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28 de marzo de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Paleta Babel

Si el presidente de Asturias considera interesante que Oviedo sea «Ovieu» y Gijón «Xixón», mi más cordial enhorabuena por semejante tontería

Actualizada 05:00

Uno de los instrumentos más usados por las Izquierdas para desmembrar España con la excusa de mantener la «cultura y las raíces territoriales», es la promoción de los dialectos locales que no son idiomas, sino jergas deformadas del español. El bable no es un idioma, y tampoco el castúo extremeño, ni la fabla aragonesa, ni el panocho murciano. Uno de los más grandes aragoneses de los siglos XX y XXI, nacido casualmente en Sitges y madrileño de vida y triunfo, Antonio Mingote, se irritaba con la fabla de Aragón. Era amigo de Labordeta, muy afanado en expandir esa innecesariedad local y elevarla a idioma oficial, como ha hecho el zascandil del presidente del Principado de Asturias con el bable, que es un lenguaje rústico y estancado en las aldeas, barrios y pueblos de Asturias. Como el castúo extremeño o el panocho murciano. La poesía de juventud de Gabriel y Galán está escrita en castúo, y es –con el permiso de sus admiradores–, lamentable. El mismo vascuence, que reunido en el batúa sí es un idioma, con raíces ajenas al latín, no es otra cosa que la reunión de siete dialectos principales, que a su vez, se dividían en subdialectos dependientes de los «casheros» de cada valle. El vascuence, como tal, escrito ahora «euskera», o «euskaro» o «éuskara» no se ha unificado hasta el siglo XX. Sus dialectos, el guipuzcoano, el vizcaíno, el alavés, el roncalés, el benavarro, el suletino y el laburtano, sometían su vigencia y comunicación a los accidentes de terreno. Un pescador vizcaíno de Bermeo, con breves modificaciones en el uso del lenguaje, se entendía a la perfección con un pescador de San Juan de Luz, Francia, que dominaba el laburtano. Pero un marinero de San Sebastián, se las veía y deseaba para mantener una charla con un «terrestre» -así los llaman-, de Hernani, que se halla a menos de 5 kilómetros de San Sebastián. Una montaña entre ambas localidades, dificultaba la comunicación entre ellos. El vascuence de Larramendi, no es el mismo que el de Beobide, Pablo Pedro de Astarloa o Perochegui. Pero lo cierto es que cualquiera de los dialectos eusquéricos nada tenían que ver con el idioma español, que no castellano, del que decía Cela que «era el precioso español que se habla en Castilla», si bien la primera compilación de nuestro idioma, El Tesoro de la Lengua Castellana ó Española de Sebastián de Covarrubias, en el que se inspira la primera edición del Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española, concede a Castilla -La Rioja era castellana-, la propiedad intelectual del español. El catalán, que se inspira en el valenciano, es también idioma, como el gallego o galaico portugués, un portugués muy españolizado. Ahora, en Cantabria, esa izquierda podemita celosa del gallego, del bable y del vascuence, intenta promover el «Cántabru», con sus modismos rústicos y su lógico desbarajuste territorial. Un pasiego y un carmoniego en sus lenguajes domésticos cerrados, no se entienden. Y un santanderino menos aún. En Santander no ha enraizado la pretensión de inventarse otro idioma.
El bable, que es el culpable del barullo de nuestra paleta Torre de Babel, no se habla en las grandes ciudades, como Oviedo, Gijón, Villaviciosa o Avilés. Es una jerga del interior, también dependiente de los accidentes de terreno. Pero si el presidente de Asturias considera interesante que Oviedo sea «Ovieu» y Gijón «Xixón», mi más cordial enhorabuena por semejante tontería.
El gran Luis Sánchez Polack «Tip», se inventó un idioma, que hablaba de corrido con los camareros de su bar preferido en la calle Mosén Femades de Valencia. Su idioma, el «Mangalofa» sólo lo dominaron cuatro mangalofaparlantes, que fueron «Tip» y tres camareros. 
- «Ciprostio» (buenos días).
 -«¿Gingoján if?» (¿Lo de siempre?)
-«Gam, gam, frocesiú» (Sí, sí, muchas gracias)
Y le traían la cerveza con una ración de aceitunas rellenas.
Entretanto, el español, ese tesoro que hablan quinientos millones de seres humanos diseminados por todo el mundo, se prohíbe en España. Paletos es poco. Imbéciles, se queda corto. Adjetiven los lectores.
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