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28 de abril de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

Anasagasti entra en mi vida

La casa fue tomada por el Consejo Interprovincial de Santander, Palencia y Burgos y ofrecida como sede al que Anasagasti llama «Gobierno vasco en el exilio». En el exilio de la provincia de al lado. Que a la hora de glorificar su pasado político Anasagasti y los suyos son insuperables

Actualizada 13:27

El día 31 de diciembre en ABC se dedicaba una larga glosa a las penurias del exiliado jefe del Gobierno vasco durante la II República, José Antonio Aguirre. Me entretuvo ver cómo se había convertido –según el diario– en un objetivo prioritario de los nazis. Hitler no debía tener enemigo mayor del que ocuparse. Pero lo que es verdaderamente sorprendente es que si los nazis le tenían en el disparadero, Aguirre huyese de España y pasara por Berlín. Claro que sus estrategias eran de un valor bien conocido. Los lectores de El Debate saben que, tras oírselo a algún diplomático, yo he atribuido el apelativo de Napoleonchu a José Manuel Albares. Pero el primer Napoleonchu de nuestra política nacional –con perdón– fue José Antonio Aguirre, que mandó a Villarreal de Álava a sus «tropas» a la única batalla que libró el «Ejército Vasco» en la Guerra Civil Española. Y en la que fueron clamorosamente derrotadas. Parece que no habían previsto ni la intendencia necesaria para superar el arroyo de Santa Engracia, tributario del río Zadorra.
La semana pasada me envió un querido amigo la columna, o crónica, o relato o lo que sea que publicaba el domingo 24 de diciembre en Deia Iñaki Anasagasti a quien Dios confunda. Se titulaba «¿Qué va a pasar con la Casona de Cabo Mayor, refugio en Santander del Gobierno Vasco?» Se refería a la aparición de una noticia en El Diario Montañés –al que no cita–. La noticia narraba el proceso de toma de decisión por el Ayuntamiento de Santander sobre qué hacer de una casa que tiene en su propiedad desde hace 15 años y que se encuentra muy deteriorada. Está a las afueras de la ciudad, en la pedanía de Cueto, y cerca del faro de Cabo Mayor. Fue construida en 1933 por un santanderino nacido en Filipinas que fue director de Tabacos de Filipinas. Y durante el primer año de la guerra la casa fue tomada por el Consejo Interprovincial de Santander, Palencia y Burgos y ofrecida como sede al que Anasagasti llama «Gobierno vasco en el exilio». En el exilio de la provincia de al lado. Que a la hora de glorificar su pasado político Anasagasti y los suyos son insuperables.
Al margen de que el artículo está poblado de pequeños errores factuales –primero habla de «la casa Rosales de Matalaseña» y después de «la playa de Mataleña» cuando el término correcto es Mataleñas; habla de la sede del actual Gobierno de Cantabria en la «calle Herbosa 29» que le costará a cualquiera encontrar en el callejero santanderino porque la calle se llama Peña Herbosa…– me ha entretenido esta historia en la que Anasagasti pide que se dé un uso cultural a ese chalet –que él describe como «casona inmensa»– bien como museo del breve uso que le dio Napoleonchu Primero, o como «Hotel de El Lehendakari» lo que él debe de creer que atraería a multitud de clientes. Que Santa Lucía le conserve la vista.
A mí me ha divertido esta historia porque en las décadas de 1980 y 1990 esa casa fue la vivienda de María Teresa Pérez Sanjurjo, una prima hermana de mi abuelo Ramiro Pérez Herrera. Confieso que yo apenas la vi dos veces en mi vida. Sólo tenía una hermana, Elena, con la que no se hablaba, y ambas eran solteras. Sólo tuvieron un hermano, Alfonso, al que dieron el paseo al principio de la guerra y al que se debe el nombre del barco prisión «Alfonso Pérez» en el que los rojos –con perdón– asesinaron en las bodegas a 156 prisioneros en represalia por un bombardeo alemán sobre Santander el 27 de diciembre de 1936. La muerte de su hermano estuvo en el origen del desencuentro de Elena y Teresa y, como tantas veces ocurre, en absurdos pleitos familiares: si tratas con uno, el otro no te dirige la palabra. Lo más triste de este caso es que a unos metros del jardín de esta casa en la que vivía Teresa Pérez Sanjurjo y que ahora reivindica Anasagasti para la llamada Memoria Democrática, al otro lado de la carretera que lleva de Santander al faro de Cabo Mayor, está la inmensa finca de las hermanas Pérez Sanjurjo llamada Valdenoja, hoy conocida como Parque de Mataleñas. Juan Hormaechea se la expropió para crear un parque público y un golf municipal. Como bien decía mi padre, si no eres capaz de dar un uso a un bien de esas proporciones, te lo acaban quitando.
Sólo faltaría ahora que la casa de Teresa Pérez Sanjurjo en Mataleñas acabase siendo un museo del «Gobierno Vasco en el Exilio» como pide Anasagasti. Del exilio al otro lado de la linde provincial. Aunque por más que ella pudiera removerse en su tumba, no estoy seguro de que no tuviera alguna responsabilidad por no haber gestionado bien sus propiedades.
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