'Notre panaché'
Vi un sistema de poder intentando aplastar la verdad y a un ciudadano libre; Marcos de Quinto, que no necesita gritar para hacer temblar las costuras del relato. Vi que por mucho que censuren, por mucho que no cumplan las normas del juego, hay algo incontrolable: la actitud de quienes no se arrodillan
He vivido lo bastante como para entender que la vida está fuera de control, que de un momento a otro te da un zarpazo y todo queda arrasado, sin previo aviso, sin piedad. Puedes empeñarte en planificar tu existencia con la precisión de un relojero suizo, pero la realidad siempre se cuela de puntillas para derribar lo planeado y convertirlo en una absurdez kafkiana. No controlamos lo que nos sucede, pero hay algo que sí está bajo nuestro dominio: nuestra actitud. Eso sí es nuestro negociado.
Cyrano de Bergerac lo llamaba mon panaché. En su escena final, con el corazón roto, pobre, herido de muerte, solo, dice: «He perdido todo, excepto una cosa: mon panaché». «Mi plumaje, mi orgullo, mi dignidad con estilo». Esa genial mezcla de bravura modesta, ironía y firmeza que permite a uno mirar a los ojos a la adversidad sin pedirle permiso.
La inmensa mayoría de las personas vivimos existencias vulgares sin pena ni gloria. Pero hay ejemplos gloriosos de actitudes ante la vida que pertenecen a unos elegidos a quienes se les vienen encima destinos heroicos o malditos, en el que esa actitud, ese panaché, lo es todo y marca la diferencia.
La de Ernest Shackleton, al frente de la expedición Endurance, es una de mis hazañas favoritas. Él, junto a 28 hombres, quedó atrapado en los hielos perpetuos de la Antártida durante casi dos años. Nunca perdió el control ni mostró desesperación ante su tripulación. Su actitud inteligente, optimista, serena y decidida mantuvo la moral alta, inventó rituales diarios, aplicó sentido del humor (jugaron al fútbol sobre el hielo) y, cuando todo parecía perdido, cruzó 1.300 km de océano con cinco hombres en un bote salvavidas y no murió ni un solo hombre.
También está Viktor Frankl, judío (de esos tan odiados ahora por el Estado español), que, a pesar de la tortura del campo de concentración nazi y del dolor de ver morir a su anciano padre, a pesar de perder a su mujer embarazada de su primer hijo, eligió no odiar. Encontró sentido al sufrimiento y, con su actitud firme, compasiva y profundamente humana, ayudó a otros a resistir. «Lo único que no te pueden quitar es la actitud», decía. Y tenía razón. En fin, pensaba yo que esas gestas antiguas pertenecían a tiempos remotos, y el otro día, de sopetón, un talante ejemplar me impactó en pleno centro de Madrid.
Me explico. El lunes 19 de mayo a las puertas del Congreso de los Diputados (sí, ese edificio que representa al conjunto del pueblo español, y cuyas normas deben respetarse, guste o no el contenido de los actos que allí se celebren) dos policías con metralletas me impidieron la entrada a la sala Campoamor, donde se me había convocado para el visionado del preestreno del documental histórico Lo que nos ocultaron, junto a otras cien almas curiosas.
El permiso estaba concedido, las invitaciones cursadas, los asistentes presentes, pero en el último minuto la proyección fue cancelada por orden del Gobierno. Al más puro estilo sanchista. Y ahí estaba Marcos de Quinto, al frente de la asociación ciudadana 'Pie en Pared', viendo cómo desmontaban su acto, como dinamitaban la institucionalidad y la palabra dada. Ante ello, yo vi actitud. Serenidad. Estilo. Panaché. Vi un sistema de poder intentando aplastar la verdad y un ciudadano libre que no necesita gritar para hacer temblar las costuras del relato. Vi que por mucho que censuren, por mucho que no cumplan las normas del juego, hay algo incontrolable: la actitud de quienes no se arrodillan. Vi comenzar lo imparable: el lento emerger de la verdad que siempre encuentra por dónde colarse. Por mucho que se silencie una sala o se recurra al miedo como argumento, ahí permanece, se multiplica e invade mentes despiertas ávidas de curiosidad y de sentido común
¿Y qué contaba ese documental censurado que tanto molestaba a «Aló presidente»? Una concatenación de hechos históricos, datos extraídos de hemerotecas y de los archivos de la propia Fundación Pablo Iglesias y del Partido Socialista que descubren que la historia oficial de la Segunda República es una narración amputada, que en 1934, tras perder unas elecciones limpias, el Partido Socialista preparó un golpe de Estado; que en 1936, España estaba bajo el ataque de una revolución de corte soviético perfectamente alentada y organizada por el PSOE en sus agrupaciones en toda España, que hubo 484 asesinatos en cinco meses ( El año de plomo más salvaje de ETA asesinaron a 90 inocentes); y que el asesinato de Calvo Sotelo, jefe de la oposición, fue el punto de ruptura en el que media España decidiese no dejarse matar más por la otra media. Y siguió esa guerra civil ya comenzada.
En tiempos donde todo es líquido y manipulable, ver a alguien ejercer su libertad con tanta dignidad, sin estridencias, es un ejemplo a seguir. Y una esperanza. Porque si queremos recuperar la verdad no necesitamos mártires ni héroes: necesitamos ciudadanos con panaché. Como Marcos de Quinto. Yo, que soy más bien torpe en estas lides, lo tengo claro. Ante esta vida imprevisible, desordenada y kafkiana… todos debemos buscar el nuestro. Porque si cae nuestro estilo, si se rinde nuestra actitud… habremos perdido lo único que de verdad nos hace libres. Con notre panaché hasta las dictaduras de sonrisa socialista se tambalean.