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25 de abril de 2024

El puntalAntonio Jiménez

Lágrimas de cocodrilo

Este Gobierno pretende que se estudie en las escuelas una memoria sesgada y partidista de la Guerra Civil y del franquismo mientras se desentiende de los 40 años de terror etarra

Actualizada 01:26

Diez años después de su final, la sombra de ETA sigue siendo alargada en el País Vasco. Así lo intuyen los periodistas que, como mi compañero del grupo Cope Fernando de Haro, necesitó la escolta de dos ertzainas de paisano para moverse sin contratiempos por algunas calles de Hernani, Mondragón o Bilbao. El miedo y la intimidación no se han disipado después de diez años porque los herederos políticos y sociales de la banda se han encargado de seguir alimentando el mismo clima de exclusión y hostigamiento contra lo español y, por tanto, contra las víctimas. No hay coches bomba, ni pistolas. Sin embargo, la propaganda etarra se exhibe en algunas calles y plazas. Una insultante iconografía como huella imborrable de un tiempo en el que unos utilizaban las pistolas y las víctimas ponían sus nucas.
«Aquello no debió producirse» ha dicho Otegi en su impostada y fingida declaración de empatía con las víctimas, términos copiados por cierto del último comunicado de ETA. Pero «aquello» no se produjo casualmente, ni fue consecuencia de una calamidad sobrevenida, sino de la acción decidida y voluntaria de unos asesinos. «Aquello» que siguen sin condenar Otegi y sus secuaces fueron cerca de 900 crímenes, más de 85 secuestros, cientos de amenazas y miles de exilios forzosos.
Produce enorme tristeza y desazón el comprobar mediante una rápida encuesta en El Cascabel, que jóvenes de hasta 30 años de edad desconozcan quienes fueron Ortega Lara –alguno lo confundió con un terrorista o un político– Miguel Ángel Blanco y lo que hizo y supuso para la vida y la estabilidad política y económica de España el terrorismo injustificado de ETA.
Este Gobierno pretende que se estudie en las escuelas una memoria sesgada y partidista de la Guerra Civil y del franquismo mientras se desentiende de los 40 años de terror etarra que, en algunos momentos, puso contra las cuerdas a la España constitucional y democrática. ¿Acaso Sánchez y su bisoño e irresponsable séquito de partido y Gobierno han olvidado que ETA pretendía acabar con la democracia generando con sus crímenes el ruido de sables en los cuarteles que detonara en una asonada como la del 23F?
Sea por desconocimiento o por un tacticismo político rayano en lo inmoral, Sánchez ha quedado en evidencia después de que Otegi desvelara las intenciones que hay detrás de sus lágrimas de cocodrilo con las víctimas: mantener al PSOE en la Moncloa durante los próximos seis años para negociar durante ese tiempo la salida de los presos etarras de las cárceles a cambio del apoyo de Bildu. Un contundente Sánchez ha respondido a Casado en el Congreso que no habrá cambalaches de presos por presupuestos pero estamos ya muy advertidos y muy escamados desde que de forma rotunda también asegurara que jamás pactaría con los herederos de ETA en Navarra y en el Parlamento y a los hechos me remito. Su palabra tiene menos consistencia que un castillo de naipes.
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