Buen gestor político, polémico gestor financiero

José Luis Olivas Sanz ha dejado este mundo con la satisfacción, confirmada el pasado mes de enero por la Audiencia Nacional, de su absolución en el caso de la falsificación de las cuentas del Banco de Valencia, entidad que presidió, junto a Bancaja, tras su marcha de la política. Sin embargo, quedó como firme su condena de año y medio de prisión por otra falsificación, la de una factura de 500.000 euros, más el IVA de 80.000, por unos servicios de asesoría supuestamente prestados a Vicente Cotino, cuyo tío, Juan Cotino, fallecido en 2020, fue presidente de Las Cortes Valencianas y director general de la Policía.

En realidad, nunca se materializaron dichos servicios, por lo que la operación ficticia desembocó en una perdida para el erario de unos 150.000 euros. Olivas reaccionó con decoro a la condena renunciando a los privilegios que le correspondían como antiguo presidente de la Generalidad Valenciana -el cuarto desde la aprobación del Estatuto de Autonomía-, cargo que desempeñó entre el 24 de julio de 2002 y el 20 de junio de 2003. Sustituía a Eduardo Zaplana, quién había sido nombrado ministro de Trabajo y Asuntos Sociales por José María Aznar.

Bajo la batuta del primer presidente valenciano perteneciente al Partido Popular, Olivas fue consejero de Economía y Hacienda y vicepresidente primero entre 1995 y 2002. Mas sus inicios en política hunden sus raíces en la Transición: abogado nacido en Motilla del Palancar (Cuenca), formado en la Universidad Complutense y afincado en Valencia en los setenta, se adhirió a Unión de Centro Democrático animado por Emilio Attard, en cuyo bufete había trabajado poco después de terminar la carrera.

Olivas fue elegido concejal del Ayuntamiento de Valencia en las primeras elecciones municipales de la democracia celebradas en 1979. Pero el rodillo socialista en Valencia, tanto a nivel municipal como autonómico, le obligó a ejercer su profesión de abogado, no desempeñando cargo electo durante más de una década. Hasta que Zaplana logró desalojar a Joan Lerma de la presidencia de la Generalidad. Desde entonces y durante 7 años, Olivas fue un eficaz consejero y discreto presidente, que tuvo que ceder el puesto a Francisco Camps de cara a los comicios de 2003. Se recicló en la presidencia de entidades financieras, quedando atrapado en el torbellino de las fusiones y rescates de principios de este siglo.