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24 de abril de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

El humildín

'Napoleonchu', no está bien que el Rey no tenga nombre y usted sí. En este caso, atrévase a llevar la contraria a Irene Rodríguez, de la que me dicen que comparte con usted el carácter irascible y la carencia de humildad

Actualizada 04:42

A su lado, João das Fontes Simoês, el tenor del Algarve, fue un ejemplo de humildad, modestia y medida. En el cementerio de Faro –no lo he comprobado– descansan sus restos bajo la inscripción sepulcral que sigue: «Aqui jaz João das Fontes Simoês, o tenor del Algarve. O melhor tenor da Historia dos tenores. Mandou-lhe o Senhor cantar, e não quis. Rogou-lhe o Senhor cantar, e se fiz o distraido. Suplicou-lhe o Senhor cantar, e no fim, cantou. E o Senhor disse: «Angels e querubins, vão a fritar gargarejo e punhetas, que muito melhor canta o tenor do Algarve».
Me refiero, claro está, al Ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de España, menos humilde que Joao das Fontes Simoes, el gran tenor del Algarve. La naturaleza y la genética establecen la estatura de los seres humanos. El hombre bajo y el hombre alto no están en su derecho de lamentar los centímetros de más o de menos que les han sido concedidos. Curiosamente, los bajitos acostumbran a tener peor carácter y temperamento que los altos. En compensación, los bajos viajan con más comodidad en los aviones que los altos, sobre todo en los vuelos de las compañías de bajo coste. Los altos no pueden acomodar las piernas y los bajos, si tienen sueño, están capacitados para estirarlas sin patear las espaldas del usuario que viaja en el asiento anterior. En la vida todo tiene ventajas e inconvenientes. Martha Zimmerman acertó plenamente en su abatida decepción: «Si Dios hubiera querido que viajásemos en clase turista, nos habría hecho más pequeñitos y estrechos».
Pero hay bajitos que por su triunfo profesional tienen vocación de altos. Tuve un buen profesor de Griego en el colegio, don Antonio Gimeno, al que llamábamos Rasputín, que era mucho más alto sentado que puesto en pie. Tenía como compañero de clase, bastante repetidor, a un tipo muy divertido, Florentino Martínez, hijo del propietario de los comercios de ropa Flomar. Con el fin de aprobar la asignatura en el primer examen trimestral, previo a la Navidad, Florentino se ofreció a Rasputín a acompañarle a un establecimiento de Flomar y regalarle un abrigo. No lo había de su talla en la sección de «Caballeros» y tuvieron que subir un piso, donde se ubicaba la sección de «Niños». Rasputin se llevó su abrigo y Florentino fue cateado sin misericordia. Lo mismo habría hecho el ministro de Asuntos Exteriores de ser profesor de Griego con alumno emparentado con el comercio textil.
Fue Ramón Pérez-Maura el que, semanas atrás, nos reveló que al ministro José Manuel Albares se le conoce entre los diplomáticos y funcionarios del Ministerio de Exteriores como Napoleonchu. A su antecesor, el duque de Almodóvar, bajito también y con perversas pulgas, le decían El Tapón. Expulsó del Ministerio de Ultramar al gran poeta satírico Manuel del Palacio, que estaba enchufado por el ministro anterior. Y coincidió la expulsión de don Manuel con la pérdida de las colonias. Palacio lo dejó escrito.
Le llaman Grande y es chico.
​Fue ministro porque sí.
​Y en once meses y pico,
​Perdió Cuba, Puerto Rico,
​Las Filipinas… y a mí.
De nuevo Ramón, que tiene muchos amigos diplomáticos, nos recuerda que Napoleonchu sólo se deja influir por su asesora de Protocolo, Irene Rodríguez, que caray con las irenes, la Montero, la Lozano y la Rodríguez. Y que fue Irene Rodríguez la que redactó el contenido de la placa que luce en lo que fuera el INI y que hace veinte años pertenece a Asuntos Exteriores. Para pasar a la posteridad, Napoleonchu rogó al Rey Felipe VI que inaugurara lo que llevaba veinte años inaugurado, y la placa dice: «Su Majestad el Rey inauguró esta sede del Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, siendo ministro don José Manuel Albares Bueno. 20 de enero de 2022». Es decir, que omite el nombre y ordinal del Rey Felipe VI, y el ministro se lee con su nombre, dos apellidos y el «don» incluido en la ridícula placa. Hay que cambiarla, Napoleonchu. No está bien que el Rey no tenga nombre y usted sí. En este caso, atrévase a llevar la contraria a Irene Rodríguez, de la que me dicen que comparte con usted el carácter irascible y la carencia de humildad.
Y por hoy, chimpón.
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