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19 de mayo de 2024

Imagen de archivo del periodista Bernard Pivot

Imagen de archivo del periodista Bernard PivotEFE

Bernard Pivot (1935-2024)

El librero de todos los franceses

Convirtió Apostrophes en una cita televisiva que trascendía el ámbito galo: solo él pudo dominar a un Bukowski completamente borracho o sacar lo mejor de Solzhenitsin

Imagen de archivo del periodista Bernard Pivot
Nació en Lyon el 5 de mayo de 1935 y falleció en Neuilly-sur-Seine el 5 de mayo de 2024

Bernard Pivot

Periodista cultural

Antes de iniciar su gran aventura televisiva, que le dio proyección internacional, se hizo un nombre como redactor jefe de 'Le Figaro'. Pero siempre en el periodismo cultural.

El decorado de Apostrophes era austero: tono grisáceo, sillas que parecían sacadas de las rebajas de unos grandes almacenes dispuestas en torno a una mesa baja. Tras sonar un extracto del Primer Concierto de Rachmaninov, sintonía del programa, Bernard Pivot abría una tertulia con cuatro o cinco invitados que venían a hablar de su producción bibliográfica más reciente. Hasta aquí, nada extraño. Sin embargo, había una condición sine qua non que convertía a Apostrophes en una cita única: cada invitado se comprometía a leer el libro de los demás antes de llegar al programa. Era la estratagema de Pivot para estimular la tertulia.
La fórmula resultó exitosa desde su inicio, en enero de 1975, hasta la última edición, en junio de 1990, con una media consolidada de dos millones de televidentes cada viernes a partir de las 21.30 y durante 75 minutos. Abundaron las escenas inolvidables. Por ejemplo, la de Charles Bukowski, novelista de moda en los setenta, completamente ebrio y faltando el respeto al resto de participantes: Pivot, sin perder la calma, logró dominarle hasta que abandonó el plató.
O aquel programa sórdido y frío entre Jean d’Ormesson y Marguerite Yourcenar, mundialmente famosa por sus «Memorias de Adriano»: ambos se despreciaban mutuamente, pero el primero había propiciado la candidatura de la segunda a la Academia Francesa. Convenía, pues, juntarles. También permanecen en la retina de muchos las entrevistas a un Aleksandsr Solzhenitsin recién expulsado de la Unión Soviética.
A veces, Pivot se desplazaba a casa de grandes escritores ya entrados en edad, como Vladimir Nabokov, autor de Lolita, que puso condiciones rayanas en el capricho pueril para participar en el programa, o el belga Georges Simenon: Pivot consiguió que evocase el suicidio de su hija. Pivot, entrevistador y moderador fuera de lo común, que también cometía errores: el más grave, tal vez, fue el de banalizar, por no decir despreciar, las intervenciones de la quebequesa Denise Bombardier acorralando a Gabriel Matzneff por unas prácticas pedófilas de todos conocidas, pero tapadas por la ley del silencio entonces en vigor en los ambientes intelectuales parisinos.
Apostrophes, evidentemente, tenía un impacto decisivo en la industria editorial francesa: quien no saliese en programa, pese a la calidad de su obra, podría verse condenado al ostracismo. Régis Debray no dudó en hablar de la «arbitrariedad de un solo hombre», en clara referencia a Pivot, que leía un libro diario para preparar el programa. Hasta que decidió que había llegado el momento de dejarlo. Al cabo de unos meses reapareció con un sucedáneo, llamado Bouillon de culture, que se mantuvo una década en antena, pero desprovisto del aura de Apostrophes.
La popularidad de Pivot permaneció intacta a lo largo de veinte años sin programa de gran audiencia. Por ejemplo, con sus campeonatos de ortografía. O con sus columnas en Le Journal du Dimanche. Sin embargo, detrás de su figura de simpático –lo era–, se escondía un hombre de carácter: sin ir más lejos, en 1965, cuando dirigía el suplemento literario de Le Figaro, se negó a contribuir al regalo a François Mauriac por sus ochenta años. «Era insoportable». Toda una osadía en aquella época.
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