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28 de marzo de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Más tonto que un obrero de Podemos

En España ya es o ellos o nosotros: la industria política o la ciudadanía; las Belarras o los Roig, los liberados o los autónomos

Actualizada 01:30

Ione Belarra quiere abrir economatos de «precio justo» y llama capo al propietario de Mercadona, que genera en torno al 3,7 por ciento del empleo en España, algo más del 2 por ciento de su PIB y un flujo de caja de 9.000 millones para la Cueva de Alí Baba, también conocida por Agencia Tributaria.
La idea de Berrea, que ha tenido por primer y único trabajo relevante el de ministra de Asuntos Sociales y es la encargada de divisar el futuro de España de aquí a 2030, aunque no recuerde siquiera lo que hizo ayer; ya ha sido ensayada en otros paraísos progresistas como Corea del Norte, Venezuela o Cuba, con un éxito indescriptible: todos ellos han acabado con las diferencias alimentarias por el curioso método de que nadie coma decentemente.
Ni siquiera la experiencia en el sector de Irene Montero, que fue cajera durante medio añazo y se juró a sí misma que jamás volvería a pasar hambre, otorga algo de credibilidad a la propuesta de Podemos, fruto de la desesperación electoral, sin duda, pero también de su genoma chavista: solo a un comunista se le puede ocurrir pensar que al mundo le sobran Amancio Ortega o Paco Roig y le faltan, por contra, especímenes como Yolanda Díaz o Pablo Echenique.
Pero no se puede desechar la parida, que es peligrosa porque naturaliza definitivamente el concepto de cartilla de racionamiento, sin desmontarla de arriba abajo con una alternativa que logre el mismo beneficio para el ciudadano de manera realista.
Podemos sabe perfectamente que no puede abrir economatos públicos, atendidos por funcionarios con jornadas de 30 horas reales, la mitad teletrabajadas desde el sofá, en semanas de cuatro días laborales según el enésimo convenio colectivo destinado a saquear las arcas públicas.
Y sabe que, además, a la semana de la apertura las estanterías de sus chiringuitos estarían más vacías que el depósito del Falcon tras otra juerga aérea de Sánchez.
También le consta, en la misma línea, que subir el SMI no genera más trabajo ni mejores sueldos; como poner más impuestos no incrementa la recaudación ni intervenir el mercado inmobiliario mejora la oferta de venta o alquiler, ni en número ni en tarifas.
Pero sabe, sobre todo, que señalar a un falso culpable le sirve para inocular la mezcla de odio y pereza que caracteriza a una parte de la sociedad española, deseosa de sentirse víctima de algo o de alguien y convencida de que se lo merece todo sin hacer absolutamente nada, que ya se lo arreglará el Gobierno con el dinero de esas personas a las que además insulta.
Para Podemos, como para Sánchez, no supone ningún problema no arreglar nada si, al menos, escurre el bulto y traslada la responsabilidad a un tercero, con la complicidad bobalicona de tanto escombro intelectual dispuesto a participar en una jauría encabezada por el auténtico culpable.
Pero sí hay otra manera de que el ciudadano tenga más poder adquisitivo y, a la vez, de frenar la inflación que se lleva buena parte de sus recursos. Y es tan sencillo como que el Gobierno tenga menos dinero y la sociedad más recursos.
La presión fiscal real se come ya el 46.1 por ciento de los ingresos de cada ciudadano, a lo que hay que sumarle el disparatado coste de los suministros, la hipoteca o la cesta de la compra. Solo de la remuneración bruta anual, el Estado se queda de entrada con el 23 por ciento del coste real del trabajador, diez puntos más de la media de Europa, donde costean unos servicios públicos iguales o mejores sin necesidad de atracar al contribuyente con las más variopintas excusas.
Bastaría, pues, con que el Estado renunciara a confiscar sus recursos a cada español activo, reduciendo su gastro propio clientelar, para que se obrara el milagro y, de un día para otro, todo el mundo tuviera más dinero sin recargar a las exhaustas empresas de esfuerzos inviables.
La otra parte vendría de la prohibición de recurrir a la deuda para mantener un gasto insostenible: cada vez que el Sánchez de turno recibe la bonoloto de los Fondos Europeos, el usurero prestamista se lo cobra a los cinco minutos con subidas salvajes de tipos de interés, justificadas en falso con una inflación esgrimida como mala coartada.
Dicho de otra manera: es ellos o nosotros. La industria política o la ciudadanía, las Belarras o los Roig, los liberados o los autónomos, los trabajadores o los asesores, los Mercadonas o los Ministerios de Igualdad.
Van ganando ellos y nunca se rendirán: no se puede esperar una reforma decente de quienes serían los primeros damnificados. Por eso no hay nada más tonto que un obrero de Podemos. O de Díaz. O de Sánchez.
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