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29 de marzo de 2024

Editorial

Sánchez debe una explicación a los españoles

Es inaceptable que el presidente del Gobierno de España se niegue a explicarle a los ciudadanos qué pasó con su teléfono y a qué obedece su subordinación al separatismo

Actualizada 11:56

Que lo único importante para el Gobierno del llamado «Caso Pegasus», en su variante relativa a Cataluña, sea la reacción del independentismo refleja a las claras la insoportable genuflexión temerosa del presidente ante dirigentes, partidos y movimientos cuyo aislamiento debería encabezar.
Solo en un país cuya democracia se degrada a diario se dedica más tiempo a analizar el comportamiento de quienes la defienden que los abusos de quienes la atacan. Y solo en España, a consecuencia de lo anterior, se padece a un presidente más preocupado por perder el apoyo de la insurgencia que por confinarla en un rincón institucional bajo advertencia de intervención legal.
Porque, tantos días después, Pedro Sánchez ha sido incapaz de ponerse del lado de la Inteligencia española, de ayudar a que se entienda que su actividad es imprescindible para garantizar la seguridad nacional y de lanzar un mensaje contundente a quienes la desafían.
En su lugar, ha permitido que se extienda la sospecha contra el CNI y ha corrido en auxilio de los responsables de un golpe institucional a los que, a los pocos meses de ser investigados por el evidente peligro que encarnan, indultó de manera artera para lograr su envenenado respaldo, tal y como ha demostrado documentalmente El Debate en una serie de informaciones exclusivas relevantes.
Un presidente digno nunca se doblegaría ante semejante movimiento antisistema y buscaría las fórmulas de estabilidad que fueran necesarias para evitar que, a la impunidad que siente, se le añada la legitimación de sus objetivos y se le entregue la gobernación de España.
En una democracia seria no vale todo ni se puede aplicar el viejo aforismo de Lao Tsé para cazar ratones con independencia del color del gato: es relevante cómo se accede al Gobierno y cómo se mantiene luego.
Y Sánchez ha evidenciado que algo tan básico es ajeno para él, admitiendo la condición de víctima para Pere AragonÈs y el resto de separatistas pese a constarle la legalidad y la conveniencia del trabajo del CNI: cuando el interés personal de un presidente está por encima de los principios esenciales del país que gobierna, todo se degrada peligrosamente.
Y aunque nada tiene que ver este capítulo con la derivada de Pegasus de origen probablemente marroquí, la opacidad y el sinsentido de Sánchez sí son idénticas: es inaceptable que tampoco haya explicado a la nación qué pasó exactamente, por qué su ministro Bolaños mintió asegurando que se detectó el espionaje hace una semana cuando se ha demostrado que fue hace casi un año y, sobre todo, qué relación hay entre ese asalto y su sorprendente cambio de postura en el Sáhara.
El poco respeto de Sánchez a las instituciones es bien conocido. Pero el desprecio a la sociedad, de manera tan grosera, nunca había llegado hasta los extremos vistos en estos días, con publicidad y alevosía.
Todo ello refleja la decrepitud de un Gobierno que nació herido por la naturaleza espuria de sus alianzas, pero también reclama una respuesta parlamentaria e institucional conveniente: la oposición no puede cambiar a Sánchez hasta que los ciudadanos lo permitan con sus votos; pero sí puede y debe iniciar sin dilación una réplica contundente a tanto exceso y desvarío.
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