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29 de abril de 2024

El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Controlar el virus chino

Las fronteras deben cerrarse a China mientras su Gobierno no dé muestras de combatir el mal con eficiencia. No hacerlo sería atentar contra toda la población del planeta

Actualizada 01:30

Hace ahora tres años que China ofrendaba al mundo un hallazgo científico eminente. En las afueras de la ciudad que abriga el centro de guerra bioquímica puntero en la República Popular China y uno de los más avanzados del mundo, la gente empezó a morir de lo que las autoridades negaron, de entrada, ser otra cosa que un vulgar catarro.
Claro que en Europa y en los Estados Unidos no había un solo científico que se permitiera demasiadas dudas sobre lo que estaba empezando a pasar. Sencillamente, las medidas de sellado del Instituto de virología de Wuhan habían resultado defectuosas. Si lo que se había filtrado de allí era, como todo movía a sospechar, un virus diseñado con propósitos bélicos, la salud mundial entraba en una fase peligrosa. O bien se detenía su difusión dentro de las fronteras chinas, o bien todo el planeta se vería afectado por una letalidad para la cual no se conocía entonces freno. Hubiera sido posible cerrar fronteras con China en las primeras semanas. Y eso hubiera evitado millones de muertes en el resto del mundo. Pero el coste sobre el comercio internacional se juzgaba desmesurado. Entre morir en masa o perder en masa dinero, los Gobiernos hicieron su apuesta. Y a todos, a todos sin excepción, se nos ha llevado alguien querido aquella decisión ahorrativa de entonces.
El Gobierno chino ha vuelto a idéntica rutina, al cabo de sólo tres años. Ni tuvo capacidad para sellar entonces los focos de muerte que había sembrado su laboratorio de élite, ni iba a saber, más tarde, proceder a una vacunación eficaz y masiva. Y, en este inicio de 2023, asistimos –con estupor esta vez atenuado por una viscosa sordina mediática– al espectáculo de los millones de ciudadanos chinos contagiados y de la ocultación de cifras de muertos, que allí se atisban de similar entidad a las de 2020.
Entiendo los motivos de ese silencio sobre lo que está de verdad pasando en China. Entiendo que los costes que para el comercio mundial puede tener una nueva ola masiva de covid muevan a ser muy discretos con la difusión de las verdaderas cifras epidemiológicas. Pero nada de eso justifica que se deje desprotegidos a los ciudadanos. De seguir un avance similar al de entonces, en un par de meses el virus chino habrá vuelto a saturar el mundo. Podemos enfrentarnos a él ahora en mejores condiciones. Y eso es crucial. Conocemos algo de su mecánica y –pese a las bandas, entre delirantes y criminales, de los negacionistas– la vacunación alcanza hoy entre nosotros cifras bastante tranquilizadoras. Pero es suicida bajar la guardia, en una especie de grotesca danza medieval de contagio y muerte complacidos.
Las fronteras deben cerrarse a China, mientras su Gobierno no dé muestras de combatir el mal con eficiencia. No hacerlo sería atentar contra toda la población del planeta. Incluida esa misma población china a cuyo exterminio parece tan indiferente su Gobierno.
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