La Duquesa de Kent
Su Alteza Real la Duquesa de Kent (1933-2025)
Una dedicación abnegada a la Corona
A sabiendas de que unía su destino al de un segundón que nunca reinaría, su labor representativa fue un activo para la Monarquía de Isabel II antes de convertirse al catolicismo y abandonar paulatinamente la vida pública
Katharine Lucy Mary Worsley
Duquesa de Kent
De su matrimonio con el Duque de Kent nacieron tres hijos: el Conde de Saint Andrews, lady Helen Taylor y lord Nicholas Windsor. Estaba en posesión de la Gran Cruz de la Orden Real de Victoria.
El 8 de junio de 1961 la catedral de York acogía su primera boda real en 633 años con motivo del matrimonio del Príncipe Eduardo, Duque de Kent, primo hermano de Isabel II en su condición de primogénito del hijo menor de Jorge V con Katherine Worsley, hija de sir Marcus Worsley, baronet, es decir, cabeza de un linaje nobiliario con dignidad caballeresca hereditaria, pero sin título, asentado en Yorkshire desde hacía 250 años. Al enlace asistieron, además de la Familia Real británica al completo, una amplia representación de la realeza europea, entre la que se encontraba don Juan Carlos, aún Príncipe de Asturias como heredero de su padre, y la Princesa Sofía de Grecia: en aplicación del viejo dicho, de una boda salió otra.
Mas para la novia de aquel día, el acontecimiento significó algo más que una unión conyugal: supuso unir su destino al de un segundón, a sabiendas de que nunca reinaría, pues en ese momento, ocupaba el octavo puesto en la línea de sucesión. La nueva Duquesa de Kent era, pues, consciente, en virtud de esa regla no escrita de la Corona británica según la cual sus miembros segundones participan en la vida pública –para así extender la representación a los lugares más recónditos del Reino Unido y la Commonwealth–, de que le esperaba una existencia de inauguraciones, entregas de premios, acciones caritativas y culturales de diversa índole así como una relación estrecha con las Fuerzas Armadas como colonel-in-chief de algún que otro regimiento.
Otro reto que afrontaba la nueva duquesa era recoger el guante de su suegra, Marina de Kent, nacida Princesa de Grecia y Dinamarca, dotada de una fuerte personalidad –forjada en los sucesivos exilios de su familia paterna y en su prematura viudedad a raíz de la muerte del Príncipe Jorge en 1942– y de una elegancia única entre las royals de su época. También la joven aristócrata debía compaginar las tareas de representación con la vida militar de su marido –oficial en activo del regimiento blindado The Royal Scots Greys entre 1956 y 1976–, que le llevó a residir durante breves periodos en Alemania y Hong Kong.
La Duquesa de Kent superó todos esos entuertos con espíritu, valor y resolución, incluso cuando tuvo que soportar dramas personales como un aborto natural en 1974 y un niño nacido muerto en 1977. Ni en esos años, pese a la inevitable depresión, faltó a las finales masculina y femenina de Wimbledon, eventos que le otorgaban visibilidad planetaria. Sin embargo, en torno al cambio de siglo, sintió la necesidad de abandonar paulatinamente la vida pública, grave decisión para la cual pidió permiso a Isabel II. Le fue concedido.
Mas la retirada de los focos no implicó una jubilación clásica: la Duquesa de Kent, que renunció al tratamiento de Alteza Real en 2002, se dedicó, como profesora, a inculcar el valor educativo y transformador de la música a niños desfavorecidos. Lo hizo, además, dentro de una renovación espiritual que plasmó en enero de 1994 con su conversión al catolicismo, siendo el primer miembro de la realeza británica que encarrilaba tan importante paso desde la princesa Beatriz de Sajonia-Coburgo, esposa del Infante don Alfonso de Orleans, en 1928.
Este cambio radical no afectó a la posición sucesoria del Duque de Kent, pues cuando se casó, su mujer profesaba la fe anglicana. Mas, de alguna manera, sentó cátedra: unos años después, su hijo menor, lord Nicholas Windsor, siguió sus pasos. No fue la única originalidad de la duquesa, pues hubo otra involuntaria: como descendiente de Cromwell, a través de una de sus hijas, entroncó ese parentesco, el de quien mandó decapitar a Carlos I, con el de la Familia Real contemporánea.