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Jorge MartínezEl Debate

Jorge Martínez (1955-2025)

El alma irreverente del rock de los 80

Fallece a los setenta años el eterno líder de Ilegales, un músico libre y políticamente incorrecto que siempre vivió a contracorriente

Nació en Avilés cuando Avilés todavía era Avilés, una ciudad oxidada y despojada de adornos. Él también era un tipo crudo y sin adornos, que iba por la vida sin dar mucha importancia a las opiniones ajenas. Lo tildaron de pendenciero y bocazas. Se autoproclamó macarra. Todo eso era cierto. Su amor por el rock sólo rivalizaba con su afición a las trifulcas. Durante un tiempo, se paseaba por las noches de Gijón armado con un stick de hockey por si alguien buscaba pelea.

Nació el 1 de mayo de 1955 en Avilés y murió el 9 de diciembre en Oviedo

Jorge María Martínez García

Cantante y líder de Ilegales

Inició la carrera de Derecho en su Asturias natal, pero pronto abandonó los estudios por el rock, convirtiéndose en una de las figuras más influyentes de la escena nacional. Cantante, guitarrista y líder de Ilegales, durante cuarenta años peleó contra todo y contra todos.

Aterrizó en la música sin mucha épica, de la mano de Manolo Carrizo y su Conjunto, una orquesta de pueblo que tocaba en las fiestas patronales. En los primeros ochenta, cuando la industria estaba en plena hecatombe por la reconversión, decidió agarrar una guitarra para contar al mundo su inmenso cabreo. En Asturias llovían pelotas de goma y despidos cuando fundó Ilegales junto a su hermano Juan. A partir de ahí, Jorjón ya fue para siempre Jorge Ilegal.

Durante cuarenta años fue el cantante, guitarrista y líder absoluto de Ilegales. Desde que se presentaron en 1982 con un trabajo casi clandestino, que titularon a secas con el nombre de la banda. La reedición del álbum, con foto de la legendaria Ouka Lele en la portada, los lanzó de cabeza a algo parecido al éxito. Jesús Ordovás los aupó desde los micrófonos de Radio 3. Ahí estaban ya Tiempos nuevos, tiempos salvajes y Hola, mamoncete, himno de muchas barras de muchos bares durante aquella década. Lo siguieron una colección de discos donde la banda, siempre con Jorge al frente, exhibía un sonido implacable y unas letras poderosas. Los títulos resumen la fórmula mucho mejor que cualquier necrológica: Agotados de esperar el fin, Todos están muertos, Chicos pálidos para la máquina, Regreso al sexo químicamente puro, El corazón es un animal extraño, Si la muerte me mira de frente, me pongo de lao, El apóstol de la lujuria y Mi vida entre las hormigas.

Se entregó al rock en una época en la que parecía que el pulso lo iban a ganar las bandas de pop blandito, tipo Hombres G o Duncan Dhu. Él siguió a lo suyo y fue el alma irreverente de aquella Movida de la que ya no se sabe muy bien qué ha trascendido, salvo esa juerga colosal que, durante una larga noche, convirtió a Madrid en el epicentro del mundo.

Era irreverente y políticamente incorrecto. Si entonces ya hubiesen inventado la máquina de cancelar artistas, habría sido el primero de la lista. Regalaba titulares como si las frases saliesen ya enmarcadas de su boca, pero las entrevistas eran un campo de minas. En cualquier momento, la conversación y el propio periodista podían saltar por los aires, hechos trizas.

Fue genuino hasta el final, en un tiempo en que los sucedáneos nos engullen como arenas movedizas. Coleccionaba soldaditos de plomo, pero el Fary nos confirmaría que Jorjón era todo lo opuesto a un hombre blandengue. Nunca blandeó. Ni siquiera en los últimos tiempos, cuando el cáncer ya sacudía fuerte. La enfermedad lo obligó a suspender en septiembre la gira de su último disco, llamado nada menos que Joven y arrogante. Resistió casi hasta el último instante en el centro del escenario. Como esos toros que, cuando ven llegar la muerte, no buscan el abrigo de las tablas, sino que prefieren recibirla plantados en medio de la plaza.

Le gustaba repetir una frase hermosa y rotunda como los grandes versos: «Hay que ser muy duro para ser de los buenos». Asumió todos los riesgos y huyó de todas las complacencias. Hizo siempre lo que le dio la gana. No es un mal epitafio para una vida a contracorriente.