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Cartas al director

Cortinas de humo

El ansiado edificio, tan pretendido por los de afuera, poco a poco comenzó a llenarse de una neblina que cubría partes importantes de su entorno e interior dificultando los movimientos y quehaceres ordinarios de sus habitantes. Pero cuando esto sucedía, enseguida surgían las voces de unos privilegiados residentes que disfrutaban de las habitaciones menos afectadas por la niebla, y que tranquilizaban al resto de los de la casa convenciéndoles de que sólo eran cortinas de humo que levantaban los otros, los de afuera, para sembrar la confusión dentro del inmueble.

Pero que sólo se trataba de maniobras de distracción sobre las que no había que preocuparse, porque lo único que buscaban era apartar la atención de las cuestiones más principales y trascendentes, como eran las relacionadas con la economía de la vivienda. Mientras la economía marchara bien, no había que darle importancia a las cortinas de humo. Y a fuerza de repetirles esta pretendida justificación, el resto de los habitantes de la casa acabó acostumbrándose a vivir entre cortinas de humo, convertidas ya en un elemento más, pese a la dificultad que ello suponía en la convivencia diaria.

Y así fueron pasando los días... Hasta que una mañana, tras una temporada en que el humo había sido tan denso que lo cubría todo, de repente desapareció, y los habitantes de la casa se despertaron asombrados al comprobar que ya no existía nada a su alrededor: ni ventanas ni puertas ni paredes ni cortinas... ni humo. Estaban fuera de la casa, que había sido ocupada por los otros.

Miguel Ángel Loma

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