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04 de mayo de 2024

Enrique García-Máiquez

Del Derecho y del revés

El wokismo ha cobrado vida propia. Se produce un fenómeno de contagio de la opinión pública porque la gente siente una atracción irresistible a sumarse, en parte por la satisfacción moral y, en parte, por miedo a ser arrollados

Actualizada 01:30

«Por lo que a mí respecta, el gesto a los 'huevos de oro' con el que celebró el triunfo Rubiales en el palco de autoridades evidencia una falta de decoro institucional que es mucho más grave que el beso». Con esta frase estaría, en realidad, casi todo dicho sobre el caso Rubiales, pero ese artículo ya lo ha escrito con la brillantez que le caracteriza, Vidal Arranz, y aunque estamos aquí para apoyar los buenos argumentos, hay otra dimensión del problema que me preocupa.
Se repite que este caso es una cortina de humo político o que sirve a determinados intereses económicos. No. Es muchísimo peor. El wokismo ha cobrado vida propia. Está fuera de control y es un tigre que empieza a devorar incluso a quienes lo cabalgan y que terminará autolesionándose. Se produce un fenómeno de contagio de la opinión pública en la que el escándalo va creciendo por su cuenta y riesgo porque la gente siente una atracción irresistible a sumarse, en parte por la satisfacción moral y, en parte, por miedo a ser arrollados.
Yo creo, con Arranz, que el beso y la actuación en el palco fueron muy desafortunados en un presidente de una federación nacional; y razón suficiente para dimitir y/o para exigirle la dimisión, si nuestro tiempo se pudiese permitir el lujo anacrónico del decoro y el saber estar. Ahora bien, el caso Rubiales se ha desmadrado más incluso que el propio Rubiales. Lo que nos permite dos cosas: entender cómo funciona la dinámica social en la que estamos inmersos y, de paso, ver si nuestro sistema jurídico supera esta prueba de estrés.
Calificar el beso de un abuso sexual es una prueba de hasta qué punto el wokismo ha perdido el control de sus propias acusaciones. Es obvio que todo este escándalo perjudicará al feminismo. Hemos visto al propio Rubiales cuestionándolo y a la gente de su rueda de prensa aplaudiéndoselo. En la sociedad, incluso detractores de antaño de Rubiales, reconocen que el hombre, en lo de rechazar las acusaciones de abuso, lleva su razón. Hay más: no me gusta hurgar en las miserias ajenas, pero veo bastante probable que hasta hace una semana Luis Rubiales fuese el más políticamente correcto de cada reunión, corease las consignas consensuadas y la federación se apuntase a reivindicaciones de todos los colores. Resumiendo, que Rubiales cabalgase el tigre más ancho que pancho. Ya no. El insaciable wokismo termina devorando a sus jinetes despistados. Y todavía hay más: ¿qué imagen transmite que el impacto mediático del escándalo sea mayor que el de la victoria en el Mundial de Fútbol femenino? ¿No resulta una manera muy retorcida y antifeminista de minusvalorar los méritos deportivos de las chicas?
Contra esta fuerza desbocada y contraproducente, sólo nos puede defender el Derecho. Rubiales ha dicho que va a llevar el asunto a los tribunales. Es un movimiento muy sagaz porque es casi imposible que un juez termine viendo abuso sexual en un gesto (ordinario e indigno) de celebración de un campeonato, sin precedentes de acoso y a la vista de todo el mundo literalmente. Si le hubiesen cesado por falta de dignidad en la representación de su cargo institucional, un juzgado laboral lo habría visto razonable. Con la sobreactuación woke, han perdido –parece– la razón jurídica.
Una victoria judicial de Rubiales haría mucho daño al feminismo 2.0, además de –a estas alturas– a la selección, a la jugadora y a la causa del fútbol femenino. Si todo este proceso fuese el fruto del plan de una inteligencia superior, no se habría acelerado así. Que no se cometa un atropello con Rubiales tiene mucha importancia, porque también los patanes gozan de una dignidad que hay que respetar en los Estados de Derecho. Además, comprender el torbellino impredecible en el que nos hemos instalado es ya de vital importancia.
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