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28 de abril de 2024

Ojo avizorJuan Van-Halen

Un puñado de votos

Mañana los españoles vamos a las urnas y en ellas se manifestará la voluntad popular en una democracia acosada durante los últimos cinco años, en la que lo que no está prohibido es obligatorio

Actualizada 01:30

Chesterton opinaba que a cada época la salva un puñado de intelectuales, Spengler creía que a la civilización la salva siempre un pelotón de soldados. No me quedo con ninguna de las dos predicciones. El genio británico y el alemán murieron, con un mes de diferencia, en 1936. Para Spengler la civilización occidental como la conocemos se habría apagado hacia el año 2000 tras un desarrollo similar a una vida desde el nacimiento a la decadencia y a la muerte. Ciertamente desde la última gran guerra síntomas ha habido de que no hemos ido a mejor si descontamos los avances científicos en los campos más varios.
Los países siguen recurriendo al conflicto; las sociedades se pasman silentes ante las manipulaciones, las injusticias y la falta de valores; caemos en señuelos que, en definitiva, nos aborregan; hemos avanzado en el camino del materialismo; la estupidez campea rampante e imparable. Estamos cada vez más cerca de la distopía de Orwell: una sociedad dirigida, alienada y, al fin, con un poso ficticio aunque cierta y demoledora. La Historia no nos ha enseñado nada o no lo hemos querido aprender. Hay otra visión pero hoy el ánimo, el mío, no favorece el optimismo.
Mañana se celebran elecciones en los Ayuntamientos y en no pocas comunidades autónomas. Normalmente se entienden los comicios municipales sólo como importantes para las poblaciones afectadas pero representan la custodia y gestión de lo básico. La Administración más cercana al ciudadano. Y España vivió un ejemplo histórico relativo a estas elecciones. En 1931 se despidió a un régimen de siglos, la Monarquía –me resulta grotesco considerar reseñable el desbarajuste continuado de la primera República–, desde unas elecciones municipales que, además, ganaron con mucho las candidaturas monárquicas.
Fue un golpe blando de la izquierda y sus socios de la derecha republicana a la que pronto se le pasaría la ceguera. Cambiaron el régimen por el procedimiento de sacar gentes a la calle. No se siguió ni se intentó procedimiento legal alguno. Se repitió que era la llegada de la libertad pero todo iba a ser distinto de como se esperaba. Un ejemplo menor pero indicativo: el militar que aparece en la célebre fotografía de Sánchez Portela, encaramado sobre un taxi en la Puerta del Sol y enarbolando una de las primeras banderas republicanas de aquel 14 de abril, murió ejecutado el 23 de julio de 1936 acusado de sublevarse contra aquel régimen que con tanto furor recibía. Era el ya capitán de Ingenieros Pedro Mohíno.
España no vive un buen momento en nada a no ser que creamos a Sánchez y a sus palmeros, y no me considero con suficiente fiebre o con las cervezas precisas para llegar a tal despropósito. En los últimos días hemos enviado un mensaje al mundo que sólo puede ocurrírseles a descerebrados o firmes candidatos a serlo: la consideración propia de que somos un país racista. España no es racista. Nunca lo fue. El primer catedrático español de raza negra fue Juan Latino en el siglo XVI. El primer santo mulato español, nacido en el virreinato del Perú en 1579, fue San Martín de Porres. El primer oficial del Ejército español de color fue el liberto mandinga Francisco Menéndez, en el siglo XVIII. El primer general español negro fue Eusebio Puello, en 1861, un siglo antes de que Estados Unidos tuviese un general de color. Puello llegó a teniente general. De racismo nada pese a la ignorancia de Irene Montero e Ione Belarra a las que estos nombres ni les suenan. Y así va todo.
Mañana los españoles vamos a las urnas y en ellas se manifestará la voluntad popular en una democracia acosada durante los últimos cinco años, en la que lo que no está prohibido es obligatorio. Se ha mentido la Historia, se han ocupado los órganos de control, se ha gobernado abusando del decreto ley como nunca antes y se han aprobado leyes innecesarias e ideológicas. Es hora de que España despierte; acaso en una de las últimas oportunidades que tiene para hacerlo. Todo voto debe movilizarse. Un puñado de votos puede salvar en nuestro caso lo que Chesterton encomendaba a los intelectuales y Spengler a los soldados. El dilema es España o la tropilla de Sánchez.
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