil, Kiev

Un tranvía circula por una calle junto a un mural militar titulado «Fantasma de Kiev» en el barrio de Podil, KievAFP

¿Cuál es hoy la oferta de Putin? Si no fuera porque de él nada nos sorprende nos chocaría que, ahora que su Ejército controla bastante menos territorio —desde entonces Rusia se retiró de las regiones de Kiev, Chernígov y Sumy, y Ucrania recuperó la de Járkov casi completa y la capital de Jersón— el dictador exija más: cuatro regiones en vez de dos.

¿Qué es lo que alega Putin para justificar sus pretensiones? Como ocurre sobre el terreno, las ofensivas verbales también se suceden unas a otras cuando no tienen éxito. Durante una época, los portavoces del Kremlin trataron de disimular el término «conquista» bajo el eufemismo de «las realidades sobre el terreno». Supongo que, en privado, se felicitaban por su astucia, aunque no han conseguido engañar ni siquiera al presidente Trump.

Dos años después, los rusos prefieren esconder los objetivos de su guerra detrás de unas palabras que suenan bien —¿quién no querría eliminar las «causas profundas de un conflicto»? se pregunta estos días el Komsomólskaya Pravda— y que les sirven para justificar sus crímenes contra la humanidad. ¿Cuáles son esas causas? Dejémoslo claro. Además de la «expansión» de la OTAN —un pretexto más que una causa, que se desenmascara a sí mismo cuando uno repara en que la integración de Ucrania ya está descartada y que sobre otras políticas aliadas nada pueden negociar Putin y Zelenski— las causas de esta guerra son tres: la independencia de Ucrania, su soberanía y su integridad territorial. La deseada «paz duradera» se conseguirá cuando Putin se apodere de la república vecina y la integre en la Federación Rusa, ya no como un igual —que ese era su estatus en la Unión Soviética— sino como una conquista del nuevo imperio ruso.

La hora de Europa

Zelenski, desde luego, no va a ceder. Es obvio que está dispuesto a aceptar un acuerdo a la coreana que deje en poder de Rusia el terreno que domina de facto —eso es lo que, en la práctica, persigue el alto el fuego— pero no entregará a Rusia nada que pueda defender. Y bajo ningún concepto reconocerá de iure las conquistas rusas.

¿Por qué es importante que no lo haga? Porque un acuerdo formal de cesión eliminaría los derechos que el Convenio de Ginebra concede a los habitantes de las zonas ocupadas por el hecho de serlo y los convertiría en súbditos de Putin, sin más protección que la limitada capacidad para la compasión que tiene acreditada el criminal ruso.

Además, por si el ucraniano tuviera alguna duda, Putin se empeña en no ofrecer a Zelenski más que su palabra a cambio de su rendición. Lo mismo, por cierto, que le ofreció al difunto Prigozhin. El dictador olvida deliberadamente que Ucrania ya tuvo la palabra de Rusia cuando cedió sus armas nucleares y que fue él mismo quién convirtió el Memorándum de Budapest en un papel mojado. ¿Cuántas cosas más quiere comprar el ruso con el mismo billete falso?

Nadie se fía ya de la palabra de Putin, y pocos lo hacen de la de Trump. Ahora es el momento de que Europa cumpla los ofrecimientos hechos a Zelenski e imponga las sanciones que prometió al dictador ruso. Es hora de que Europa —y me gustaría mucho ver a España en primera línea— demuestre ante el mundo que sí tiene palabra. Crucemos los dedos.

comentarios
tracking

Compartir

Herramientas