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17 de mayo de 2024

En primera líneaIñaki iriarte

Memento mori, joven woke

Sé prudente, templa tu rencor, intenta mirar al largo plazo. Porque también tu generación va a criar sus propios enterradores

Actualizada 01:30

Es probable, después de todo, que Marx no anduviese del todo desencaminado cuando intuyó que el mundo burgués criaría a sus propios enterradores. Pero, en realidad, acaso esto tenga más que ver con la guerra entre generaciones que con la lucha de clases. Es aquélla, no la Rassenkrieg, ni el choque de civilizaciones, la que lleva camino de convertirse en la verdadera política, en el motor de la historia tras el fin de la Historia.
Por lo menos en Occidente, y cada vez más en el resto del mundo, los vivos se pasan la existencia encarándose con el padre todavía presente, hasta matarlo, enterrarlo y ponerse a desenterrar algún bisabuelo… que haya sido víctima de algo. Pero, mientras este apasionante vodevil de ecos freudianos tiene lugar, los vivos suelen pasar por alto que los hijos preadolescentes comienzan ya a echarlos del trono de la vida. Tal vez sea una ley de hierro de la psique humana que, puesto que la práctica de devorar a los hijos lleva tiempo prohibida, solo quepa evitar no teniendo hijos. Cosa que, por otro lado y como es bien sabido, estamos ya haciendo.
Casi todo lo que una generación hace, en efecto, se explica en mayor o menor medida por su deseo de despedazar el pasado reciente. ¿Qué origina el rencor de una generación hacia aquellos que le han dado la vida? Por lo habitual, se invoca el afán de Justicia. Algo muy walterbenjaminiano, devolver la dignidad a los vencidos y todo eso. Pero, en realidad, esos bellos sentimientos son una excusa. Porque la Justicia exigiría ponderar los puntos de vista, contrastar versiones, verificar las pruebas, escuchar al acusado, contextualizar sus actos e… in dubio pro reo. Pero cuando una generación sienta en el banquillo al pasado no suele haber rastro de formalismos ni escrúpulos y lo que tiene lugar no es un proceso reglado, sino un salvaje linchamiento.
¿Qué se esconde, entonces, detrás de ese deseo de venganza? Los mismos motivos de cualquier adolescente. Que sus mayores no le dejan vivir, que lo agobian, para que haga las cosas cuándo y cómo a ellos les gusta hacerlas. En definitiva, las nuevas generaciones odian a las viejas, mitad por inmadurez, y mitad porque las segundas intentan perpetuarse a través de las primeras. E inevitablemente a los jóvenes les desquicia ese papel de epígonos.
Ilustración: joven woke memento mori

Paula Andrade

El choque cultural entre generaciones al que estamos asistiendo desde hace algunos años, sin embargo, es de una virulencia mucho mayor a los anteriores. Desde la Segunda Guerra Mundial los saltos de padres a hijos habían ido siendo cada vez mayores, pero la quiebra actual ha adquirido unas dimensiones inéditas y afecta a las bases nodales de nuestra cultura: a la forma de entender el yo, el sexo, la edad, el pudor, la familia, la realidad. Es tentador verlo como una mera moda. Pero su extensión global y el hecho de que esos cambios culturales estén siendo acompañados de otras señales, que van desde las cancelaciones universitarias al derribo de estatuas, sugieren que no estamos ante la típica reyerta entre generaciones. Desde la revolución industrial nuestra civilización sustituyó la promesa de una salvación ultraterrena por la de una felicidad basada en la satisfacción de los deseos materiales. Sin embargo, en los últimos tiempos hemos llegado a un cuello de botella entre las enormes expectativas de bienestar de 8.000 millones de personas y las posibilidades productivas del sistema. Hacer a todos, todas y todes materialmente felices se antoja una fuente de residuos inasumible. L'Age des Lumieres ha desembocado irremediablente en la era de los desechos y los microplásticos. La ideología del progreso, que había prometido iluminar el mundo, se ve obligada a recomendarnos apagar las luces.
Antes de la modernidad, la tradición permitía armonizar las relaciones entre generaciones. Existía la convicción de que la Creación necesitaba ser renovada periódicamente para no extinguirse. Gracias a ello, los jóvenes heredaban, no las deudas, como ahora, sino la sagrada misión de recrear el cosmos por medio de una colección mágica de palabras y gestos, rituales y mitos. ¿Puede imaginarse una responsabilidad más grande? Ahora, en cambio, los discípulos de Derrida han predicado por las facultades que la única identidad posible era una diferencia sin esencia que se oponía a los demás significantes. ¿Qué tiene de extraño que los adolescentes hayan asumido que sólo podrán ser si llevan hasta el paroxismo su voluntad de distinguirse, de proyectarse en imágenes rápidamente reconocibles?
De cualquier modo, el jarrón de la tradición se nos rompió hace mucho y, por eso, nos guste o no, los boomers tenemos todas las de perder frente a las generaciones woke. Somos más que ellos, es cierto, pero el tiempo corre indiscutiblemente a su favor. Probablemente, son ya irreformables. Lo máximo que podemos hacer es resignarnos ante sus excesos y recordarles que también ellos serán sobrepasados por otras generaciones y que, como nosotros, perderán igualmente la batalla para perdurar.
«Tu desprecio a los boomer, joven woke, es un deja-vú. Esos mismos que desdeñas desdeñaron antes a otros. Y el tiempo les pasó por encima. Ocurrirá otro tanto contigo. Las generaciones por venir no leerán tus libros, no verán tus series. Acaso escuchen tu música, pero la consumirán tan deprisa como consumisteis la nuestra. Tus valores se desvanecerán o serán juzgados como estúpidos o hipócritas. Tener mascotas acaso sea condenado como un alarde de especismo; los pelos de colores como una expresión infantil del consumismo capitalista. Acaso el feminismo sea repudiado como la encarnación del viejo etnocentrismo colonialista. Quién sabe si el movimiento LGTBI no será acusado de haberse transformado en un nacionalismo LGTBI. Por eso, sé prudente, templa tu rencor, intenta mirar al largo plazo. Porque también tu generación va a criar sus propios enterradores. Memento mori, joven woke, recuerda que vas a morir».
  • Iñaki Iriarte es profesor de la Universidad del País Vasco y parlamentario foral en el Parlamento de Navarra
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