Arrancando raíces
Así es, Don Antonio: nadie lo votó, ningún programa electoral llevaba el arrancar sus olivos. Ningún político a los que usted entregó su voto consultará sobre esta barbaridad de consecuencias centenarias, al más puro estilo Koljoz
La primavera la sangre altera: al primer rayo de sol victorioso con intenciones de perdurar; los primeros silbidos de golondrinas; a la primera tarde templada y perfumada, siento cómo la vida estalla. Es como si el renacer de la tierra se apoderase de cada partícula de mi ser y la cooperación atómica que hace casi doce lustros posibilita mi existencia se alborotase a un son sinfónico que vibra con todo lo que respiro. Nunca había tenido una actitud tan contemplativa hacia la naturaleza, al menos de manera consciente, como la tengo a estas alturas de la vida… Reconozco que la vejez, a la que me acerco con cada respiración a pasos agigantados, es un proceso orgánico un pelín irritante que apenas sí tiene un par de cosas buenas: una es la mejor prueba de que no te has muerto todavía; y la segunda si te esfuerzas, aprendes algo. Aprendes a disfrutar de la contemplación de la naturaleza, a valorar el silencio y a practicar la aceptación para no perder los nervios… muy necesario con el panorama líquido de ignorantes, adanistas y « hípsters modernetes» con el que me toca coexistir.
Vayamos por partes: debe ser verdad ese viejo dicho de que una mentira tiene muchas más probabilidades de ser creída cuanto más grande sea la incongruencia a tragar. Será que me he debido saltar algún capítulo del «manual de un buen ciudadano del siglo XXI» (de esos que administran a cucharaditas en cada telediario de televisión abierta a cualquier hora), porque a mí, sinceramente, se me está atravesando un poco la ingesta de ciertos disparates del momento. Que sean los «verdes», los paladines defensores de la sostenibilidad, los que nos piden un último sacrificio por el planeta renunciando a nuestros viajes por carretera en coches de combustión a partir de 2035, los que tensan la soga a nuestros cuellos cerrando las ciudades a la circulación libre rodada, los que nos piden renunciar al chuletón de buey para abrazar la harina de gusano como manjar del mañana y los que volaron en aviones privados para consolar a la niña Tannemberg (precisamente la «abraza árboles»), son ellos, digo, los mismos que están arrasando con retroexcavadoras nuestro mar de olivos centenarios para plantificar en su lugar desiertos de acero y cristal. Alucinante. Vamos a ver, por muy «urbanitoprogre» que se sea, después del apagón que se sabe fue debido a un exceso de energías del sol inestables, inasumibles por la red y un modelo completamente desequilibrado que no garantiza independencia ni futuro, ¿de verdad hay alguien que aún se trague ese cartel solar sin mirar detrás del telón? ¿Ahora esto es ser «verde»?
Cien mil olivos centenarios arrancados en Jaén, también en Córdoba; quinientos mil en Granada; once mil en Aranjuez y suma y sigue… Esto no es solo una agresión ecológica: es un acto de imbecilidad crónica o peor, de amputación cultural a conciencia. Aquí, eliminar un olivo no es sólo arrancar un árbol (que los verdes deberían defender), con él se arranca nuestra economía local, nuestra soberanía alimentaria, nuestras raíces, nuestra identidad, nuestros paisajes, nuestro vínculo con la tierra, incluso nuestra forma de entender el tiempo. Porque un olivo de quinientos años es un testimonio vivo de la historia de este país. Ha sobrevivido a civilizaciones, guerras, sequías, revoluciones, dictaduras… pero no lo hará a esta democracia de ficción.
La democracia 4.0 es esto: si no quieres vender tu campo, pues alquilas a la multinacional, y si no aceptas el trato, expropiación forzosa… Pongo la televisión, una cucharada de propaganda para intentar entender… Atrona el llanto entrecortado de Antonio Miguel, agricultor de Jaén recio y curtido como sus olivos centenarios. «No quiero vender. En los tiempos que vivimos yo no pensé que ahora tendríamos dictadura» La emisora intenta cortar la última de sus palabras, pero se oye. Así es, Don Antonio: nadie lo votó, ningún programa electoral llevaba el arrancar sus árboles. Ningún político a los que usted entregó su voto convocará un referéndum para conocer su opinión sobre esta acción de consecuencias centenarias, al más puro estilo Koljoz. Uno puede llegar a comprender la represión socialista del «exprópiese» al estilo Venezuela, pero, que sea el Partido Popular de Juan Manuel Moreno el que no defienda la propiedad privada, ni la economía familiar, ni los valores y principios de tradición de España, es abracadabrante. Los mismos perros con diferente collar, PP y PSOE, y estamos en sus manos: No quieren agricultura, no quieren ganadería, no quieren pesca. Hablan de sostenibilidad y ecología mientras destruyen intencionadamente el medio rural y la producción familiar para chollo de las grandes multinacionales… Ese es el «eco plan». Y cuando pase esta eco moda, cuando caiga el telón de esta farsa, ¿Quién responderá por esta destrucción irreparable? ¿Quién devolverá la vida a un olivo de quinientos años? ¿Quién pedirá perdón a los pueblos convertidos en parques industriales con la excusa de salvar el planeta? Nadie.
España necesita un plan estructural, no una moda ideológica. Una estrategia nacional, no una subasta al mejor postor. Necesitamos defender la tierra, el paisaje, la propiedad privada y el derecho de los pueblos a decidir qué futuro quieren. Tal vez esta primavera que asoma despierte el coraje de un pueblo anestesiado. La primavera la sangre altera y el absurdo institucional nos la hace hervir.