Kim Jong-un y su amenaza de domesticar al mundo mediante el fuego
Mientras figuras como Kim Jong-un instrumentalizan el fuego para doblegar voluntades, en España y Portugal se libra una batalla sospechosa contra un enemigo sin rostro
Kim Jong-un supervisando unos ejercicios de tiro de sus tropas
En septiembre del 2017 el líder norcoreano Kim Jong-un amenazó al «viejo chocho» de Donald Trump con domarlo mediante el fuego; ya en el 2014 había mandado a quemar vivo a uno de sus ministros. Más tarde prometió que doblegaría al mundo mediante las llamas. De la locura pirómana de este personaje poco se habla.
Las palabras incendiarias de Kim Jong-un son tan sólo una muestra del inquietante teatro político que despliega en la arena mundial, al que casi nadie hace caso. Su retórica, marcada por la violencia y el espectáculo, busca no solo intimidar a sus rivales, sino sembrar temor y sumisión más allá de las fronteras norcoreanas. En septiembre de 2017, cuando arremetió contra Donald Trump con la amenaza de «domarlo mediante el fuego», no se trataba únicamente de un cruce de insultos entre líderes; era una declaración explícita sobre el poder destructivo que deseaba encarnar.
El fuego, tanto literal como simbólico, ha sido una herramienta recurrente en los discursos y estrategias de distintos actores políticos. Mientras en Corea del Norte se utiliza como amenaza y espectáculo, en otras latitudes, como en Estados Unidos, el devenir de los incendios forestales se convierte en argumento para especulaciones y controversias. Por ejemplo, se comenta que la extensión de los bosques quemados se habría frenado durante la administración de Joe Biden, para luego reanudarse bajo el mandato de Donald Trump, especialmente en California, Utah, etcétera. Bajo esa premisa, resulta sencillo sembrar la sospecha, alimentar teorías y buscar responsables, en una dinámica donde las llamas no sólo devoran paisajes, sino también certezas y consensos; una forma más de imponer el terror.
En este contexto, el fuego deja de ser solo metáfora de poder y amenaza y se convierte en un fenómeno tangible que devora territorios y vidas en la península ibérica. En plena ola de calor, España enfrenta una serie de incendios devastadores que arrasan el noroeste, el centro y el sur del país, dejando tras de sí paisajes calcinados y, lamentablemente, la pérdida de vidas humanas, como la ocurrida recientemente en Tres Cantos, Madrid. Portugal, por su parte, también batalla contra las llamas, especialmente en sus regiones norte y central, donde cientos de bomberos se movilizan día y noche en un esfuerzo titánico por contener el avance voraz del fuego.
Las llamas, que en el discurso político se usan para infundir miedo y reafirmar dominio, aquí se manifiestan como una amenaza concreta y silenciosa, impulsada por temperaturas extremas y vientos cambiantes. Esta tragedia evidencia la vulnerabilidad de los paisajes ibéricos y la culpabilidad de políticas flojas y resentidas. Mientras figuras como Kim Jong-un instrumentalizan el fuego para doblegar voluntades, en España y Portugal se libra una batalla sospechosa contra un enemigo sin rostro, que exige respuestas urgentes para proteger a la población y su entorno.
En este verano del 2025, la región de Aude, situada en el sur de Francia, famosa por sus paisajes vitivinícolas, sus colinas de garriga y sus pueblos medievales, se ha visto profundamente marcada por una serie de incendios forestales que alteraron la vida local y pusieron en jaque los recursos de emergencia del país.
Aude, como otras zonas del Mediterráneo europeo, ha experimentado en los últimos años un aumento en las temperaturas, veranos más secos y episodios de viento fuerte, especialmente el célebre tramontano, factores que contribuyen a elevar el riesgo de incendios forestales. En 2025, las olas de calor prolongadas y la escasez de lluvias provocaron que los suelos y la vegetación se encontraran en condiciones de extrema sequedad desde finales de junio. Aunque también es cierto que la presencia de elementos foráneos denunciados por los habitantes en la zona ha puesto en jaque la controversia entre cambio climático y terrorismo forestal.
Durante julio y agosto, varios focos de incendio se declararon en los alrededores de Carcassonne, Limoux y Narbonne, afectando tanto bosques de pino como áreas agrícolas y viñedos. El fuego avanzó con rapidez debido a los vientos cambiantes y la alta temperatura, obligando a la evacuación preventiva de aldeas y campamentos turísticos. Las autoridades locales activaron el plan ORSEC, movilizando a cientos de bomberos, aviones cisterna y voluntarios, quienes lucharon día y noche para contener el avance del fuego. En total, más de 4,000 hectáreas fueron afectadas, con especial daño en los bosques de la Montagne Noire y los viñedos de Minervois. Más de 300 personas fueron evacuadas en distintas fases, y se reportaron daños materiales en viviendas rurales, bodegas y caminos forestales. La calidad del aire se deterioró notablemente, registrando niveles elevados de partículas finas y humo en ciudades como Carcassonne y Narbonne. La fauna local, incluyendo aves y pequeños mamíferos, se vio desplazada y algunos ecosistemas sufrieron daños irreparables.
Vecinas y vecinos del Aude se organizaron para dar apoyo a las personas evacuadas y proteger animales domésticos y ganado. Los viticultores y agricultores lamentaron la pérdida de cosechas y la amenaza al patrimonio natural y económico de la región. Las escuelas y centros comunitarios abrieron sus puertas para acoger a quienes no podían regresar a sus hogares. El gobierno a lo suyo.
A nivel ambiental, los incendios supusieron una grave erosión del suelo, afectando la capacidad de regeneración de las especies autóctonas y poniendo en riesgo la biodiversidad local. Las autoridades anunciaron medidas para reforzar la prevención, como la limpieza de zonas forestales (imprescindible), campañas de concienciación y el refuerzo de la vigilancia con drones y patrullas.
La emergencia vivida en Aude puso de relieve la fragilidad de los territorios mediterráneos ante la necesidad de colaboración entre países y regiones para enfrentar el aumento de las catástrofes naturales y perniciosas. La experiencia de Aude se suma a la de otras regiones europeas que comparten el reto de vivir y convivir con el fuego, buscando equilibrar la conservación natural y el desarrollo humano bajo el signo de la incertidumbre, entre la maldad y la presunción. Kim Jong-un no sería el único que anhelaría domar al mundo occidental mediante las llamas.