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16 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Lecciones escocesas para Sánchez

El fiasco de la líder del SNP retrata los límites del independentismo: no se come de una bandera, hay que gobernar

Actualizada 09:28

Nicola Sturgeon, una abogada de 52 años, sólida y asertiva, ha dimitido como primera ministra de Escocia, a pesar de que había logrado enormes éxitos electorales para el Scottish National Party (SNP). Se la llevó por delante su obsesión fallida con un segundo referéndum, su tontolaba ley trans (que no es tan chiflada como Podemos, pero casi), los chanchullos en las cuentas del SNP, que ya investiga la policía, y su pobre balance como gobernante.
Sturgeon, aplicada hija de una enfermera dental y un electricista, no tiene hijos y su marido es un jerarca de su propio partido. Aunque cuentan que le encanta leer y que siendo una joven ochentera adoraba a Duran Duran y a Wham!, su cabeza la monopoliza una obsesión: el nacionalismo escocés, religión laica de la que es fanática. Dicho esto, siempre ha mantenido el respeto institucional, empezando por su admiración hacia Isabel II. Ese tono la aleja de los desplantes paletos de sus pares catalanes.
En 2014, Cameron, el ludópata de las urnas, aceptó un referéndum en Escocia, que según los nacionalistas zanjaría el debate de la independencia para «una generación» (era mentira, por supuesto). El unionismo ganó por diez puntos. Tras ese palo, Nicola Sturgeon se convirtió en la nueva líder del SNP… y no tardó en solicitar otro referéndum, esta vez con el pretexto de que en Escocia había ganado la permanencia en la UE. Pero Boris Johnson le dijo que nones. Sturgeon replicó entonces amenazando con convocar una consulta por su cuenta desde el parlamento de Edimburgo. La cuestión llegó a la Corte Suprema británica, que dio la razón a Londres. Entre otras cosas, el Alto Tribunal explicó a la líder separatista que el supuesto «derecho a la autodeterminación» que ella invocaba solo existe en situaciones coloniales, lo cual no era el caso. Sturgeon aceptó el fallo. Pero acto seguido empezó a amenazar con convertir los próximos comicios en unas elecciones plebiscitarias.
Y en esas estábamos cuando se supo de 600.000 libras donadas al SNP que no se saben dónde están y del florido caso del transexual Isla Bryson. Cuando se llamaba todavía Adam Graham, la hoy Isla violó a dos mujeres. Pero para cumplir la pena de manera más llevadera, en una cárcel femenina, se acogió a la ley trans escocesa y se convirtió oficialmente en mujer. Su esposa alertó de que todo era una farsa y se armó un enorme follón. Al final, el primer ministro británico, el conservador Sunak, optó por suspender la absurda ley trans escocesa, por ser contraria a la igualdad de sexos. Cercada por sus polémicas y fracasos, Nicola Sturgeon acabó dimitiendo, invocando un supuesto cansancio. Supone un severo golpe para el separatismo escocés. Si hoy se celebrase otro referéndum, los sondeos indican que el independentismo perdería de nuevo.
¿Qué lecciones deja esta historia para España? La primera es que los británicos han tenido la fortuna de que en el Número 10 no hay un Sánchez, un mandatario débil y entreguista. En lugar de pastelear con el separatismo y gobernar a su dictado, han optado por decirle que no y proteger la Unión. La segunda lección es que el sentido común sigue pintando algo en la venerable democracia británica. Así que ante una ley tras escocesa que era absurda (aún sin alcanzar las cotas de la de Sánchez y Montero), el Gobierno británico la ha tirado a la basura. La tercera lección es que de los lagrimeos ante la bandera nacionalista y las soflamas indepes no dan de comer. Sturgeon, obsesionada con su monotema, presentaba un flojo balance en sus ocho años y medio como gobernante. Todo lo que dependía de ella ha empeorado, como ha ocurrido en Cataluña con sus pomposos nacionalistas.
No es tan difícil derrotar a los separatistas. Salvo si te encamas con ellos. Por eso urge relevar al excéntrico popurrí de socialistas, comunistas, post etarras y golpistas catalanes que hoy manda en España, país estupendo con el peor Gobierno imaginable.
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