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Cartas al director

El pavo indultado

Este año el pavo de Navidad ha sido absuelto. No por falta de pruebas —que las hay en forma de relleno, horno y paciencia— sino por exceso de modernidad. El pobre ha quedado en libertad provisional mientras en nuestras mesas desfilan platos que hablan varios idiomas y ninguno es el de la abuela.

Donde antes había un ave solemne, ahora aparece un sushi minimalista, serio como un notario japonés, acompañado de wasabi con más carácter que algunos tertulianos. El pavo, al parecer, engorda la conciencia; el sushi, en cambio, adelgaza la culpa. Y si no hay arroz crudo, siempre queda el tartar de fuet con salsa piri-piri, invento digno de una cumbre gastronómica: Cataluña y Mozambique dándose la mano en Nochebuena, con permiso del colesterol.

No falta tampoco el ceviche templado de coliflor con espuma de turrón vegano, plato que exige explicación previa, glosario y un curso acelerado de deconstrucción emocional. Todo muy moderno, muy ligero, muy de ahora. Tanto, que uno termina cenando con hambre y brindando con agua filtrada por conciencia ecológica.

No seré yo quien niegue el progreso, pero convendría recordar que la Navidad no se celebra con pinzas ni se sirve en cucharillas de laboratorio. El pavo no pide aplausos, solo un poco de respeto, Quiere horno, tiempo y una familia alrededor discutiendo si está seco o jugoso, que es la verdadera tradición.

Defendamos nuestras mesas antes de que la Nochebuena acabe reducida a un menú degustación con subtítulos (con todos mis respetos).