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03 de mayo de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Con terroristas

Lo más urgente, justo y preciso es recordarle a Sánchez, sin medidas ni cautelas, que su pacto con el terrorismo etarra, su laxitud con su pasado y su blanqueamiento social y político, le han llevado a superar el límite de la traición

Actualizada 01:30

Ni los negocios comisionistas de Begoña Gómez, ni el ridículo que ha culminado durante su gira para que Palestina sea reconocido como Estado, ni la sorprendente fortuna de su hermano el músico, ni todas sus tropelías anteriores y todas las que vendrán, alcanzan la gravedad de sus pactos con el terrorismo de Bildu. El aspirante a «lendakari» del partido proetarra, o etarra –para ser más claros–, ya ha recibido el tironcito de orejas del inquilino –todavía no propietario– del complejo urbanístico de la Moncloa, pero Sánchez le ha respetado el pacto y los acuerdos. Sin ellos, sin los terroristas, y sin los otros, los separatistas de Junts, Sánchez ya habría desaparecido de su proyecto. Quizá, después de pasar por Portugal para ayudar a su millonario hermano, el insigne director de orquesta, a tocar las teclas del piano, estaría instalado en la República Dominicana, libre de las amenazas que se ciernen sobre Venezuela querida.
Pero el terrorismo, el independentismo y la eterna deslealtad del PNV, sostienen su poder. El candidato del PNV a presidir el Gobierno vasco, el castellano Pradales, ha hablado con contundencia. «ETA fue un error y un horror. Fue terrorismo». Lástima que su partido se dedicara, mientras la sangre de los inocentes fluía como un río por toda España, a recoger los frutos caídos del árbol de la vida. Lástima que su Javier Arzallus –sí, Arzallus, como se apellidó toda la vida–, según cuenta Juan María Bandrés en sus memorias, se trasladara al sur de Francia cada dos por tres para pedir a los terroristas etarras «más acciones» con el fin de conseguir más y mejores transferencias de los Gobiernos de Adolfo Suárez y Felipe González. Su partido, señor Pradales, cerró los ojos ante el horror, el error y el terrorismo, lo mismo que hicieron algunos obispos vascos, como José María Setién y monseñor Uriarte Goricelaya. Una lástima.
No obstante, el problema no es el PNV. El problema es que, por mantenerse en la Moncloa, uno de sus fundamentales apoyos es el terrorismo de la ETA disfrazado de blancura democrática. Su candidato, Ochandiano, uno de los «duros» de Sortu, hijo político del etarra Arnaldo Otegui –por favor, Otegui, y no Otegi que se pronuncia en español «Oteji»– se ha negado a reconocer que la ETA fue una banda terrorista. Y a pesar de ello, Sánchez mantiene sus relaciones y sus pactos con semejante gusano de la impostura. Ochandiano no tiene que pedir perdón, porque cree ciegamente que asesinar a mil inocentes, dejar sin futuro a miles de familias, y expulsar de su tierra a 300.000 vascos amenazados, no es terrorismo. Así son y así serán. El que tiene que pedir perdón es Sánchez, sin que la petición de perdón le sirva para aliviar en el futuro su negro horizonte penal. Una mayoría de la sociedad vasca no está enferma, sino podrida. Una juventud putrefacta y educada en el odio. Todo ello, consecuencia de la permisividad y generosidad de los Gobiernos de España que no se atrevieron a actuar desde la Ley para desinfectar a los infectados de alma, a los partidarios de los asesinos, a cerrar el camino a los criminales terroristas, facilitando que pudieran acceder a las instituciones gracias al desolador desinterés de los sucesivos Gobiernos de España.
Ya habrá tiempo para destapar la corrupción familiar de Sánchez y su Gobierno. O no habrá tiempo gracias a la inestimable ayuda que recibe, no del PP, de sus militantes y sus votantes, pero sí de sus dirigentes. Pero hoy, lo más urgente, justo y preciso es recordarle a Sánchez, sin medidas ni cautelas, que su pacto con el terrorismo etarra, su laxitud con su pasado y su blanqueamiento social y político, le han llevado a superar el límite de la traición.
«Seguiremos con Bildu aunque evidentemente no rompa con ETA».
Que me aten esa mosca por el rabo.
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