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01 de mayo de 2024

El observadorFlorentino Portero

La «hiperpotencia» que fue

Entre unos y otros están consiguiendo arruinar la autoridad de su país en el mundo, y esa es una mala noticia. Estados Unidos es el pilar fundamental sobre el que gira Occidente

Actualizada 01:30

En ocasiones la realidad imita la ficción. Para aquellos que, como yo, crecimos en los complejos días de la Guerra Fría y asistimos al surgimiento de un nuevo tiempo con la unificación de Alemania, la disolución de la Unión Soviética, la creación y expansión de la Unión Europea y la paralela ampliación de la Alianza Atlántica, la globalización y el inicio de la Revolución Digital, entre otros grandes temas, resulta difícil creer la deriva política de Estados Unidos. ¿Cómo es posible que la gran potencia de nuestros días se debata entre la elección de Biden o Trump para ocupar la Casa Blanca? ¿Es que no hay nadie más que pueda ser elegido?
Biden no está en condiciones de continuar en el cargo. El ritmo de trabajo y la exigencia a la hora de tomar decisiones críticas propias del puesto están muy por encima de su capacidad física y mental. La gestión de su Administración, a juicio de sus conciudadanos, ha sido deficiente. Su política exterior ha ido siempre a remolque de los acontecimientos. Tras el terrible espectáculo de la retirada de Afganistán, cuyas consecuencias vienen determinando el devenir de la política internacional, sólo ha sido capaz de reaccionar a los distintos envites que los enemigos del «orden liberal» han llevado a cabo a la vista de su debilidad, tratando de disuadirlos sin éxito alguno. Se ha abierto la veda a la vista de que Estados Unidos ya no quiere asumir responsabilidades, pero sí continuar ejerciendo influencia. La élite norteamericana sigue el guion que le marcan sus mejores enemigos, sin ser capaz de revertir la situación imponiendo una visión propia… que, en realidad no existe.
Trump es un personaje egocéntrico y soez, imprevisible y temperamental, incapaz de mantener equipos estables y sólidos a su alrededor. Nacionalista, hasta el punto de cuestionar el «orden liberal», el más valioso activo de la diplomacia americana. Personaliza la política de su país en clave mesiánica, forzando al resto del mundo, ciudadanos y estados, a tomar posición a favor o en contra. Nunca fue un ejemplo de sensatez o profesionalidad y con los años, ya tiene 77 y en junio alcanzará los 78, va a peor. Sus recientes declaraciones sobre el futuro de la OTAN, adelantando que ignorará el vínculo de seguridad con aquellos estados que no cumplan con sus obligaciones presupuestarias y animando a Rusia a atacarlos, son, por encima de todo, un formidable ejemplo de irresponsabilidad. Alguien que realiza una declaración semejante tampoco está en condiciones de asumir la presidencia. Estados Unidos tiene muchas razones para estar molesto con los aliados europeos, especialmente con España, pero eso no justifica afirmar una barbaridad de esa índole. Podría tener sentido adelantar su intención de proponer el abandono de la Alianza, pero no su disposición a incumplir lo acordado o, peor aún, animar al enemigo a atacar a otros aliados.
Entre unos y otros están consiguiendo arruinar la autoridad de su país en el mundo, y esa es una mala noticia. Estados Unidos es el pilar fundamental sobre el que gira Occidente. Su capacidad para la investigación y la innovación es sobresaliente. En el plano económico está viviendo un momento extraordinario, capitalizando la Revolución Digital. Sin embargo, su incapacidad para fijar una posición estratégica y, consiguientemente, para liderar el conjunto del mundo libre está animando a todos los que odian la libertad, y son unos cuantos, a actuar. Vamos hacia un mundo más inseguro, más peligroso, como consecuencia de la crisis política y cultural norteamericana.
Entre los innumerables gobernadores, representantes, senadores, capitanes de empresa, comunicadores… presentes y pasados, seguro que hay más de uno, de dos y de tres personajes capaces de asumir con criterio y responsabilidad la presidencia de los Estados Unidos. No es posible que estemos condenados a una opción antinatura, patético ejemplo del deterioro cultural y moral de nuestra vieja cultura.
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