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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Cuñados

El cuñaderío en España no alcanza altos prestigios. Un cuñado en la política origina casi siempre recelos de cercanía. El peor cuñado que ha tenido la Familia Real, en tiempos de Isabel II fue el príncipe Antonio de Montpensier, el gran conspirador que quiso ser Rey desde su dorada estancia de Sevilla

Don Antonio Maura llegó a Madrid hablando mallorquín. Mallorquín del bueno, el que no entienden los catalanes, como es el caso del aranés cerrado. En pocos meses, su español era perfecto. Hablaba desde su escaño, y un diputado preguntó a su compañero inmediato. ¿Quién es ése que habla?

Su vecino se lo aclaró: Es Maura, el cuñado de Gamazo. Pues muy pronto será Gamazo el cuñado de Maura.

El cuñaderío en España no alcanza altos prestigios. Un cuñado en la política origina casi siempre recelos de cercanía. El peor cuñado que ha tenido la Familia Real, en tiempos de Isabel II fue el príncipe Antonio de Montpensier, el gran conspirador que quiso ser Rey desde su dorada estancia de Sevilla. Y el cuñado de Franco Ramón Serrano-Súñer fue alejado de la élite cuando Franco se apercibió del poder que acumulaba su inteligencia. Francisco Silvela, decía que los cuñados son como los esparadrapos. Se ponen con facilidad y resulta casi imposible despegarlos y quitárselos de encima.

Hay cuñados maravillosos –los míos–, y cuñados atroces –los más abundantes. Y hay cuñados de toma pan y moja, que toman pan y mojan a costa de los demás, que ni tomamos, ni mojamos. En ese amplio espacio que ocupan los cuñados en España, destacan los de Sánchez, el hermano de la pentaimputada, que también veranean de gratis total en La Mareta de Lanzarote. El hijo de Sabiniano ( Q.E.P.D) es de los que, por su aspecto, es muy capaz de llevarse un jarrón chino, una quimera, de La Mareta, porque hay cuñados de muy mal gusto. El de peores vivencias fue el cuñado de Stalin, hermano de su segunda esposa Nadezhna Alliuyeva, madre de su hija Svetlana, que murió americana con el nombre de Lana Peters. Stalin, que no se andaba con chiquitas, ordenó que su mujer fuera amablemente fusilada y su cuñado, pasado por las armas con menos educación. Pero escribir del hijo de Sabiniano (QSGH) y que aparezca Stalin se me antoja una exageración por mi parte.

El problema de La Mareta es el enfrentamiento directo de los perritos, todos ellos muy blancos y algodonosos. Un día veremos –yo, no, afortunadamente–, a un bebé llevando un carrito por la calle y en su interior, bien arropadita una perrita blanca durmiendo plácidamente, pero me escapo de la idea. Un perrito o dos perritos blancos recién salidos de la pelu, son soportables a media distancia. Pero si a los dos perritos, añadimos el de los padres de Sánchez, el del hermano de Begoña, el del anterior figurinista del Museo de Cera que ahora se dedica al maquillaje, el de Marlasca, Illa, y Bolaños, las vacaciones en La Mareta pueden tornarse en altamente desagradables. Prefiero un rottweiler atacando con evidentes deseos de mutilación, que el ataque de un cánido cursi con aspecto de palomita.

¿Quién falta de la familia por llegar? Después de los cuñados van los primos, y los amigos del cole. Y la «Mademoiselle» que le enseñó hablar en francés. Y no sabemos hasta qué punto, por la aglomeración de gorrones y perritos, La Mareta puede deslizarse hacia el agua y convertirse en el nuevo «Titanic», lo que no tendría nada particular.

Pero no entiendo cómo iniciando el artículo con Maura, Gamazo, y Montpensier, he terminado en La Mareta, ciudad de vacaciones, lleno total.

Los diablos del cerebro.