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Roberto Starke
AnálisisRoberto Starke

¿La revancha de los marginados? cómo el estilo trumpista impulsó a un socialista en Nueva York

Cuando el presidente posa sus ojos en el nuevo alcalde de Nueva York, seguramente ve con orgullo la confirmación de que su estilo se ha convertido en un paradigma con capacidad para moldear el corazón político estadounidense en lo que resta del siglo

Donald Trump, presidente de los Estados Unidos y Zohran Mamdani alcalde electo de Nueva York

Donald Trump, presidente de los Estados Unidos y Zohran Mamdani alcalde electo de Nueva YorkAndrew Harnik / AFP

El escenario de la política moderna marcada por la confrontación y la agresividad discursiva tuvo, sin embargo, una manifestación inusual el pasado 21 de noviembre: en el Despacho Oval de la Casa Blanca el recién electo alcalde de Nueva York, Zohran Mamdani, sostuvo un cordial encuentro con el presidente Donald Trump.

Mientras ambos intercambiaron elogios y apretones de manos, algunos interpretaron la escena como un gesto de gentileza política, aunque la realidad es más compleja.

Trump no decidió recibir a Mamdani simplemente por ser alcalde de la ciudad más importante del país, sino porque quiso conocer de primera mano a un líder nacido del agotamiento de la política tradicional, un liderazgo que capitaliza la catarsis del votante a través de posturas radicales y símbolos identitarios. En otras palabras, un líder parecido a él, que comparte raíces análogas al «trumpismo», que posiblemente no hubiese existido sin el cambio de paradigma que el mismo Trump ha sembrado en Estados Unidos.

Es importante comprender que Trump no buscó encontrarse con un antagonista ideológico, sino con uno de los frutos más visibles del clima político que él mismo contribuyó a moldear. Ese día en el Despacho Oval, el presidente se reunió con un representante del estilo que el movimiento MAGA ha extendido incluso más allá de su propio partido. Así lo evidenció el nivel de respeto y reconocimiento que Trump otorgó a Mamdani durante su paso por Washington.

En Estados Unidos, el liderazgo de corte populista, el que muchos creían superado, se ha convertido en la tendencia más clara para conectar con el electorado. La frustración social canalizada mediante propuestas simplistas y discursos demagógicos tiene hoy un peso sin precedentes. Trump ha dejado de ser el outsider anómalo del sistema para transformarse en la cara visible de una nueva generación de políticos que han reformulado la forma de acceder y ejercer el poder.

El ascenso de Mamdani sigue, sin embargo, una lógica particular. Su popularidad supera el 75% entre los votantes jóvenes, lo que revela un cambio generacional profundo. El mito de la movilidad ascendente estadounidense se encuentra en crisis y, justamente, Nueva York como epicentro simbólico de ese sueño terminó de evidenciar esa ruptura con la elección de su nuevo alcalde.

La elección de la Gran Manzana tiene un peso más ideológico y narrativo que programático, ya que las propuestas de Mamdani presentan una ambición fiscal que excede las capacidades reales de la ciudad. Ni siquiera una fuerte suba de impuestos podría financiar plenamente su agenda, además de que cualquier incremento agresivo requeriría el aval de la gobernadora demócrata Kathy Hochul, del estado de Albany, ha marcado distancia de Zohran, temerosa de sus anuncios produzca una fuga de contribuyentes. En la legislatura local, Zohran no cuenta con mayorías sólidas, lo que hace que su «programa de gobierno» con fuertes componentes socialistas y populistas, no se imponga.

Aun así, Trump lo honró en el Despacho Oval reconociendo su epopeya electoral. Si analizamos el caso desde una mirada convencional, Mamdani representa prácticamente lo opuesto al «trumpismo»: un inmigrante naturalizado, musulmán practicante y socialista declarado. Pese a ello, el presidente ignoró todas esas diferencias, ya que no lo ve como un adversario ideológico, sino como un dirigente que refleja una versión joven del estilo político que él mismo encarna. Además, en su fuero íntimo, considera que va a ser la «encarnación del fracaso».

El marketing electoral de Mamdani se apoyó en símbolos y una estética cuidadosamente elaborada para el Nueva York del siglo XXI, con una barba prolija, sonrisa impostada y una colección de anillos de plata en sus manos que lo acompañaban en cada acto. Supo construir íconos para su electorado del mismo modo en que las gorras rojas de Trump se volvieron una marca registrada del nuevo conservadurismo.

Sus discursos estuvieron marcados por fuertes críticas a las élites neoyorquinas, asegurando que las autoridades habían gobernado durante años una ciudad rica para personas ricas. Quienes se sintieron al margen de ese modelo acudieron a Mamdani como una catarsis electoral que terminó por darle el 50,3% de los votos frente a su rival, Mario Cuomo, símbolo de la vieja política neoyorquina, que saco un 41,6%.

Incluso dentro del electorado judío, este dirigente logró reunir cerca de un tercio de los sufragios, demostrando que ni la religión ni los clivajes tradicionales logran imponerse cuando la narrativa política se articula en torno a la idea de una lucha entre élites y marginados. Probablemente ese sea el punto que Trump identificó en la carrera de Mamdani y que le permitió verse reflejado en el nuevo alcalde.

Está claro que Trump fue el primero en abrir la «caja de pandora» del neopopulismo estadounidense, pero su ascenso al poder fue apenas el tráiler de un cambio más profundo. La sociedad estadounidense, en línea con gran parte de las democracias occidentales, muestra un cansancio evidente frente a la intermediación institucional de la política representativa.

Quizás ahora algún sector del Partido Demócrata ha captado este nuevo estándar de éxito político. La victoria de Mamdani coincidió con el avance demócrata en Virginia, Missisipi y Nueva Jersey, donde al menos quince legisladores republicanos perdieron su reelección.

El estrecho apretón de manos entre Trump y Mamdani deja un mensaje claro: el trumpismo como forma de hacer política ha dejado de ser una anomalía para convertirse en un método efectivo de conectar con el votante, sin importar su carga ideológica. Lo que el presidente ha moldeado no ha sido un dogma, sino un estilo de legitimidad directo y energizante. Los riesgos que estas formas plantean para la democracia son preocupantes, pero quedan opacados por su eficacia, que ya trasciende partidos e ideologías.

Cuando el presidente posa sus ojos en el nuevo alcalde de Nueva York, seguramente ve con orgullo la confirmación de que su estilo se ha convertido en un paradigma con capacidad para moldear el corazón político estadounidense en lo que resta del siglo.

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