Abrirse a la luz o vivir en la oscuridad
Si nuestros actos cambian el mundo para bien o para mal, alguien tendría que meditar si lo ocurrido en Extremadura es el fruto de lo que ha hecho o dejado de hacer
Los judíos no creemos en las casualidades, pensamos más bien que todo obedece a un orden universal que los seres humanos podemos mejorar o empeorar a través del ejercicio del libre albedrío. El caso es que este año -qué casualidad, diría un gentil- la fiesta-ceremonia del encendido de la última vela de Hanuká coincidió, casi al minuto, con el comienzo del escrutinio de las elecciones acaecidas en Extremadura, región que tan lejos y tan cerca a la vez nos cae a los mallorquines, según cómo se mire.
La verdad es que no pensé en urnas, ni en victorias o derrotas electorales en el cálido ambiente de la sinagoga palmesana -repleta a más no poder- mientras Margalida Prohens, cumpliendo con lo que ya viene siendo una pequeña tradición, encendía la primera vela en el epílogo de la gran Fiesta de las Luces.
Extremadura estuvo también lejos de mis pensamientos cuando -acabado el acto religioso y tras la degustación de los dulces típicos de esta fiesta- la rabanit (o sea, la esposa del rabino) nos convocó a un pequeño grupo a una mesa redonda para -en una especie de juego, muy propio de la pedagogía hebrea- abrirnos a la reflexión personal y colectiva acerca de la presencia o ausencia de luz en nosotros mismos, en nuestro entorno y en el mundo. Fue un ejercicio muy interesante, que nos llevó a un diálogo enriquecedor con una pizca de emoción en los semblantes de quienes participamos.
Está claro que nuestras obras, sean del tipo que sean, tienen unas consecuencias, buenas o malas, que luego propician una interpretación moral
Está claro -y no hace falta ser religioso para entender esto- que nuestras obras -sean del tipo que sean- tienen unas consecuencias, buenas o malas, que luego propician una interpretación moral. Nadie es tan inocuo como para no encender una luz o, por el contrario, apagarla, a través de su comportamiento. Y luego vienen las consecuencias, el mantra, que dicen ahora los aficionados a la espiritualidad oriental. Y ahí sí que, acabada la fiesta, ya en casa, me acordé de las elecciones extremeñas. Y de sus resultados.
No entraré en partidos, ni en personas. Son días -al menos teóricamente- proclives a la paz, inadecuados para el enfrentamiento. (En realidad todo es una convención, pero voy a respetar las reglas). No citaré nombres, pero sí consecuencias, y que cada uno -empezando por este humilde columnista regional- se aplique el cuento. Si nuestros actos cambian el mundo para bien o para mal, alguien tendría que meditar si lo ocurrido en Extremadura es el fruto de lo que ha hecho o dejado de hacer. Ese alguien puede ser plural, no referente exclusivo a la persona cuyo nombre y apellidos tienen ahora en mente.
La venganza, la persecución, la praxis del mal como estrategia, el culto al postureo, la adoración de la mentira como medio de conservar el poder a toda costa...quedaron reflejados el domingo por la noche en un simple recuento de papeletas. Y eso vale -o debería valer- también entre nosotros, en esta isla en la que algunos piensan que todo es lícito para salir del hoyo en el que ellos solos se metieron. Que piensen en esta frase de Eisenhover: «golpear y dañar a la gente no es liderazgo sino agresión».