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26 de abril de 2024

Editorial

Un Gobierno negacionista del ser humano

Las nuevas leyes «trans» y de «Libertad Sexual» agreden a la esencia de la condición humana y son una agresión legalizada a la familia y a los ciudadanos

Actualizada 08:34

El Gobierno ha logrado aprobar definitivamente algunas de sus leyes más denigrantes, inmorales y sectarias, cargadas de una concepción del ser humano como mero objeto de una construcción ideológica alejada de su esencia más elemental.
La llamada «ley trans» es un peligroso delirio que intenta borrar la existencia del sexo biológico para convertirlo en una elección caprichosa, frívola y oscilante que se incluye en el llamado «sexo sentido»: hoy puedes ser mujer, mañana hombre y quizá pasado las dos cosas a la vez.
La excusa de proteger a esa minoría que experimenta una metamorfosis sexual al sentirse encerrado en un cuerpo extraño, quizá uno de los problemas más traumáticos que puede tenerse, se ha utilizado para perpetrar un disparate de hondas consecuencias sociales, legales, económicas y sobre todo humanas.
Porque desprotege a la infancia y a la pubertad, para empezar, avalando el cambio de sexo en fases de inmadurez donde, con la ciencia en la mano, no se tiene nada claro: inducir tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas irremediables y de graves consecuencias para la salud física y psicológica es una agresión institucionalizada desde el propio Gobierno que alguien debe parar.
Y trivializar la condición de mujer, que tanto ha tenido que luchar a lo largo de la historia para alcanzar la igualdad real, permitiendo que cualquiera pueda serlo acudiendo a un registro civil y cambiándose el nombre y el sexo legal en cinco minutos; es otro desvarío sin parangón en el mundo civilizado que altera la convivencia de manera kamikaze.
Que un partido como Podemos impulse esos despropósitos es terrible pero previsible. Pero que el PSOE lo secunde y se doblegue a tamaña fechoría, resulta desolador.
El Consejo de Estado ya concluyó, en un informe demoledor pero desgraciadamente no vinculante, que conceder el cambio de sexo a menores de 18 años sin aval judicial era un abuso. Y es de esperar que el Tribunal Constitucional, si antes no se somete también al Gobierno, anule una ley inaceptable antes de que provoque estragos irreparables.
Y lo mismo puede decirse de la llamada «Ley de Libertad Sexual», un compendio de excesos que aspira a convertir el aborto en una moda, poco menos, y trata de imponer en la escuela el concepto de educación sexual que tiene el desquiciado Ministerio de Igualdad.
Presentar el aborto como la única manera de realizarse como mujer, que es lo que subyace en el texto legal, y avalarlo en las menores de edad sin la participación paternal, es otra agresión contumaz del mismo corte que la «ley trans», con la que guarda una perfecta sintonía deshumanizadora.
Y pretender que ese sea el canon educativo de los niños, un ataque institucionalizado a las familias, a los profesores, a la escuela y al conjunto de la sociedad que también ha de frenar el Constitucional y, cuando haya cambio de Gobierno, el próximo presidente. Sin dilaciones ni excusas de ningún tipo.
La falta de resistencia de Sánchez a esa agenda negacionista del ser humano evidencia la calidad de sus valores personales, pero también un profundo desconocimiento del país que gobierna y de los ciudadanos que lo habitan: porque pretender consolidar su política frentista habitual con ese tipo de leyes es una confesión de ignorancia supina sobre qué es España y quiénes son los españoles.
Una formidable mayoría, de cualquier signo político, percibe la familia, a sus hijos y a la escuela de una manera muy similar, por mucho que se intenten conformar bloques irreconciliables en todo.
Creer que alguien va a aplaudir estos abusos liberticidas demuestra que, en el viaje de agradar a sus socios para sobrevivir él mismo, Sánchez ha puesto en almoneda lo más sagrado y todo el mundo ya se da cuenta de ello.
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