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Pedrotegi Sánchez

Su pacto de sangre ya es para siempre: no podrá gobernar ya nunca sin Podemos, Bildu y ERC y no estará dispuesto a perder el Gobierno así le partan el alma en la sucia coyunda

A Sánchez le empadronan en Pozuelo, ese reducto obrero al que acuden tantos socialistas madrileños hartos del mismo urbanismo salvaje de Esperanza Aguirre que también llevó a Iglesias, con el mismo sacrificio personal, a mudarse al cinturón rojo de Galapagar; pero en su DNI pronto aparecerá Elgóibar como lugar de residencia.
Allí malnació Otegi, capo histórico de ETA que no ha tenido el detalle de disimular mandando en la sombra en Bildu: no solo la encabeza; también ha metido en la dirección del partido hegemónico en esa coalición, Sortu, al último jefe de la banda terrorista, un tal David Pla, que era tonto con capucha y sigue siéndolo sin ella.
Bien, pues del secuestrador Otegi y del carnicero Pla depende la Presidencia de Sánchez, que ha logrado el imposible de degradarse aún más: les debía el puesto a un chavista y a un separatista, y ahora además a los tíos que, cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco, estaban con los verdugos o pasaban el día en la playa con la familia, como le dijo Arnaldo a Évole mientras tomaban un carajillo.
Sánchez siempre tuvo más opciones y siempre eligió las peores con tal de gobernar, a costa de su partido, de la memoria y de España: inició su camino desmontando al PSOE al grito de colaboracionista con Rajoy y, cuando se llevó sopapo tras sopapo en las urnas, optó por perpetrar una moción de censura tan legal como conceptualmente inserta en el epígrafe de los pucherazos, luego prolongados por Meritxell y sus muñecos desde lo alto del Congreso.
El camino de este Fausto de saldo culminó con el pacto con Podemos tras aventar el miedo a las cartillas de racionamiento y se perfeccionó con la alianza con ERC, entre indultos a golpistas y condenas medievales a partidos tan constitucionales como el PP, Ciudadanos y Vox: ni él se cree la sandez de los cordones sanitarios, pero algo había que inventar para desviar la atención y que nadie se fijara en cómo había roto el único precinto necesario, con toda la chusma a la que él mismo situó en el eje del mal bolivariano o dedicó un 155.
La última esperanza de redención para Pedro era haber pactado con el PP un plan anticrisis razonable, que pase por dejar de despilfarrar los Fondos Europeos, de malgastar en la insaciable industria política y por reducir impuestos para favorecer la inversión, el consumo y el empleo.
Feijóo le tendió la mano. Toda España lo hubiera aplaudido. Europa lo hubiese agradecido y él, por una vez, habría sentido en su fuero interno que hacía lo correcto tras años bajando a los infiernos y quejándose luego del olor a quemado.
Pero optó por hacer de nuevo lo peor con los peores, lanzando un mensaje que solo los necios y los sectarios pueden ignorar: Sánchez prefiere meter a España en un zulo e irse de zuritos con los secuestradores, con los pantalones bajados hasta la pantorrilla; que entenderse con gente normal haciendo cosas normales.
Y diga lo que diga cuando lleguen elecciones, ese pacto de sangre ya es para siempre: no podrá gobernar ya nunca sin Podemos, Bildu y ERC y no estará dispuesto a perder el Gobierno así le partan el alma en la sucia coyunda.
Entre abertzales no se pisan la manguera, y Pedrotegi ya es uno más de la familia.