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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¿Merece Teresa Ribera 34.000 euros al mes?

Perdió las europeas, pasó de todo ante la tragedia de la dana y sufrimos su histeria ecologista con un apagón, pero ahí está, chupando del bote en Bruselas

Actualizada 23:38

Tony Blair, de 71 años y convertido al catolicismo, fue un inteligente primer ministro de un carisma magnético. Arrasaba –tres mayorías absolutas– y gobernó entre 1997 y 2007. Su éxito estribaba en que, aunque lideraba el Partido Laborista, jamás actuó como tal. Con algún retoque modernizador, mantuvo en la práctica el legado de Thatcher de un Reino Unido pronegocios, abierto al capital mundial.

Blair perdió su prestigio ante el gran público británico con la Guerra de Irak y con su culto al becerro de oro tras dejar el poder, que lo llevó a cobrar de algunos regímenes infames. Pero aún así, continúa siendo uno de los observadores políticos más sagaces y su instituto de estudios elabora excelentes análisis.

El último ha causado sensación en Gran Bretaña. En víspera de las elecciones locales, Blair ha puesto a parir el objetivo del Gobierno laborista de Starmer de alcanzar las emisiones cero en su país en 2050. Califica esa meta de «política irracional». Cree que hay «demasiada histeria» en el debate climático y escasa visión práctica. Son objeciones que compartimos ya muchos europeos.

Blair defiende que hay que tender hacia la descarbonización, sí. Pero señala que se está obligando a la población británica a hacer un esfuerzo económico ingente que no arregla nada a nivel global. Mientras los europeos nos obsesionamos con purificar el aire castigando nuestros bolsillos, China, India y el Sureste Asiático manchan cada vez más. Y África, que hoy solo supone el 4% de las emisiones planetarias, va a doblar su población en 20 años y hará lo propio.

China se está cargando el crucial sector de la automoción europeo, merced a la torpe y atropellada transición ecológica de la UE hacia el coche eléctrico. Los chinos nos hacen dumping. Nos venden a precio de ganga automóviles eléctricos fabricados con fuerte financiación estatal y en condiciones laborales ínfimas. Blair recuerda que mientras nos autolesionamos con las prisas verdes, los chinos iniciaron el año pasado la construcción de 95 enormes plantas de carbón (e India también las está impulsando). Los europeos hacemos el canelo. Pretendemos salvar el mundo en nombre de un apriorismo ideológico que inculca una izquierda que no se ha molestado en echar las cuentas. Blair recomienda pensar antes de actuar, ir poco a poco y hacer más hincapié en la vía de descontaminar mediante plantas captadoras de emisiones de CO2.

El ejemplo más cerril de una «transición ecológica» fanática y nada meditada lo ofrece Sánchez. En la dana y en el gran apagón hemos sufrido ya los dolorosos efectos prácticos de esas políticas exaltadas. Un volumen de agua tan brutal como el que cayó en Valencia siempre provocará un enorme castigo, gobierne quien gobierne. Pero es innegable que la ceguera ecologista de Teresa Ribera agravó los daños, pues en nombre de su sagrado credo verde se había negado durante años a acometer las preceptivas obras hidráulicas de prevención.

En el apagón ha sucedido otro tanto: la causa última hay que buscarla en la actuación de esta iluminada, que cambió atolondradamente el mix energético para dar máximo peso a las renovables, olvidando que eran los métodos tradicionales los que aportaban estabilidad al sistema.

Teresa Ribera, puño de hierro en guante de seda, es una madrileña de 55 años que estudió Derecho y luego se hizo funcionaria del cuerpo superior de Administradores del Estado. Desde 2005 vive del PSOE, siempre en cargos relacionados con la lucha contra el cambio climático, materia en la que fue secretaria de Estado con Zapatero. Siendo ella vicepresidenta y ministra, su marido ejerció hasta 2022 como consejero de la Comisión Nacional de la Competencia, en un palmario conflicto de intereses, de esos que en el sanchismo dan igual (el buen señor fue recolocado luego como consejero de la CNMV).

Como vicepresidenta, Ribera se convirtió en una talibán ecológica, con una intransigencia absoluta, a prueba de sentido común. El año pasado, el PSOE la colocó como cabeza de lista de las europeas. Las perdió. Luego vino su vergonzoso comportamiento ante la dana. A pesar de que la tragedia era de la incumbencia de su ministerio, Teresa, a la que le gusta el parné y el buen vivir, desapareció durante ocho días, parte de ellos en el extranjero, porque estaba muy ocupada preparándose para el examen de comisaria europea. No es de extrañar: como vicepresidenta de la Comisión Europea cobra 30.000 euros al mes, que se elevan a 34.000 si se añaden los pagos por residencia y representación.

A falta de que Sánchez acabe de investigarse a sí mismo, pues Red Eléctrica es una compañía semipública, todos los expertos concuerdan en que el gran apagón se debe a que se aceleró demasiado con las renovables, sin hacer antes las necesarias inversiones para garantizar la estabilidad del sistema. Traducción: la burramia ideológica de Teresa Ribera nos ha apagado los plomos, con al menos seis muertos, incontables molestias y pérdidas multimillonarias.

Estamos ante una señora que no fue la elegida para representarnos con un alto cargo en Europa, pues perdió las elecciones, una jeta que pasó de todo en la tragedia de la dana y una intransigente que impulsó el modelo energético que ha apagado la Península Ibérica. ¿Y qué hacemos con ella? Pues premiar su suma incompetencia y su escapismo con un chollazo en Bruselas de 34.000 pavos al mes.

A tenor de sus éxitos, Teresa Ribera debería ser cesada mañana mismo. La democracia europea tiene mucho que mejorar.

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