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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Cuidadín, Óscar, cuidadín...

El ministro ya puede ir preparándose para el rencor de Mi Persona después de que se haya destapado que en 2016 intrigaba buscando munición turbia contra él

Actualizada 16:14

Si el gran matemático clásico Arquímedes viviese en nuestros días, estudiando al ministro Óscar López podría expresar la siguiente fórmula: «El área de una cabeza puede ser inversamente proporcional a lo que hay dentro de ella».

Óscar López, que en sus 52 años de vida no ha dado palo al agua fuera del PSOE, posee una de las mayores cabezas de la vida pública española, no cabe duda. Pero en su caso no equivale a una gran cabeza, sino más bien al revés. Solo la mediocridad de la actual política española explica que un personaje como él lleve toda la vida chupando del bote en el PSOE con los más variados cargos: candidato fallido en Castilla y León, un paso relajante por la cámara-spa (léase el Senado); presidente de Paradores, puesto clásico para socialistas en horas bajas; director de gabinete de Sánchez en Moncloa y por fin, ministro florero y candidato de verbo pirotécnico del PSOE en Madrid.

Hoy Óscar López es el más entusiasta paladín del sanchismo, pues le va en el sueldo, y el más rudo oponente de Ayuso (aunque a veces le supera el delegado del Gobierno, imputado ayer por colocar a una funcionaria de Moncloa a hacerle recaditos privados a la seudo primera dama).

Pero todos tenemos un pasado, y a veces retorna inesperadamente y nos propina un buen susto. Alejandro Entrambasaguas acaba de revelar en este periódico que en 2016, cuando se fraguaba en el PSOE la marejada interna contra Sánchez que se lo acabó llevando por delante, resulta que Óscar López era de los que conspiraban contra el hombre al que hoy hace la suprema pelotilla. López llegó al extremo de concertar un almuerzo con un policía corrupto que era el mayor generador de lixiviados del país para pedirle que le facilitase munición contra Sánchez. En concreto, le pidió material sobre los negocios de saunas y lupanares de la familia paterna de la futura seudo primera dama.

Tanto Sánchez como su ministro pasarán de largo sobre esta curiosa novedad de su pasado. Ambos actuarán como si nada hubiese ocurrido jamás. Pero si uno fuese Óscar López andaría con mucho cuidadín, pues Mi Persona ha acreditado a lo largo de su convulsa carrera que el rencor es una de sus más distinguidas cualidades y que sabe pasar facturas en diferido. Desde luego no va a perdonar que quien hoy lo adula untuosamente trabajase para llevárselo por delante cuando estaba en horas bajas.

Esta amena historia prueba que al tal López le da igual arre que so. Lo único que le importa es intentar asociarse a la bandería ganadora en cada momento para seguir viviendo de la única empresa en la que ha tenido una nómina: el PSOE S.A.

Hace unas noches, mi mujer y yo nos pusimos a volver a ver, después de muchos años, la vieja y extraordinaria serie inglesa Yo Claudio, estrenada en 1976. Claudio, el emperador tartamudo, escribe en sus últimos días sus memorias, donde cuenta las intrigas de los césares y de su círculo de aliados y enemigos. Livia, la mujer de Augusto, es la inteligentísima mala-malísima del serial. Llega al extremo de envenenar a quienes se interponen en la ruta de sus ambiciones. Pero comparado a como las gastan en el sanchismo, Livia sería una formidable estadista y casi una honorable ciudadana.

Óscar, guárdate de los idus de marzo, porque Mi Persona no perdona y Roma no paga a traidores.

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