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19 de abril de 2024

El observadorFlorentino Portero

China y la guerra en Ucrania

El Kremlin ha comprendido que ya no tiene otra opción que plantear una «guerra de desgaste», en la que el tiempo acabe jugando a su favor

Actualizada 01:30

Desde un primer momento la invasión rusa de Ucrania fue mucho más que un conflicto localizado. Previamente el Kremlin propuso a los Estados Unidos y a la Alianza Atlántica un nuevo sistema de seguridad europeo, que en lo fundamental suponía una reducción de la presencia de la potencia americana. Tras el inicio de la confrontación militar el bloque atlántico se comprometió con la causa ucraniana, es decir con el orden jurídico vigente, defendiendo la soberanía del Estado agredido, enviando ayuda económica y militar y, por último, abriendo un segundo frente: el económico. Un severo régimen de sanciones garantizaría que Rusia debiera pagar un alto precio por el paso dado.
Tanto la violación de la soberanía de un Estado como las sanciones impuestas obligaban al resto de la comunidad internacional a fijar posición. Hoy nos centraremos en un estado de referencia, China.
El Gobierno de Beijing viene manteniendo una posición tan contradictoria, a nuestros ojos, como coherente, desde los suyos. Por una parte, defiende el respeto a la soberanía. Si en esta ocasión no lo hubiera hecho hubiera entrado en una absoluta contradicción, pues este principio es troncal en su doctrina de acción exterior. Sin embargo, esa defensa no le lleva a criticar a Rusia. Bien al contrario, presenta a Rusia como víctima de la agresividad de Occidente, que trata de aislarla ahogándola en sus fronteras. No hay neoimperialismo ruso, ni un renacido nacionalismo paneslavo. El problema reside en la soberbia occidental al tratar de imponer un orden internacional basado en sus propios valores.
Los dirigentes chinos no son estúpidos, pero sí cínicos. No creen en lo que afirman. Sus palabras son instrumentos para llegar a un fin, recogido hasta la saciedad en sus documentos oficiales. Se trata de acabar con el «orden libertad» y dar paso a un nuevo sistema que legitime su singular política exterior.
Para los dirigentes chinos el paso dado por Rusia es un sinsentido, un ejemplo más de una cultura primaria. Nunca han sentido un gran respeto por Rusia, su historia, cultura o élites. Ahora menos que nunca. Sin embargo, una vez iniciada la invasión las circunstancias son otras y de lo que se trata es de evaluar en qué medida puede beneficiarles. Si Rusia tiene problemas para exportar e importar ante el régimen de sanciones aplicado por el bloque occidental se abre una oportunidad excepcional para adquirir bienes a un precio muy reducido. China necesita energía y Rusia se la puede proporcionar. Lo mismo podemos decir de determinados materiales, incluidas «tierras raras», que China necesita en su apuesta para ganar la Revolución Digital. Ante las dificultades rusas para acceder a la plata-forma de pagos SWIFT el Gobierno chino ha puesto a su disposición las suyas, así como su estructura empresarial para ejercer de interesado intermediario con el resto del mundo. Rusia está sufriendo la aplicación de las sanciones, pero si no fuera por la colaboración china el daño sería considerablemente mayor.
El Kremlin ha comprendido que ya no tiene otra opción que plantear una «guerra de desgaste», en la que el tiempo acabe jugando a su favor. Piensan que la cohesión atlántica es precaria y que al final, más tarde o más temprano, se agrietará. Entonces los que ahora defienden a Ucrania buscarán una negociación que concluirá en un reparto del país. Para Beijing este escenario resulta tan interesante como excitante. En el plano diplomático su primer objetivo es romper la hegemonía occidental. Ya no es la que fue, pero la Alianza Atlántica todavía ejerce una auctoritas que les resulta irritante. Los dirigentes chinos son conscientes de las diferencias que hay en su seno y se dejan querer por franceses y alemanes, demandantes de una intermediación que sólo puede ser parcial.
Por primera vez la diplomacia china ha presentado algo parecido a un plan de paz. Es contradictorio e inviable. Tanto los líderes occidentales como los medios de comunicación la han criticado por incoherente y falta de realismo, pero la semilla ya está plantada. Beijing demanda un alto el fuego, tanto por razones humanitarias como para dar opción a la negociación. En el corto plazo no va a ocurrir, pero se trata de invertir para más adelante. Un alto el fuego implica consolidar posiciones y, a partir de ese momento, nadie podrá desplazar a las tropas rusas de las posiciones en que se encuentren. Por eso mismo Hungría se ha sumado a la propuesta.
No podemos engañarnos. La división de Ucrania supondría la renuncia al principio de soberanía, el reconocimiento de la victoria de Rusia y la antesala de otra operación rusa en su entorno inmediato. ¿Qué quedará de la Unión Europea entonces?
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