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01 de mayo de 2024

El observadorFlorentino Portero

No es lo que parece, es peor

¿De qué vale tener la estructura si no compartimos una visión? Las sociedades europeas, que son muchas, son el resultado de la geografía y la historia y, hoy por hoy, la diversidad es la norma

Actualizada 01:30

La defensa europea se ha convertido en uno de los temas de referencia del debate político y sin duda estará muy presente durante la campaña a las elecciones europeas. El desarrollo de las hostilidades en Ucrania, con clara ventaja en estos días para Rusia, y las declaraciones de Trump al respecto han logrado despertar a la postmoderna clase política del Viejo Continente, sacándola de su cómodo ensueño relativista. La paz no es un derecho consolidado, ni siquiera el compromiso norteamericano con nuestra seguridad lo es.
Como todo puede empeorar, sobre todo cuando ha arraigado el derecho a despreciar la realidad, el profesor de la Universidad de Georgetown, Abraham Newman, sorprendido por nuestra reciente obsesión en torno a la defensa continental, nos ha recordado, desde las páginas del Financial Times, que Trump no sólo se plantea retirar el apoyo de Estados Unidos a Ucrania y liquidar la Alianza Atlántica, sino también abrir una guerra arancelaria con la Unión Europea.
En la hipótesis de que Trump se impusiera a Biden en noviembre y cumpliera sus amenazas en los planos de la seguridad y el comercio, estaríamos ante el fin del «vínculo» –linkage– sobre el que se construyó la política occidental desde el final de la II Guerra Mundial. Sería, sin lugar a duda, un hecho de enorme trascendencia histórica y el inicio de un tiempo nuevo para los europeos. Personalmente creo que no interesa a Estados Unidos romper esa relación y que, de ocurrir, acabaría rectificándose más adelante, pero ya no sería lo mismo. La confianza se habría roto.
¿Cómo reaccionaríamos ante ese reto? Para responder a esta pregunta elemental tendríamos que considerar dos variables. La primera es el liderazgo que, como nos explicó hace un siglo Ortega y Gasset, se descompone a su vez en capacidad pedagógica y autoridad. Quienes nos dirigen tienen que saber explicar las características de la situación a la ciudadanía y gozar de la suficiente autoridad como para ganarse su confianza y poder tomar el conjunto de decisiones necesarias para adaptarnos a una nueva situación. ¿Hay alguien en Europa que responda a ese perfil? Las recientes declaraciones de Macron y de Scholz sobre Ucrania les inhabilitan. Ninguno da la talla, ni por aproximación. Lo más parecido a un estadista es el neerlandés Rutte, pero todo apunta a que será el próximo secretario general de la OTAN. En cuanto a la Unión Europea, los socialistas ya se han descartado para la lucha por la presidencia de la Comisión, al elegir a un funcionario con tanta experiencia como ausencia de carisma. Peor es la aparente apuesta de los populares por Von der Leyen, cuyo legado está siendo ahora dinamitado por su propio partido. Su ambición es tan indiscutible como su carencia de autoridad. Décadas de protectorado norteamericano y bienestar han generado una clase política sin visión estratégica.
La segunda variable es el marco jurídico-político desde el que queremos actuar ¿El Estado o la Unión Europea? La Unión ha crecido para resolver lo que el Estado no era capaz de solucionar, pero a costa de asumir competencias, incluidas algunas soberanas. En las próximas elecciones europeas fuerzas situadas en los márgenes del arco parlamentario van a demandar un freno a ese proceso, precisamente cuando se coloque sobre la mesa la necesidad de consolidar una acción exterior de la Unión.
La Comisión ya tiene competencias y oficio en lo relativo a las guerras comerciales. Sin embargo, en este caso nos hallaremos ante un trasfondo estratégico, la Revolución Digital, en el que nos jugamos el futuro de nuestra economía y, por lo tanto, de nuestro estado de bienestar. El reto es grande y requiere de unos dirigentes de talla muy superior a los actuales.
En el caso de que se impongan los defensores de «más Europa» nos encontraremos ante una situación crítica, tanto por su trascendencia como por su dificultad a la hora de dar forma a una acción exterior común. El uso de la fuerza es el pilar de la soberanía, por lo que es extremadamente difícil que los estados estén dispuestos a ceder competencias. Avanzar desde el plano comunitario es muy difícil y crear una variante de la Alianza Atlántica sin un «hegemón», como lo ha venido siendo Estados Unidos, puede llevarnos a construir estructuras de papel. Por otro lado ¿De qué vale tener la estructura si no compartimos una visión? Las sociedades europeas, que son muchas, son el resultado de la geografía y la historia y, hoy por hoy, la diversidad es la norma.
Rusia y China toman posiciones para aprovechar la situación que Estados Unidos, en un formidable ejemplo de irresponsabilidad, está creando en Europa. El Viejo Continente se dirige hacia un momento crítico en su historia y veremos si está a la altura de los acontecimientos.
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