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27 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Abusos, un énfasis de móvil ideológico

Los abusos sexuales de clérigos son algo espantoso, como lamenta y condena la propia Iglesia, pero los medios zurdos los alzapriman por motivos sectarios

Actualizada 12:13

La semana pasada se conoció la noticia de que el Liceo Francés de Barcelona, un colegio de élite que depende del Estado francés, apartaba a su director de la etapa infantil. El directivo fue castigado por no haber tomado medidas frente a los abusos sexuales de un monitor del comedor, de 33 años, contra niñas de corta edad. Se cree que los casos se han prolongado durante un lustro. Hay ya cuatro denuncias firmes y se teme que puede tratarse de la punta de un iceberg. Imagínense el estupor y el dolor de unos padres que están pagando un centro de primer nivel para encontrarse con que sus hijas han sido vejadas allí.
La noticia ha sido recogida por diversos medios. Sin embargo, no mereció portadas en la prensa nacional. Ahora bien, imagínense por un instante que el pederasta hubiese sido un clérigo católico. Tendríamos a la prensa global embarcada en un serial inagotable y largos reportajes todos los telediarios.
Los niños, en su bendita inocencia, son lo más sagrado y frágil que tenemos, por eso la pedofilia es el más repugnante de los crímenes. Jesucristo la condenó en los más duros términos, como recoge el Evangelio: «Quien escandalizare a uno solo de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que se le suspendiese al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno y que fuese sumergido en el abismo del mar». Por eso un abuso cometido por un sacerdote, encargado de predicar y defender la palabra de Dios, se torna especialmente execrable. Los humanos que componen la Iglesia son también pecadores, como todos nosotros, y hay hechos tremendos (por ejemplo lo ocurrido en Irlanda). Además, durante un periodo la institución no reaccionó con la debida energía y diligencia. Pero los últimos pontífices han dado los pasos debidos. Han endurecido los códigos de respuesta, han condenado con rotundidad evangélica todos los casos y han colaborado, como no podía ser de otra manera, para que nada quede impune. La Iglesia es la primera interesada en acabar con tan horrendo pecado.
Sin embargo, lo que no se puede hacer es convertir la pederastia, que es una grimosa falla de la condición humana, en un problema exclusivo De la Iglesia; es decir, alzaprimar los casos eclesiales mientras se pone sordina al resto. El informe más completo sobre los abusos en España, el de la Fundación Anar y Save the children, estudió el periodo que va de 2008 a 2019 y arroja la conclusión de que solo un 0,2% de los casos son obra de sacerdotes. La inmensa mayoría se producen en el ámbito familiar, empezando por los padres (23,3%). Muchos son cometidos por compañeros de los propios menores (8,7%). Los de los profesores laicos suponen el 3,7%, muchos más que lo de los curas. Con estos datos no se quiere minimizar la gravedad ni de un solo de los abusos en el ámbito clerical, pero sí dejar claro que existe una campaña de matriz ideológica para cargar la tinta sobre los casos que implican a la Iglesia.
El pederasta anida agazapado en todas las capas de la sociedad y emerge cuando hay niños a su cargo y se siente más o menos impune. Pero en España no se promueven comisiones parlamentarias ni informes públicos sobre los abusos en familia, que son la mayoría, o sobre los de los profesores (o sobre la preponderancia de abusos de sesgo homosexual, tema que la actual corrección política hace innombrable). Solo la Iglesia es objeto del escrutinio político y de grandes despliegues informativos promovidos por los medios de izquierda.
¿Qué late detrás de todo esto? Pues no nos engañemos, aprovechando una causa justa -denunciar unas prácticas aberrantes-, el móvil de fondo es cargar contra la fe católica, que molesta a una izquierda embarcada en un proyecto ideológico «progresista» que aspira a convertirse en credo único. Esa ideología se da de bruces con la fe cristiana, en especial en lo que se refiere a la cosificación de la persona, la promoción de la subcultura de la muerte (aborto y eutanasia) y la condena de la familia tal y como ha sido desde que el mundo es mundo. La dinámica es la misma que la que lleva el entorno gubernamental a presentar a la Iglesia como una suerte de riquísima evasora fiscal, una caricatura falaz, que olvida su contribución caritativa, su labor de conservación del patrimonio y la verdad de su situación contable.
Hay en marcha de una campaña de la izquierda española, que –una vez más– quiere a la Iglesia en la diana.
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