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08 de mayo de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

El plazo breve

Estoy hasta las narices, como buen madridista, de Mbappé. Pero también, como buen madridista, estoy deseando, por mucho que me piquen las narices, ver a Mbappé vestido de blanco, de blanco y radiante, como la novia de la canción. Se trata de una ilusión encontrada, enfrentada pero deseada

Actualizada 08:00

Hasta los cincuenta años, todos nos consideramos eternos. La posibilidad de la muerte es un enigma de resolución lejana. Con más de setenta años, los plazos se reducen y nos invade lo que Foxá denominó, en uno de sus poemas más portentosos, la melancolía del desaparecer. Hace unos años, me topé de sorpresa con una vieja amiga, dedicada en cuerpo y alma a cuidar a su madre, que había superado los 90 años. Era una mujer que vivía sus últimos años sentada ante el aparato de televisión y seguía con interés los pormenores de una serie que no terminaba nunca y se emitía en Antena 3. Se titulaba «El Secreto de Puente Viejo», y el personaje de la mala malísima, doña Francisca.
-Mi madre vivirá hasta que se muera doña Francisca. Es la última ilusión de su vida. Y le desea, además, una muerte dolorosa y violenta.
Vana ilusión. Su madre falleció un año más tarde, y la serie continuó durante más de un lustro. En los plazos breves, las ilusiones vuelan. Ignoro si el personaje de doña Francisca falleció en la serie y en tal caso, las circunstancias de su muerte. La serie se emitió más de diez años, y cuando se hace el mal durante tanto tiempo, el fallecimiento de la mala malísima no puede ser sosegado. Aquella mujer no pudo cumplir con su única ilusión vital.
La mía no era otra que Sánchez y sus compinches en la delincuencia política, se fueran a tomar por retambufa en las pasadas elecciones del 23 de julio. Sánchez, para mí, es como doña Francisca para la madre de mi amiga. Y nada. Entre las tonterías de unos y de otros, doña Francisca ha perdido pero ha ganado, y me hallo sometido al más alto nivel de la decepción y el descontento. Para colmo, se dispone agregar a su relación de ministros presumiblemente delincuentes, a dos maleantes fugados de la Justicia española. Uno, con el pelo como una fregona, y otra, residente en Suiza, con su cabello rizado al estilo que se conoce en Francia como «cheveux de chichí», y en España, como «pelocoño», dicho sea con solicitud de perdón y misericordia y sin ánimo de herir. No tengo previsto superar más de cuatro años, y me siento derrotado y vencido por la perversidad de doña Francisca. Terrible panorama para mi adorada España.
En vista de ello, he reducido la ilusión de mi vida al plazo de un año. Estoy hasta las narices, como buen madridista, de Mbappé. Pero también, como buen madridista, estoy deseando, por mucho que me piquen las narices, ver a Mbappé vestido de blanco, de blanco y radiante, como la novia de la canción. Se trata de una ilusión encontrada, enfrentada pero deseada. Creo que con Mbappé, el Real Madrid podrá superar la mafia de Tebas, Roures, Rubiales, Medina Cantalejo, Negreira, Ceferin, Laporta, e Infantino, que forman un impresionante equipo, prácticamente invencible. Y con los chicos jóvenes que ha contratado el Real Madrid, Mbappé puede salirse en el nuevo Bernabéu, que está a un paso de ser inaugurado y necesita de un futbolista como él para igualar el continente y el contenido.
Al menos, y a pesar de que me cae como una naranjada de Iberia en el desayuno, en su contratación he depositado el breve plazo de mi ilusión.
Se cuenta que el cultísimo sacerdote y gran músico, académico de Bellas Artes, don Federico Sopeña, visitaba con frecuencia a don Pío Baroja en su tramo final. Hasta en su lecho de muerte, don Pío mantuvo su boina vasca, su chapela de Elósegui, sobre su cabeza.
–Pronto, Pío, te encontrarás con Dios.
-Pero antes de encontrarme con Dios, si es que me encuentro con Él, me gustaría verme frente a frente con Echegaray. ¡Qué mal escribía y le dieron el Nobel!
-Y si te encuentras con Echegaray, ¿que le dirías?
-Lo mismo que tú, si no fueras cura. Que es un hijoputa.
Pío, estás absuelto de tus pecados.
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