¿Cuándo piensa hablar Zapatero?
Ni el expresidente ni su sucesor pueden seguir callados ante el cúmulo de sospechas, indicios y escándalos que rodean al primero con la ayuda del segundo
Un expresidente nunca tiene actividad del todo privada si sigue actuando en la vida pública o, incluso, viviendo de ella. Sus opiniones son interesantes, frente a esa teoría lerda, de que deben ser jarrones chinos, e incluso más que cuando ejercían: a la experiencia le suman el poso de lo aprendido y la liberación de no tener, ya que ganar a nadie.
De todos los que están en esa situación, el caso más claro de participación en la política cotidiana es el de Zapatero, convertido en una sorprendente bebida energética del sanchismo: cuando el Bello Durmiente está alicaído y sus huestes languidecen entre desastres, escándalos y sondeos electorales fúnebres; ahí irrumpe su Príncipe Azul a intentar insuflarle un chute de Red Bull psicotrópico, solo eficaz con los que ya venían devotos de casa.
Hasta ahí, tiene un pase: ya se dará cuenta el PSOE de hasta dónde se ha degradado si todo lo que rescata de su baúl es al peor presidente de la democracia hasta el advenimiento de Sánchez, el padre putativo de la extrema izquierda, del guerracivilismo vintage y del empobrecimiento galopante, resumido en un dato: cuanto más paga el contribuyente, más debe por el dispendio de un Estado clientelar que fabrica dependientes para estimular el voto cautivo.
Pero hay algo más que hace distinto a Zapatero y le obliga, a él y a su sucesor en el PSOE, a dar explicaciones urgentes: la sospecha de que su actividad política es ante todo un negocio privado y los indicios de que, y esto es aún más importante, sus intereses orientan las decisiones personalísimas del actual presidente, ajenas a menudo al Gobierno y desde luego al Parlamento.
El goteo de informaciones sobre su inmenso patrimonio, la evidencia de su cercanía a Nicolás Maduro, la certeza de que participa en un lobby chino, los indicios de que el Departamento de Estado americano le está investigando, su cercanía a consultoras cercanas incluso a Marruecos o la condena a su embajador en Caracas por negocios con la misma petrolera sugerida por Aldama como presunta financiadora de la Internacional Socialista son razones suficientes para preguntarse por la catadura moral y la dimensión económica de los negocios del mismo personaje que dejó quebrada España y sembró todas las semillas de la discordia.
Pero la aparente coincidencia entre las actividades del expresidente y las decisiones del presidente elevan el tono de un problema que supera el ámbito estrictamente personal y lo sitúan en el peligroso espacio institucional. Porque a cada supuesto negocio de Zapatero, camuflado siempre en un disfraz ideológico o hasta humanitario, le ha acompañado un inquietante volantazo diplomático de su sucesor, un viejo enemigo convertido ahora en una especie de hermano.
Porque Sánchez se ha doblegado ante Marruecos a cambio de nada, cediendo la posición española en el Sáhara con una decisión personalísima, adoptada después de ser espiado y sin contar con el Congreso. Porque Sánchez ha sido decisivo para consolidar el pucherazo en Venezuela, ofreciendo la Embajada española como espacio para la extorsión y el destierro de Edmundo González, legítimo ganador en las urnas gracias obviamente a María Corina Machado.
Porque Sánchez se ha salido de la doctrina europea frente a China y, tras encabezar el Green Deal que entre otras cosas se está cargando el sector de la automoción europea, reclama ahora facilidades para importar el coche eléctrico chino. Y porque Sánchez no ha dejado de acercarse al Grupo de Puebla y de alejarse de Washington, en sintonía con su hermano político mayor.
Y nadie ha sido capaz de desmentir algo tan grave como que la petrolera pública venezolana esté detrás de la financiación de la Internacional Socialista y del propio PSOE, como viene señalando Víctor de Aldama, el picante de todas las salsas corruptas cuyas denuncias siempre han quedado finalmente refrendadas. La pregunta es, pues, a qué se dedica Zapatero y cuánto gana con ello. Pero, sobre todo, cómo explica Sánchez, su sincronización institucional casi perfecta con él. Y quien calla, otorga.