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29 de marzo de 2024

en primera líneaJacobo Negueruela

Un nuevo pacto social

El problema del islam es la imposibilidad de crítica y disensión tanto para los de dentro como para los de fuera, atajada oportunamente como ya saben ustedes

Actualizada 04:11

En los años en los que Cataluña vivió peligrosamente, entre el Estatut, la revuelta, la declaración de independencia y la violencia en las calles, se habló mucho de la necesidad de un nuevo pacto social. También desde ámbitos de Podemos se lanzaba la idea de que la Constitución del 78 había sido una continuación subrepticia del franquismo impuesta a la generación de nuestros padres, y de que se tenía que avanzar hacia un nuevo contrato social que pusiera al día el diseño del Estado con la actual sociedad española. Es obvio que, a nadie, ni a los opositores al nacionalismo ni a los defensores de la constitución, se les pasó por alto la intencionalidad política de semejante cambio esencial en las leyes fundamentales del Estado. Pero hay que decir que, a toro pasado, estoy bastante de acuerdo en que se necesita un nuevo pacto social, solo que no es el que habitualmente nuestros políticos piensan.
Recordemos por un momento qué es eso del pacto social o contrato social. En el mito adánico de algunos pensadores ilustrados, como Rousseau y otros, el pacto social es una especie de convenio «firmado» por los habitantes de un territorio, que tienen la plenitud cada uno de su libertad, y por tanto de su capacidad política, para organizarse en vistas al así llamado interés general (concepto mucho más lejano del de bien común de lo que normalmente se quiere aceptar, aunque solo sea por el hecho de desplazar el capital político y la acción libre de los sujetos del bien al interés, algo sumamente protestante, pero muy poco racional y menos moral).
Pero si tal pacto fundamental, del que provienen posteriormente las instituciones del Estado, las leyes, etc., puesto que representa la soberanía de la gente, se tiene que hacer entre los habitantes de un territorio, el pacto que nos corre urgencia firmar es con el islam y los musulmanes. No les aburriré con los datos de crecimiento demográfico (en toda Europa, por cierto) de los musulmanes norteafricanos o subsaharianos, ni con las tasas de envejecimiento de los españoles y europeos, ni con las del aborto y la eutanasia, ni con las del empobrecimiento de las clases medias europeas (en pocos países más visibles que en España, donde éstas han pasado de propietarias a asalariadas y en donde encontrar trabajo y mantenerlo supone con frecuencia una misión imposible se tenga la edad que se tenga), sino que simplemente les propondré un ejercicio antropológico básico. Como vivo en el Levante tendré que poner ejemplos mayoritariamente de por aquí; salgan ustedes de sus residenciales y barrios bien y visiten Crevillente, Lorca, Murcia, Cartagena, Tarrasa, el barrio de Carrús en Elche, Lavapiés y San Pascual en Madrid o El Eixample de Barcelona, imagino que la toma de conciencia será inmediata.
Ilustración: Pacto social

Paula Andrade

¿Y en qué podría consistir este nuevo pacto constitucional o social? Habría que aclarar cosas muy evidentes, por ejemplo, cuando el islam sea mayoritario en España (o lo suficientemente mayoritario como para influir en los pactos de Gobierno) y en Europa, ¿se respetará la aconfesionalidad del Estado? ¿Habrá igualdad entre los creyentes de esa religión, de las demás religiones y de los agnósticos-ateos que no quieran seguir ninguna religión? ¿Se financiarán preferentemente ayudas al desarrollo de los países musulmanes de origen? ¿Se permitirá acabar con el sistema de pensiones públicas por vejez (prácticamente inexistentes en los países árabes)? ¿Se aceptará la segregación de territorios para unirse a otros países mayoritariamente musulmanes?¿Se permitirá recibir prestaciones en países diferentes a los que se han obtenido (por ejemplo, adquirir el derecho en España e irse a cobrarla a Marruecos como hace tiempo ocurre)?¿Se cerrarán los negocios que sean inaceptables para la moral islámica? ¿Se dará clase de religión musulmana en las escuelas, con imanes que tal vez provengan de Marruecos o Arabia Saudita, como pasa en Alemania con los que provienen de Turquía?
¿Se permitirá la libertad de pensamiento, tan sacrosanta para nosotros, para publicar lo que se quiera, criticar lo que se quiera y escribir lo que se quiera, o volveremos a ver las manifestaciones multitudinarias por todo el mundo islámico como con las famosas caricaturas de Charlie Hebdo? Por cierto, que no se vieron igual cuando asesinaron a los dibujantes. ¿Se permitirán minaretes en las mezquitas y llamadas del almuecín? ¿Se prohibirán las cruces y otros símbolos cristianos en público (ciertamente para esto no hace falta que se imponga el islam)? ¿Se permitirá cambiar de religión libremente? Ya saben ustedes que el destino de cualquier musulmán por apostatar (cambiar de religión) es la muerte, preferentemente dispensada por su propia familia. Y lo más importante de todo, ¿nos enteraremos alguna vez los europeos de que a 15 km de nuestras costas hay 500 millones de personas, al menos, que profesan esta religión y con muchas ganas de venir a vivir a Eurabia? Al final siempre decimos lo mismo, el problema del islam no es la violencia, pues la inmensa mayoría de los musulmanes sólo quieren vivir en paz e imperar en paz como su religión les promete… El problema del islam es la imposibilidad de crítica y disensión tanto para los de dentro como para los de fuera, atajada oportunamente como ya saben ustedes.
Comentaba el destacado teólogo Rafael Aguirre en 2015, en una entrevista, que el islam tenía que pasar por la prueba de la democracia, 7 años después, ¿creen ustedes que está más cerca, más lejos o igual de la democracia que entonces?
Por cierto, si los lectores no han sentido miedo al leer este artículo sepan que el autor sí que lo ha tenido al escribirlo. Y esto nos lleva a una última reflexión: ¿cómo podemos llenarnos la boca sobre la paz entre las religiones y la convivencia cuando uno de nosotros habla de lo que no le gusta del islam y los demás, nuestros amigos y familiares, lo primero que nos dicen, medio en broma, medio asustados es: ¡no lo publiques!?
  • Jacobo Negueruela es profesor de Humanidades del CEU
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