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29 de marzo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Se me acabó Bach

Me acabo de fijar en que mis mayores héroes musicales son hombres, ¿puede ser ilegal?, ¿no va a promover Tito Sánchez alguna ley al respecto?

Actualizada 10:04

Me entero con pena de que el compositor y pianista japonés Ryuichi Sakamoto lucha a sus 71 años contra un cáncer terminal. Sin apenas fuerzas, ha tenido los arrestos de acercarse a un sintetizador y bosquejar en su hogar unas pequeñas viñetas de sonido, que ha publicado en un disco raro, puro y muy espiritual, llamado «12». Puede que sea el testamento de un músico oriental cuyos héroes son los muy occidentales Bach, Chopin y Debussy.
Sakamoto recuerda que «la música es interminable, ilimitada y no hay fronteras en ella para la imaginación». La considera la mayor de las artes. Concuerdo. Si te falla todo, siempre te queda la música. En su versión más elevada, en luminarias como Bach, incluso llega a convertirse en algo parecido a las matemáticas de Dios.
Me gusta casi cualquier música y divido a mis favoritos entre genios y muy buenos. A Sakamoto lo coloco en la meritoria segunda división, entre los muy buenos. Mi categoría de genios la encabeza Bach, número uno del escalafón, y junto a él ocupa el panteón una miscelánea de gigantes, desde los Beatles a Verdi, pasando por Miles Davis, Keith Jarrett, Elvis, Sinatra, o Tomás Luis de Victoria y Monteverdi, entre otros.
Pero al repasar la lista he reparado en que tengo un problema muy serio: resulta que mis súper favoritos son todo tíos, viles gachós. También me gusta la música de muchas mujeres, por supuesto, desde Enya a María Callas, de Benyoncé a Kacey Musgraves, pasando por Elefthería Arvanitáki o Ella Fitzgerald. Pero resulta que los que tengo por genios ha coincidido que son -¡horror!- todos hombres.
Esto no puede ser. Ya está tardando Tito Sánchez en aprobar una Ley Integral de la Igualdad Sónica, que obligue so pena de multa a que cada vez que nos enchufemos a Spotify o ITunes escuchemos de manera paritaria música de hombres y mujeres. ¿El Estado te ha pillado escuchando la «Pasión según San Mateo» de Bach, un horrible compositor cristiano y heteropatriarcal, padre de 20 hijos en dos matrimonios? Pues ya sabes, acto seguido, por imperativo legal, otro tanto de Fanny Mendelssohn, o de Hildegard von Bingen, hasta lograr la correcta paridad sónica.
Lo que acabo de plantear, que parece ridículo, no está tan lejos de la nueva ley de paridad en gobiernos, jurados y consejos de administración que acaba de anunciar Sánchez (en un mitin en Madrid de pobre entrada). El inesperado paladín de los abusadores sexuales, que ya ha rebajado sus penas a más de 700, trataba así de recuperar su vitola de supuesto «feminista» en víspera del 8-M.
Son medidas de un intervencionismo absurdo, que en realidad hacen de menos a las mujeres, pues las presentan como incapaces de competir en igualdad de condiciones, cuando no es así para nada (de hecho en España están logrando los mejores expedientes académicos). Son también pura hipocresía viniendo de quien vienen, un gobernante que a la hora de la verdad siempre ha formado su círculo de máxima confianza en plan pandi de chicos, primero con Iván Redondo y Ábalos y ahora con Bolaños. Son también una pose forzada, pues en realidad España es uno de los mejores países del mundo para las mujeres (y si Sánchez les dijese a mi madre, mi hermana o mi mujer que están oprimidas y que por ello necesitan su muleta discriminatoria recibiría un fino rapapolvo).
Vivimos bajo una enorme impostura doctrinaria y soportamos al Gobierno más intrusivo y contrario a la libertad que hemos tenido. Legislan sobre el sexo biológico, sobre nuestras relaciones personales, sobre la maternidad, sobre las mascotas que tenemos, sobre lo que debemos comer, sobre las últimas horas de los enfermos y hasta afirman que «los niños no son de los padres» (ergo son del Estado). Insoportables.
Acabo parafraseando el ruego del magnífico filósofo inglés Roger Scruton: por favor, ¡dejen que cada individuo vida su vida como le plazca!
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