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30 de abril de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

El crimen progresista

Los abortistas son maestros en los mensajes. Respetar la vida del nasciturus es una antigüedad fascista. Asesinarlo, una acción de progreso y justicia. Rezar en la calle a las puertas de una clínica abortista, es un intolerable acoso. Matar a un ser humano con veinticuatro semanas de gestación, un avance merecedor de júbilos y felicitaciones

Actualizada 10:28

Cuando una mujer queda embarazada, no tiene un cuerpo. Tiene dos cuerpos. El suyo y el de su hijo. Moralmente no puede disponer de la vida del nuevo ser. Le preguntaron a Bibiana Aído por la diferencia de una mujer embarazada de seis meses y una jirafa preñada en tiempo similar. Para Bibiana, la mujer llevaba en su matriz un feto, no un ser humano. Respecto a la jirafa, la admirable zoóloga respondió que el feto de la jirafa es siempre una jirafa. Creo que se hizo un lío, la pobre.
La mujer manda en su cuerpo, no en el cuerpo de su hijo. Una mujer dispone de toda la libertad de cambiar, poner y quitar de su cuerpo lo que no le gusta. Se aumenta los labios –casi siempre con resultados demoledores–, se alivia o agranda los pechos, se respinga el culo, se quita las arrugas, se redondea los pómulos y nadie le niega su derecho a hacerlo. Las partidarias del aborto, haciendo uso de ese derecho, pueden operarse y quitarse la matriz. Ahí están ejerciendo el derecho sobre su cuerpo. Pero ese derecho desaparece cuando en la matriz palpita el corazón de un ser humano indefenso. El hijo de una madre crece y vive dentro del cuerpo de su madre, pero la vida es suya, no de quien le procura su existencia.
En la práctica de la caza, esa actividad que tanto aborrecen los partidarios del aborto, nada hay más abominable que disparar contra una res o una jabalina preñadas. No se caza a un animal, sino a todos los cervatillos o rayones que se desarrollan en sus cuerpos. Pero los abortistas son maestros en los mensajes. Respetar la vida del nasciturus es una antigüedad fascista. Asesinarlo, una acción de progreso y justicia. Rezar en la calle a las puertas de una clínica abortista, es un intolerable acoso. Matar a un ser humano con veinticuatro semanas de gestación, un avance merecedor de júbilos y felicitaciones.
En Colombia se ha aprobado una ley que permite a las mujeres deshacerse de sus hijos hasta las veinticuatro semanas del embarazo. Un ser humano con seis meses, casi plenamente desarrollado, que se mueve y se comunica anímicamente con su madre. Pero el progreso ha decidido que ese ser humano no es humano. Se trata de un feto que molesta, y que forma parte del cuerpo de una mujer, negándole la individualidad vital de su propia existencia.
Las abortistas exaltadas han celebrado con enorme alegría la ley aprobada en Colombia. Irene Montero ha manifestado públicamente su satisfacción, siempre amparada en «el progreso de la humanidad». En España, la ciencia sacó adelante dos vidas, dos cuerpos que habitaban en el cuerpo de Irene Montero, y que nacieron con veintiséis semanas de gestación. Yo le recomendaría a doña Irene que mirara la mirada de sus dos hijos mayores. Que oyera y escuchara –que no es lo mismo–, las palabras de sus hijos. Que disfrutara viéndolos jugar y correr y valorara la profundidad de sus besos y sus abrazos. Yo felicito a Irene Montero, y se lo agradezco, que con sus ideas haya traído al mundo a tres niños desde su cuerpo, tres cuerpos y tres almas, tres bendiciones. No entiendo esa actitud natural ante la maternidad simultaneada con el apoyo entusiasta a quienes confunden sus cuerpos con los cuerpos que crecen en sus entrañas.
Para mí, que la ley colombiana que tanto agasajan los abortistas nada tiene que ver, como la española, con el progreso. El crimen, el asesinato del ser más indefenso del mundo no es progresista. Se trata de la exterminación calculada de una parte de la infancia. No es para felicitarse. Merece una reflexión del rumbo inhumano que ha tomado el autodenominado progresismo. Y no opino desde la perspectiva de un cristiano imperfecto, como así me considero. Escribo como un ser humano que respeta la vida de los más débiles. Todo muy antiguo y muy fascista, pero infinitamente más recomendable.
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