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29 de abril de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Barrenos

«Paco, a Las Mulillas las quiero lejos de la mesa presidencial. Son demasiado fogosas». Y el marqués, que se llamaba Paco, obviamente, preguntó al Rey: «¿Quiénes son Las Mulillas, Majestad?». «Tus hijas, Paco, tus hijas»

Actualizada 01:30

Un marqués que formaba parte del servicio del Rey Alfonso XIII –omito el título por respeto a sus familiares– tenía dos hijas, mellizas, ardorosamente monárquicas, muy feas, solteras, patrióticas hasta las cachas, con los dientes muy largos e inseparables. Vivían la una para la otra y la otra para la una. En Roma, con motivo de la boda de Don Juan De Borbón y Doña María de las Mercedes, celebrada en plena Segunda República, las dos hermanas adornaban su frente con una Bandera de España, la rojigualda. Esa costumbre de acudir juntas a cualquier evento, unida a sus desmesuradas dentaduras y las cintas de la bandera monárquica exhibida en sus frentes, les granjeó el mote de «las Mulillas». Las Mulillas que arrastraban a los toros hacia el patio de caballos en las corridas de Madrid.
No todos los asistentes a la boda, venidos a Roma desde España, pudieron ocupar asiento en la cena de gala que Alfonso XIII ofreció a los españoles. Fueron más de seis mil los que viajaron hasta Roma para asistir a la boda de los entonces Príncipes de Asturias, y el comedor del hotel en el que se celebró el banquete podía albergar como máximo, a dos mil invitados. El Rey cuidó con esmero la colocación de los dos mil invitados al banquete, y ofreció una recepción a los que, después del largo viaje, no tuvieron sitio en el banquete. Las autoridades de la República, asombradas y preocupadas por la cantidad de monárquicos que se desplazaron a Roma, perjudicaron a muchos españoles a los que no se les permitió viajar. En aquel banquete, durante los postres, hicieron uso de la palabra don José María Pemán y el Rey desterrado.
Ilustración Barca

Barca

Previamente, y durante la operación de colocar en cada sitio del comedor a los invitados, el Rey le comentó al marqués: «Paco, a Las Mulillas las quiero lejos de la mesa presidencial. Son demasiado fogosas». Y el marqués, que se llamaba Paco, obviamente, preguntó al Rey: «¿Quiénes son Las Mulillas, Majestad?». «Tus hijas, Paco, tus hijas».
Con posterioridad a la boda, Las Mulillas volvieron a España. Le narré la siguiente anécdota a José Luis de Vilallonga, el escritor catalán y malísimo actor. Y Vilallonga se apropió de la historieta y la incluyó en un libro dedicado a su familia, como era habitual en él cuando no se le ocurrían sucedidos graciosos.
Viajaban Las Mulillas hacia San Sebastián en un viejo Ford. Superaron Burgos, y al llegar a Pancorbo, un retén de obreros con banderas rojas detuvieron su marcha. Las Mulillas hicieron caso omiso, sacaron sus equinos rostros por las ventanas del Ford y vitorearon al Rey y a España. No destacaban por su prudencia en los gritos patrióticos. «¡Rojos, asesinos, hijos de la Unión Soviética, meteos esas banderas por donde os quepan, viva España y Viva el Rey». Y superaron el retén de las banderas rojas. Un minuto más tarde, toda la sierra de Pancorbo se precipitó sobre ellas, y milagrosamente salvaron la vida. No se trataba de milicianos rojos, sino de obreros que ensanchaban la carretera y anunciaban con sus banderas coloradas el peligro de la explosión de barrenos. Las hermanas Mulillas salvaron milagrosamente sus vidas, y al llegar a San Sebastián, con el susto estancado en sus cuerpos, acudieron a la primera comisaría que encontraron, en la calle Matía, y denunciaron que habían sufrido un terrible atentado. El comisario, que estaba ya enterado de los acontecimientos, las encerró en una celda durante 24 horas por imprudencia temeraria, desobediencia a la autoridad y manifestación de mensajes prohibidos por la República, así como una sanción económica de 60 pesetas por barba.
Estoy seguro de que mis lectores pretenden que les informe de la identidad de las hermanas Mulillas. No lo haré por respeto. Quizá en mis Memorias me sienta más decidido a desenmascararlas. Aquel otoño de San Sebastián fue muy comentado. En Roma, el Rey llamó a su leal servidor, el marqués. «Paco, tus hijas han estado a punto de morir aplastadas por todas las piedras de Pancorbo». «¿Están bien, Señor?»; «como dos rosas»; «llevo cincuenta años intentando matarlas, y no he podido». «Paco, con ellas, la Monarquía no volverá a España».
Fallecieron en un accidente de coche en San Juan de Luz, de vuelta a San Sebastián, después de intentar comprar dos cajones de jabones «Lax». Resultó imposible. Un español que se hallaba en la droguería les recomendó que pidieran «jabones Lux». Pero las Mulillas lo tenían muy claro.
«Preferimos nos lavarnos a perder nuestro inglés».
Sin ellas, al cabo de 40 años, volvió la Monarquía.
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