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06 de mayo de 2024

Cartas al director

La hoja roja

Me siento hastiado de tanta política. De un día para otro, sin avisar, cada vez que miro el Casio se me viene a la cabeza una de sus funciones, funciones que jamás he utilizado, pues me compré un modelo muy completo sólo para exigirle después que me de la hora y el día.
Ni cronómetro, ni alarmas, ni usos horarios… Botones muy pequeños, dedos demasiado grandes o no saber qué hacer. La función a la que me refiero es el temporizador de cuenta regresiva, versión electrónica de la hoja roja que traían los librillos de papel de fumar y que cuando aparecía nos avisaba de que teníamos que ir pensando en renovarlo. La vida, todavía, no la podemos renovar.
La hoja roja, la novela de Delibes, llegó a mis manos cuando tenía dieciséis años en la edición de la Biblioteca Básica Salvat, aquellos libros RTV, y venía en el lote que nos regalaron en TVE por acudir a Cesta y Puntos. A algunos estos libros nos sirvieron para desasnarnos, iniciarnos en el placer de leer y fueron el humilde origen de nuestra futura biblioteca, a otros, como a tantos españolitos de a pie, para colocarlos en un lugar de honor del mueble bar donde reposaron hasta que Planeta impuso la necesidad y la primacía de la Larousse.
No es mi caso el del jubilado Eloy, más bien el de Papuchi Iglesias, mi colega; Rufi está a mi lado y los niños, pequeños aún, me absorben más tiempo del que quisiera, pero la jubilación, los setenta, no dejan de ser hoja roja y el reloj, sinécdoque de lo mismo.
No podemos evitar lo inevitable y algo habrá de tanatofobia, pero como Gistau, o eso quiero creer, me siento obligado a permanecer aquí mientras ellos puedan necesitarme.

Felipe Sánchez Gahete

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