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27 de abril de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

¿En qué momento dejamos que le pasara esto a España?

Sánchez no es solo un presidente: es un mal sistémico capaz de imponer una realidad paralela adaptada a sus objetivos

Actualizada 01:30

Pedro Sánchez se ha inventado el «malversador bueno», el «golpista moderado», el «violador involuntario», el «okupa sensato», el «terrorista pacífico» y el «parado ocupado», que resume a todos los anteriores y le iguala con Kim Jong-un, a quien cargan una historia fantástica para entender mejor a nuestro insigne presidente, un fijo discontinuo de su propio país, donde ejerce de español a tiempo parcial según donde esté y con quien tenga que pactar.
Según la leyenda, que si es apócrifa no pierde su valor y merece ser cierta, el satrapilla norcoreano decidió dar una alegría a su pueblo y, para que creyera que Corea del Norte jugaba el Mundial, proyectó en la televisión pública un partido antiguo como si fuera en directo, saldado además con victoria.
La estrategia de la Gordita de Pyongyang, como se la conoce en los ambientes, es parecida a la del Bello de Pozuelo, que también echa partidos enlatados para que la gente olvide su nevera vacía, su cuenta en números rojos, su enjuta nómina y su eterna mochila de recibos, facturas e impuestos feudales varios, de los que vive una legión de liberados que además insulta.
Ahora ha aplicado su relato creativo para hacernos creer que Europa va a homologarse con España en la tipificación del delito de malversación, que él devaluó en el mismo paquete con el que derogó la sedición y dejó la rendición ante el separatismo a falta de un último pago: primero indultó a los delincuentes, después borró sus delitos del Código Penal y ahora está a cinco minutos de legalizar sus objetivos, algo que terminará ocurriendo si el kamikaze del Falcon sigue de inquilino en la Moncloa mucho tiempo más.
La realidad es que con una reforma ha ayudado a mil delincuentes sexuales, con otra ha legalizado el asalto caradura a la propiedad privada ajena, con una más ha soltado a golpistas y terroristas y con la penúltima ha convertido, milagrosamente, a parados sin un chavo en flamantes empleados escandinavos, aunque un mínimo esfuerzo permite conocer la tétrica realidad del empleo español, resumido en el contraste entre una casta pública privilegiada, huelguista y ajena a todo y el resto, un compendio de trabajadores por cuenta ajena, autónomos, comerciantes y pequeños empresarios al borde del colapso.
En El cuento de la criada, Margaret Atwood retrata regímenes como el de Sánchez que, en nombre de amenazas ciertas o inventadas, imponen una sociedad castrada e intervenida que estabula a los ciudadanos en roles impuestos según el criterio y las necesidades de un poder desbocado que hoy, en España, se despliega en nombre de valores supuestamente progresistas aunque en el original literario lo hiciera ondeando banderas conservadoras.
La distopía, ubicada en un país imaginario llamado Gilead que un día fue los Estados Unidos, explica cómo los regímenes autocráticos estables no se implantan definitivamente de golpe, aunque nazcan incluso de una asonada, sino paso a paso, con tiempo, y adaptando incluso herramientas, normas y costumbres propias del sistema anterior destruido.
Y todo ello se resume en una pregunta que aquí aún estamos a tiempo de formularnos, antes de que la anestesia haga su trabajo y sus efectos sean difícilmente reversibles:
¿Cómo dejamos hacernos esto? ¿En qué momento toleramos que Sánchez, más que un presidente efímero, fuera un mal sistémico?
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