Mi amor imposible
Al carecer de nombre científico, es conocida por su nombre y los dos primeros apellidos. María Luisa Segoviano Astaburuaga. Pasa el día en libertad, vota lo que le ordena Pumpi, se carga la Constitución –siempre como mujer–, y por la noche le salen las plumas, el moño rubio, y le crecen los dientes
Desde niño me han gustado especialmente las mujeres y los pájaros, incluidos los pájaros de cuentas. Mi ave preferida es el pato mandarín (aix galericulata) un prodigio colorista de la naturaleza. Con 16 años, y por ello no admito lecciones de ecologistas coñazo ni ornitólogos con la camiseta sudada del Che Guevara estampada, adjunto al texto la prueba que me avala. Soy el anillador 54 de la Sociedad Española de Ornitología, y si bien reconozco que he podido mejorar en los anillamientos durante muchos años, no he dejado de serlo jamás, porque ser anillador imprime carácter. Amor a las aves y la naturaleza. Y ese amor arrastra también prolongados tramos vitales de incomodidad y tristeza. El descubrimiento de una nueva especie de ave del paraíso española me ha dejado en fuera de juego. Porque es un ave que puede considerarse simultáneamente mujer y ave. Terrible como mujer, y espectacular como ave. Pero no me quedan fuerzas para acercarme a ella, colocar la red y anillarla posteriormente.
Carné que certifica que Alfonso Ussía es el anillador 54 de la Sociedad Española de Ornitología
El ave-mujer anida en los tejados del edificio que alberga el Tribunal Constitucional. Cándido Conde-Pumpido le da de comer en el pico todos los días. Cándido es así, un ejemplo de amor a la naturaleza, como su niño. El ave-mujer todavía no tiene denominación científica porque no pertenece a ninguna familia de las conocidas hasta ahora. Se trata de un ejemplar único, de plumaje negro con la punta de las alas blancas, y con una cabeza científicamente apasionante. Plumaje o pelo amarillo electrizado, cejas confusas, ojos oblicuos, y de carácter aparentemente dulce, si bien, muy de cerca, se advierten unos dientes humanos nada prometedores. Es un ave de alma roja, y por ello, capaz de terminar con el futuro de millones de personas a cambio de ser invitada a cenar entre los pinos de la Moncloa. Por ello, no hay más salida que la de deducir que es una hortera. Como mujer y como ave. No es anátida, ni colombófila, ni tejedora, ni zancuda, ni gallinácea.
Al carecer de nombre científico, es conocida por su nombre y los dos primeros apellidos. María Luisa Segoviano Astaburuaga. Pasa el día en libertad, vota lo que le ordena Pumpi, se carga la Constitución –siempre como mujer–, y por la noche le salen las plumas, el moño rubio, y le crecen los dientes, dándole un aspecto sencillamente irreconciliable con la tranquilidad. En una serie venezolana, un hombre enamorado ve llegar a su amada. «Camina en 'bellesa'», comenta. En el caso de nuestra extraña ave-mujer lo lógico es que dijera «vuela en fealdad». Pero no es ave a despreciar. Como ninguno de los pájaros que obedecen a Pumpi en el Tribunal Constitucional, que se ha convertido en una institución anticonstitucionalista con esa fauna que por ahí se mueve. Propongo a la ciencia el nombre latino del ejemplar. «Avis hiaspaniae anti Hispania»
Se podría añadir horribilis, pero se me antoja una falta de caridad, porque como ave no deja de tener su especial belleza y científico interés. Le sucede, y es lo malo, lo que al pájaro Dodó de la isla Mauricio. Quedaba una pareja, se despeñó y desapareció la especie. Para perpetuar la especie, podríamos solicitar oficialmente que sus huevos los calentara Pumpi o cualquiera de sus esbirros. De salir algo, sería una mujer-ave con cuerpo de orangután.
Y se formarían infinitas colas en el Zoo de la Casa de Campo. Si lo malo tiene algo bueno, hay que aprovecharlo.