Hay que mentir. Mucho. Sin pudor
Si yo hubiera tenido la ocasión de entrevistar a Pedro Sánchez –nunca la tendré– también le hubiera preguntado por qué no ha felicitado a María Corina Machado. Pero hubiera tenido preparada la lista de felicitaciones de Sánchez a los Nobel de la Paz. Es la diferencia entre ser periodista y ser mamporrero
Isabel Díaz Ayuso hizo ayer una confesión estremecedora: ha sufrido dos abortos. Involuntarios, claro. Teníamos noticia de uno. Pero no de dos. Aquí no estamos hablando de los principios de la Iglesia Católica que convierten en pecado el engendrar hijos fuera del matrimonio. Como católico –y pecador– tengo muy clara la doctrina de la Iglesia a la que pertenezco voluntariamente. Pero, al margen de ser católico, que es algo voluntario, creo que hay algo mucho más relevante que es el derecho a la vida. Ese derecho nada tiene que ver con ser católico o no. Y esa es la batalla que se está danto en España. Inverosímilmente.
Para que no hablemos de la catarata de corrupción que asola nuestra sociedad, el Consejo de Ministros se dedicó ayer casi monográficamente a la reforma constitucional para convertir el aborto en un derecho constitucional. Sacaron a cuatro ministras a la rueda de prensa del Consejo de Ministros a hablar del asunto. El hecho de que se requiera una mayoría cualificada y nos gobierne un partido que ni siquiera ganó las elecciones no es un obstáculo para plantear el asunto. No sé hasta dónde llevarán esta discusión tóxica. Me gustaría mucho saber si serían capaces de meter en el debate a partidos como Junts o el PNV. Hay curas trabucaires alineados con independentistas de todas las regiones españolas. Aunque asumo que renunciarían a su traje talar antes de defender el aborto. O no. Vaya usted a saber.
Tengo dicho desde hace más de un lustro que la espantosa degradación que vive la democracia española ha llevado a que mentir no tenga consecuencias políticas. Hubo un tiempo en que se pillaba a un político mintiendo sobre el coste de unas obras públicas y dimitía. No porque se hubiera llevado nada a su bolsillo. No. Simplemente, porque había faltado a la verdad. Aunque hubiera sido involuntariamente. De ahí hemos pasado al extremo opuesto. Cuando este equipo de El Debate todavía estaba en ABC en 2018, descubrimos la inmensa mentira de la tesis de Pedro Sánchez que era un puritito plagio. En cualquier democracia occidental el presidente del Consejo de Ministros hubiera dimitido. Aquí Sánchez se ha convertido en el aval para mentir sin pestañear. En las últimas horas, hemos visto a Sánchez decir sin inmutarse que no ha felicitado a María Corina Machado porque él no felicita nunca a los Nobel extranjeros –como si tuviéramos muchos españoles. Por supuesto, su mentira duró cinco minutos. Sánchez declaró a la SER que «yo es que no me pronuncio sobre los premios Nobel» que es algo que solo puede decir quien nos crea idiotas a todos los españoles. Porque con un mínimo repaso por las hemerotecas digitales encuentras sus felicitaciones. Ya en 2014 felicitó por el Nobel de la Paz a «Malala y Satyarht luchadores contra la opresión de niños y jóvenes y defensores del derecho a la educación». En 2015 felicitó al «Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez en 2015 por el merecido Nobel de la Paz». En 2016, todavía en la oposición, felicitó a Juan Manuel Santos por aquel Nobel de la Paz financiado por Noruega y otorgado contra la mayoría de los colombianos. Y desde que está en la Moncloa ha felicitado por el Nobel de la Paz a Denis Mukwege y Nadie Murad en 2018, a Abiy Ahmed Ali en 2019 y al Programa Mundial de Alimentos en 2020. Pero él puede mentir descaradamente y eso no tiene ninguna consecuencia. Si yo hubiera tenido la ocasión de entrevistar a Pedro Sánchez –nunca la tendré– también le hubiera preguntado por qué no ha felicitado a María Corina Machado por su premio Nobel. Pero hubiera tenido preparada la lista de felicitaciones de Sánchez a los Nobel de la Paz. Es la diferencia entre ser periodista y ser mamporrero del Equipo Nacional de Opinión Sincronizada.