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02 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El alivio de escuchar varias verdades prohibidas

Muy reconfortante la defensa que ha hecho el Vaticano de la dignidad de los seres humanos frente al rodillo de la ideología de género y la subcultura de la muerte

Actualizada 09:41

Imagino que les pasará también a muchos de ustedes. De una manera casi instintiva, sientes que hay algo antinatural, que te desagrada, en la empalagosa ideología de género y en la deprimente subcultura de la muerte con las que nos atosigan desde el (erróneamente) autodenominado «progresismo». Sin embargo, la coacción política y cultural es tan intensa que llegas a sentirte como un cavernícola cuando señalas que todo ese programa no te gusta. La presión alcanza tales extremos que incluso empresas que parecen tener como meta el puro entretenimiento, tipo Netflix, Disney o ciertos gigantes digitales, están en realidad consagradas a transmitir la ideología trans, el wokismo y la subcultura a favor del aborto, la eutanasia y los modelos de hogar contrarios a la familia tradicional.
Eutanasia hasta para niños desde los doce años. La eliminación del nasciturus presentada como si fuese la fiesta chachi de la libertad. Una obsesión con la transexualidad que incluye en sus versiones más extremas la negación de la evidencia del sexo biológico. Presentación de la homosexualidad con una suerte de plus respecto a la carca heterosexualidad. Vientres de alquiler para que los pudientes se compren bebés a la carta…
Al fracasar en el frente económico, la izquierda ha buscado su razón de ser en la ingeniería social, preconizando unos supuestos «nuevos derechos». Pero esa música que interpretan como la más moderna de las melodías a muchos nos chirría. Incluso se da de coces con el sentido común, la coraza que siempre ha protegido a la gente corriente.
Por todo eso supone una bocanada de cordura el documento Dignitas Infinita, publicado ayer por el Vaticano tras cinco años de trabajo. Si me pidiesen un titular periodístico al respecto, elegiría el siguiente: La Iglesia católica se erige, una vez más, como el gran baluarte en defensa de la dignidad de las personas. Y de todas las personas. Sanas y enfermas, de toda orientación, raza, sexo y posición, desde el nasciturus hasta los enfermos terminales.
El documento denuncia la guerra, la pobreza, la trata de seres humanos, la violencia contra las mujeres, la persecución a los homosexuales, la pena de muerte. Pero además aporta la novedad de que presenta una refutación total de la ideología de género, los ataques a la familia tradicional y la subcultura de la muerte que hoy soportamos.
La Iglesia tacha de «extremadamente peligrosa» la ideología de género y advierte que hay un intento de imponerla «como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños». Es algo que los españoles conocemos bien, pues desde 2019 somos conejillos de indias en el gran laboratorio de la ingeniería social «progresista».
El Vaticano se ve obligado a recordar la más obvia de las evidencias, hoy negada por la empanada conceptual trans: «La evidente diferencia sexual entre hombres y mujeres. No podemos separar lo que es masculino y femenino de la obra creada por Dios, que es anterior a todas nuestras decisiones y experiencias, donde hay elementos biológicos que es imposible ignorar». Rechaza además las operaciones de cambio de sexo, salvo que la persona esté «afectada por anomalías genitales».
Mientras las redes sociales y las crónicas del famoseo se llenan de parejas homosexuales y figuras ancianas que se han dado el capricho de comprarse un hijo pagando un vientre de alquiler, el Vaticano tiene el valor de plantarse contra esa moda para recordar otra gran verdad moral: un niño no puede ser un mero objeto de un contrato. Con esa práctica, «la mujer se desvincula del hijo que crece en ella y se convierte en un mero medio al servicio del beneficio o del deseo arbitrario de otros», lo cual «se contrapone totalmente con la dignidad fundamental de todo ser humano».
El mismo argumento moral opera con la eutanasia, rechazada por suponer «una ofensa objetiva contra la dignidad de la persona que lo pide, aunque con ello se cumpliese su deseo». La Iglesia aboga por los cuidados paliativos, pero nunca por «provocar la muerte o cualquier forma de suicidio».
El documento pontificio vuelve a recordar que eufemismos como «interrupción voluntaria» –que delatan ya la mala conciencia de los propios defensores del aborto– «no pueden cambiar la realidad: es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia».
En resumen, una aclaración oportuna y valiente, que envía a la papelera toda la monserga que los españoles venimos sufriendo de manera estelar, y que incluso ha sido convertida ya en leyes. Nada mejor para constatar el acierto del documento pontificio que la dura y despectiva acogida que ayer le dedicó la prensa oficialista. Curioso: nuestra izquierda no solo es mayoritariamente anticatólica, sino que además quiere que aquellos a los que rechaza piensen como ella.
En resumen, una ducha de sensatez moral para aclarar el pegajoso jabón del «todo es relativo y todo vale».
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